Bosque de Plata
Bosque de Plata
El agua corre por las ciénagas en el invierno,
busca el bosque sombrío en medio de la ciudad,
quiere encontrar un camino en la nieve,
hace retroceder la escarcha en las hojas vencidas.
En mi paseo, lo he visto huir, correr hacia el este
sin esperar a nadie, su cuerpo repleto
de muerte, azul y rojo a causa de las ahogadas flores.
Flota el lirio, flota río abajo sobre el Danubio,
y se estrella en el asfalto hecho de agua.
Hubiera querido correr tan veloz como él.
Hubiese querido perderme en el Bosque de Plata.
Hubiera querido ser una luna ahogada
en las aguas innumerables.
Abro mis ojos en medio de la noche.
Entre la oscuridad, imágenes desacertadas aparecen,
objetos extraviados, sonidos puntuales.
Escucho mis pasos que golpean en el parquet,
mi peso ya no es mío, soy una sombra, un fantasma
que desaparece tras la puerta abierta
y se fuga por los techos, evadiendo la luz tenue
de las lámparas, a través del silencio solo disperso
por el ruido del río que abandona la ciudad,
por el ruido del río que grita mientras baja hasta el bosque
como un cazador que imita el graznido del cuervo
el chasquido del ciervo y la curva de la serpiente.
El Forastero
Hay un hombre que me vigila. El hombre
es una tormenta de granizo que ha dejado
pequeños pedazos de hielo sobre el pavimento.
El hombre ha nacido esa tarde de primavera.
El hombre lleva un suéter y zapatillas de andar
y se agacha y se amarra los cordeles
y se pone de pie.
Me ha estado esperando. Su cabello marrón
lo he visto muchas veces antes,
en un país donde todos tienen el mismo rostro.
Hace un tiempo atrás, durante los bombardeos
otros como él se creían arcángeles de una tierra prometida.
El hombre que me vigila y yo
provenimos del mismo lugar,
poseemos los mismos ojos hundidos en el desierto,
las mismas cicatrices en los brazos, el mismo aliento
baja a las aceras que dejamos atrás,
un rastro de violetas echadas a perder en la lluvia,
escupitajos parecidos a ultrajados corazones.
Acelero mi paso para alejarme hasta que entiendo
que lo he estado esperando.
Vuelvo la vista y lo encuentro atrás,
siempre atrás, pero no puedo ver su rostro
porque no tiene rostro, así que sigo mi camino.
Camino hasta la floristería llena de tulipanes
camino hasta la cafetería llena de voces
camino a las regiones del hielo donde las colinas
están llenas de pisadas de alces y de osos.
Y aquel hombre me sigue sin alcanzarme nunca.
El hombre sin sombra y sin historia,
igual a todos los otros que me siguieron antes,
que me siguieron hasta extinguirse, hasta volverse
un ruido de pasos en la nada
dos suspiros dos minutos una tarde de enero,
una puerta hacia la oscuridad que no se disipa,
todo aquello desde donde provengo,
todo aquello hacia lo cual me dirijo sin poder detenerme.
Ceniza
La claridad se hundía en la sombra
de los árboles en el Bosque Negro
y despuntaba la noche con su falsa luz.
La vegetación se abrió
como una puerta escurridiza hacia la nada,
y el tiempo se detuvo.
Entonces te acercaste. Tu mano
se hizo un cofre alrededor de mi mano,
y todo tú te volviste madera,
una casa con velas encendidas al fondo.
Vimos pasar sobre nuestras cabezas
miles de lunas en sus diferentes facetas,
espectáculo inmenso.
La vida se volvió un río quieto
y caminamos sobre los lomos de los peces.
Pronto, las muchas lunas en el cielo
desaparecían sin un motivo.
Entonces me hablaste de las semillas
que dieron origen al Bosque negro.
Y todo volvió a empezar.
Era la noche más oscura y feliz.
Y no podía haber nada más hermoso en el mundo.
El fuego nos separaba y nos unía.
En la ceniza, seríamos uno.
Las migajas
Es marzo, la primavera anuncia su regreso
empujando su paso en esta tierra llena de rumores.
Pero el invierno añoso
se ha posado sobre nuestras cabezas
como cuervo testarudo que se niega a partir.
De vez en cuando entra apresurado
por las ventanas empapadas de gotas secas,
un pedazo de cielo que se ha escapado de otro tiempo.
En el día, las horas caen lánguidamente,
flotan en el aire haciendo círculos
antes de morir entre los murmullos escondidos
en las grietas de paredes blancas.
Cae la noche mientras camino en la servitengasse,
la calle de piedra se hunde bajo mis pasos apresurados
como gota de agua que golpea
la piedra de mar picada.
Todo lo que nos rodea ha dejado de existir.
Las mesas y sillas en las terrazas del café,
aplazan un mejor porvenir,
y detrás las vitrinas caducan
los vestidos de una primavera robada.
La ciudad se ha vuelto humo blanco
y se me escapa entre las manos
igual que el ala de una mariposa
que se diluye en el silencio de la memoria.
Cuatro paredes y una calle enlozada
se han convertido en toda nuestra patria.
Y aunque la humanidad vigila desde dentro de casa,
en la plaza florece un arbusto
al que nadie había prestado atención,
como una joven mujer diáfana
que deja caer su cabellera
salpicada de copos ruborizados.
Conversaciones
-¿Te acuerdas del tiempo cuando no teníamos miedo?
-¿Miedo? Siempre he tenido miedo.
Tuve miedo al jaguar
y a la lluvia oculta
detrás de los párpados traslúcidos de Tepeu.
Tuve miedo desde el instante
cuando las aguas del mar se oscurecieron
y los hijos del sol emergieron
a través de sus pasadizos.
Siempre temí al oro negro,
a su sombra frágil,
a la profecía cumplida,
a los eclipses que anunciaban la guerra.
Temimos del látigo que reventaba
la coraza del amate
acostumbrada al sol férvido.
Y temimos al mundo extraño
al que nos hicieron venir
y que nunca fue
nuestro.
Siempre temí a los relámpagos furiosos
y al hambre sin nombre,
y a los años sin sueño.
Y ahora te pregunto, cuando sufría todo esto,
¿dónde estabas?