Linda María Baros

Salgo a la calle con el ángel

 

(Traducción al español de Gustavo Osorio de Ita)

 

 

Salgo a la calle con el ángel

 

Salgo a la calle con el ángel.

Como una cadena enrollada alrededor de la mano.

Blanqueada por la cal de los muros.

 

Los hombres con los que me encuentro

me lamen la mano y los tobillos,

me siguen de cerca.

Los piso como si caminara sobre carbones ardientes,

como sobre tejados, sobre olas.

 

No tengo piedad alguna

con los hombres que me aman.

Mi cadena ha abierto pupilas de serpiente

en sus dorsos.

 

Me saludan todos aquellos que durmieron

al borde de los altos tejados,

aquellos que han llevado sus pulmones

a las aguas más profundas

– como perros lánguidos de caza –

y los han acostumbrado a respirar ahí.

 

Me saludan, desde abajo, los otros – los civiles.

Alcanzados por el coma.

Aquellos a quienes he roto los dientes contra una barra de hierro.

Las clínicas magistrales, los alcahuetes.

 

Los desheredados de la suerte me saludan, las contusiones, la tos.

Bajo la cama puede que aún humeen

los cañones del fusil.

 

Salí a la calle con el ángel. Regreso a casa.

Como una cadena enrollada alrededor de la mano.

 

 

 

Realidad touchscreen

 

Hemos gritado, hemos maldecido,

hemos rodado por tierra.

Entre nuestros más altos suburbios de viviendas públicas

se elevaban lentamente los pistones de la noche.

Y nos subimos en camiones

y bebimos.

En las calles, las niñas se desplegaron como banderas.

Bailamos y escupimos, bebimos

hasta la mañana, hasta el kilómetro cero.

Ahí fue donde llegaron los cazadores y llamaron

a nuestra puerta;

no nos despertamos, se quejaron.

Ellos afilaron sus picos en los muros;

entre lágrimas, por los oscuros pasillos,

cargaron sus armas

y se masturbaron.

 

Quizás algunos palos negros, de caucho,

nos aclararon, de cerca, nuestras contusiones,

separaron nuestros pómulos,

mientras bailábamos como salvajes.

            La realidad nos llegó directo a la garganta.

 

Y llegaron aquellos que estaban en la Reanimación.

Pero no nos reconocieron.

No nos tendieron la mano, no nos pidieron

algo de luz

a través de las vitrinas touchscreen.

 

Quizás los tiradores de élite que se podrían sobre los tejados.

Son ellos los que han afilado sus picos

en nuestras costillas de vidrio,

ellos quienes han soplado en nuestros tuberculosas cánulas

y presionando lentamente los pistones de la noche.

 

Y nosotros, envueltos en algunas banderas,

ya no los reconocimos más.

 

 

 

El circuito de la recompensa. Dopamina y placer

 

Cada noche, el nudo púbico afloja poco a poco.

La piel es raída.

Con algunos instrumentos débiles, de carne,

tratamos de deshacer la alta costura craneal del espíritu,

de abrir las cajas negras de los placeres.

 

Comienza así el circuito de la recompensa. Con

la curvatura de una viola que guarda en la cámara

acústica los jadeos de los instrumentistas.

Nos mentimos. Nos buscamos una combustión otra,

un nuevo abrazo –una especie de lupa

a través de la cual el mundo muestra otro,

las cosas tal como han sido hechas.

            Que la carne ya no cuelgue más encima de la cama

como si rezumase desde un gancho.

 

La noche, desperdiciamos tanta insistencia.

El crujido de la sábana, el brillo nocturno

de la piel que secreta mucha tristeza.

El silencio la lengua se obstinan

como un puente en acercar a la gente.

Todos los nudos progresivamente se aflojan,

según el mito del estéril reciclaje.

En la eterna y desesperada búsqueda del amor.

Y las cosas se presentan, después de todo,

tal como son.

Despojadas de los nombres translúcidos

            que las designan, liberadas de la vesícula de todo concepto.

 Puras, inevitables, de una crueldad infinita.

 

Y el río golpea, bajo las ventanas, contra el puente.

Como si alimentase a sus ahogados

del último piso.

 

Linda Maria Baros Poeta. Traductora. Editora. Nacida en 1981. Cabello verde. Doctora en Literatura Comparada – Sorbona. Vive en París. La nadadora desh ... LEER MÁS DEL AUTOR