La memoria que se descompone
(Traducción del macedonio por Sanja Mihajlovikj-Kostadinovska
y revisión del texto por Nayra Pérez Hernández)
La casa que se descompone
(Куќата што се распаѓа)
hay que eutanasiarla cuanto antes,
cortarle el agua, la luz, el gas,
precintarle el televisor, el teléfono, el rúter,
desenchufarle todos los aparatos,
el catéter sacarlo de golpe
y cerrar los postigos por última vez,
entonces hay que hacerle una señal a la excavadora
y ¡adiós casa! que fuiste un hogar, un hogar que ya no eres ni una casa.
Hay que enterrarla en el hueco de sus propios cimientos,
para luego llevarle ofrendas y prenderle velas el día de los difuntos,
y el tiempo, dicen, cura lentamente las heridas.
Pero, ¿y si ella misma decidió escabullirse del destino?
Te dicen que salió corriendo por el camino, sin dejar rastro,
como una vieja senil que deambula quién sabe dónde;
denuncias su desaparición, pones un cartel en la valla rota,
pero nadie nunca la volverá a encontrar ni viva ni muerta.
La memoria que se descompone
(Меморијата што се распаѓа)
hay que tragarla en la panza de la conciencia
y una noche insomne devolverla de nuevo a la boca,
para masticarla, remasticarla hasta el amanecer,
moviendo los dientes con la concentración de un equilibrista,
rumiarla como las ovejas del este de Macedonia
rumiaban en la calma nocturna de los establos
mientras tu abuela te llevaba medio dormida a la letrina a hacer pipí,
y sus dientes chasqueaban en los jugos de los prados,
como ahora los tuyos chapotean en las aguas del olvido
sacando de tanto en tanto algún souvenir hundido dentro de ti mismo.
Humedecida en la saliva del alma, la memoria hay que
tragarla átomo a átomo para que se vaya desintegrando en una fuerza
que te sacará el cuerpo del pozo del inconsciente
hasta que la vida encuentre la mejor manera para aprovechar
su valor nutritivo, porque la memoria es alimento,
sin ella uno pierde peso, se enferma, muere desnutrido,
sin la memoria te descompones cuando ella también se descompone.
El hombre es un rumiante cuya panza es el alma
y el estómago, el espíritu, dos recipientes de los que
la memoria que se descompone
hay que verterla y derramarla
hasta que ella misma se convierta en cuerpo a partir de la propia célula.
La tierra que se descompone
(Земјата што се распаѓа)
hay que dejarla atropelladamente,
tomar la lengua, el pasaporte y dos o tres fotografías,
llenar deprisa la mochila infantil
con el nacimiento, la niñez, la juventud, la vida
y con la nuca agachada tomar el camino del exilio.
Los pies caminan solos, los guía la memoria colectiva,
la huida es herencia, parte esencial del legado
de la patria, condición física de los antepasados.
Hay que pasar la frontera ovillado en el maletero
en el momento en que la bandera está a media asta,
y luego descalzo, hambriento y con una patada en el culo
durante meses ir alejándote, paso a paso
del hombre en el otro hacia el hombre en ti mismo.
Cuando el homo politicus mata, el suicida es a la vez víctima y verdugo.
Abandonarás la tierra que se descompone
sin pestañear, mientras tu alma pestañea y ulula
como la sirena y la luz rotativa de una patrulla policial
que esperas a que te atrape y te devuelva, pero desaparece en el horizonte.
La historia que se descompone
(Историјата што се распаѓа)
hay que desenterrarla y enterrarla como los huesos de los asesinados
de un trozo ocupado en otro trozo de suelo liberado,
sacudirla como la conciencia de los asesinos,
y a los sobrevivientes recluirlos
para que hablen consigo mismos en una lengua
incomprensible para los muertos.
La historia que se descompone te curte la piel,
ya nada te toca,
solo a veces atravesando la mucosa
en ti penetra la desgracia evitada
como cuando tus pies de talla 36, ni de niña ni de mujer,
se hundían en las botas de tu padre, talla 43,
del equipo militar de los reservistas yugoslavos.
Una alternativa en zapatos extra grandes.
Tanto en la guerra anterior como en la próxima
el aplastamiento fue idéntico, la muerte – cabal, la vida – un ensayo militar.
De los once hijos sobrevivisteis solo dos,
de los dos, ninguno tuvo un hijo.
Sobre algunos, la tierra fue vertida con las palas,
sobre otros, fue allanada por las botas,
y había quienes se la echaban solos encima.
La historia, en vez de una cruz, se clavaba en las tumbas.
Decenios más tarde la muerte es el ADN de la vida,
pero la vida ya no volverá a ser el ADN de la muerte.
Tu padre devolvió las botas en la unidad militar,
tú no volviste allá donde no tenía que repetirse
la historia que se descompone, enterrada en una fosa común
que hay que encontrar y desenterrar, a cuenta tuya.
La vida que se descompone
(Животот што се распаѓа)
hay que ponerla en bandeja en la mano de una anciana
que en la otra mano trae a un bebé, y en los labios una plegaria
que pronto adormecerá
a los cuatro ancianos en camisas blancas y sombreros de paja,
que tienen delante ocho botellas de cerveza Corona
y el futuro en un plato vacío de sopa de chile.
Y como Fritz Fuchs que les da un banquete a
los presos alemanes en Radio Leningrado
para divulgar la noticia entre los asediadores de que la ciudad
sigue comiendo y bebiendo y no va a caer,
así la vida que se descompone
tendrá que trasladarse a las seis páginas en blanco
del calendario de bolsillo, de veinte líneas cada una,
para que el séptimo día del Señor, aun sin nota alguna,
uno encuentre la razón: el hombre nace físicamente,
vive espiritualmente, muere por el alma.
Y como el embarazo patológico que
hay que pasarlo en una cama hospitalaria,
y el presente que, para estar sano,
tiene que dejar la carga del tiempo,
así la vida que se descompone habría que colocarla
encima de la nevera del helado cerca del bebé
con la copa de plástico vacía en su manita
y los ojos bien abiertos como en еl grito de Munch.
El futuro que se descompone
(Иднината што се распаѓа)
hay que ponerlo patas arriba como una silla
en un club de jazz en Chicago recién barrido y fregado
con un letrero For Sale en la puerta, por la cual en vez de ir a dormir
la camarera sin cobrar el turno de la noche coge el primer tren
hacia la residencia geriátrica donde termina el futuro,
aunque toda la noche todos creyeron en él. Pero ella no,
mientras en una lengua de Europa oriental adivinaba
la manera en la que le daban palizas al saxofonista de niño
con la piel negra bajo la camisa blanca.
¿Con una correa, como a ella su padre, para que vea la estrella de Belén,
con una vara, como a ella su maestro, para que pueda tocarla,
con la mano, como a ella su marido, para que la apague?
El saxofón chilló como la trompeta del músico gitano
en la boda en el pueblecito de sus antepasados,
donde el primer acto sexual fue determinado exclusivamente por la geografía
y solo después de irse, se convirtió en un gesto político.
Ella dejó caer los vasos, el propietario perdió los nervios,
el presente resbaladizo terminó sin pasado.
El futuro que se descompone hay que levantarlo como
la barrera en los aparcamientos, una vez pagado el tíquet,
pero el empleado ha desaparecido y la barrera no se levanta,
y tú te das cuenta de que la vida no es un estacionamiento de vehículos,
del que el conductor sale a pie con el tíquet en la mano
empapado de sudor y lágrimas y la validez perdida para siempre.
¿El hombre o la humanidad?
(Човекот или човештвото?)
Querer al hombre que escupe en el suelo
mientras esperáis el semáforo,
o al borracho tumbado delante del quiosco
que apesta e insulta a los transeúntes que no le tiran monedas,
o a la mujer que da golpes al niño que se ha meado encima
como si fuera un saco de boxeo,
o al niño que da patadas a la abuela
tirado en el suelo de la tienda,
o al niño que le arranca el bolso a la viajera
y desaparece en el instante,
o al policía que acaba de meterse dinero en el bolsillo
tirando el test de alcoholemia hecho al conductor,
o a la vecina que vacía a propósito su cenicero
sobre tu ropa tendida,
o al conductor que te salpicó de barro
de pies a cabeza pasando a 200 km por hora cerca de la acera,
o a la farisea arrodillada en el templo de Dios
que se duerme con el odio hacia su propia hermana,
o al perverso que se frota contra ti en el autobús,
o al político que te lava el cerebro
a máxima temperatura,
o a la guardiana de la cárcel que es cruel
con las presas embarazadas,
o al presidente de los jóvenes derechistas
que amenaza a los niños migrantes,
o a la mujer que secuestra niñas para trata de blancas y de negras,
o al dictador que amolda el país
a sus propias necesidades,
o al soldado que machaca con la culata
al bebé encima del pecho de la madre,
o al asesino en serie, al pedófilo, al violador,
al delincuente menor, al criminal de guerra
al amigo que se convirtió en enemigo,
o a este, a esta, a estos
que abusan, humillan, destruyen
desde los albores del mundo,
amar a todos como a sí mismo,
y a sí mismo como a ellos,
pero ¿cómo?, ¿cómo?
Y la humanidad es fácil de querer.
La humanidad es buena compañía
para ir a tomar café,
libre de la carga del hombre
sigue por su camino,
hasta la meta no tiene que pisar cadáveres
porque el hombre ya pisó los ajenos.
Cada hombre tiene la culpa de algo,
pero la humanidad nunca,
el hombre es mortal, la humanidad eterna,
la humanidad es honrada y perfecta,
y el hombre – la otra cara,
entonces, ¿cómo querer a un individuo imperfecto
en mitad de un conjunto perfecto?
Es más fácil amar a la humanidad
cuando el hombre a tu lado no es digno de querer,
y tú tienes que cumplir con el mandamiento
de amar a tu prójimo como a ti mismo,
pero no sabes quién es más prójimo:
¿el hombre o la humanidad?
(In)comodidad de la existencia
(Не)удобноста на постоењето
¿Por qué ni Dios ni el amor
ni la vida ni la tierra
son cómodos
como un sillón con apoyapiés,
como un asiento de clase ejecutiva,
con antifaz para dormir y manta perfumada
como una bañera llena de pétalos de rosa
y oleadas de aceites aromáticos?
¿Por qué y Dios y el amor
y la vida y la tierra
son incómodos
como un saco de dormir en una playa de piedrecillas,
como un asiento de autobús de la compañía Proleter,
como una colchoneta insuficientemente inflada,
como un taburete de tres patas en un jardín sin sombra,
como un zapato que te aprieta?
No preguntes a los fieles ni a los amados,
ni a los vivos ni a los acomodados,
sino a los que no lo son y te dirán
que en los temas eternos
se entra por la puerta trasera,
y se sale por la delantera,
con la cabeza atrás, con los pies delante,
con las manos colgando en el vacío.
Y Dios y el amor
y la vida y la tierra
solo cuando en el arte terminan con un final infeliz,
y en la muerte con un final feliz,
justifican su existencia.
Pues la existencia es (in)comodidad
y comienzo de todo lo que no fue
y no va a ser.
Limpieza
(Чистење)
¿Cómo limpiar el David?
¿Frotarlo con un cepillo de dientes suave
o enjabonarlo con Palmolive?
¿O bañarlo como un bebé
agarrado debajo del brazo?
¿Y el busto de Nefertiti de colores naturales
que cabecea en el semáforo delante del telón de acero?
¿Llamar a los huérfanos
descalzos que con un cepillo largo
limpian los parabrisas?
¿El pensador de Rodin
limpiarlo con un trapo de lana empapado
de vinagre, zumo de limón y bicarbonato de soda,
y luego sacarle brillo de pies a cabeza
con un paño de gafas? ¿O ducharlo?
La pequeña bailarina de Degas
mi madre la fregaría con lejía
y le mojaría la falda en agua con almidón
sin saber que es políticamente incorrecto,
pero conceptualmente razonado.
Con la Venus de Milo
hay que estar atentos
y usar cosmética natural,
y ni se os ocurra la sauna
para que no sude demasiado y luego adelgace.
¿La Piedad de Miguel Ángel
puede tocarse siquiera
sin ser manchada por la higiene humana?
La limpieza es fruto de la muerte,
luto de tres días, polvo del polvo.
Y al final te toca a ti –
¿pero cómo limpiar la propia piel?
Con agua y jabón no tiene sentido
si por debajo se ha acumulado la mugre
de todo lo que no debiste ser – pero pudiste, pudiste.
Medio de transporte
(Превозно средство)
Até la bicicleta por el cuadro
y fui corriendo al trabajo.
Repetía en mí misma los números de la clave,
pero cuando entré, se evaporaron de mi cabeza.
Por la tarde regresé
e intenté abrir el cierre
pero ninguna combinación
era la correcta.
Tiraba, sacudía,
pedía que atendiera mis súplicas
y se abriera por sí mismo,
imploraba que su madre y todos los santos
tuvieran piedad
sobre mí y sobre él,
y rompieran en pedazos la cadena
̶ y la esclavitud y la libertad,
pero fue inútil.
Dios quedó atado
al cuadro de la bicicleta.
Quedó solo, todos los aparcabicis ya estaban vacíos.
Me arrastré a casa
y al día siguiente me armé de llaves y tenazas,
decidida a toda costa
a sacar a Dios de allí.
Pero cuando llegué, Él no estaba.
Ni el aparcabicis, como si nunca hubiera estado.
Un espacio vacío entre dos bicicletas
con hierba crecida por aquí y por allá.
Alguien se lo llevó junto con el resto,
alguien robó mi Dios,
con un cierre de plata
y la clave olvidada
de las cien mil posibles combinaciones,
mi medio de transporte
de la tierra al cielo,
mi Dios premium,
se fue al diablo.
Diferentes pero iguales
(Различни а исти)
La tierra languidece infeliz
vacía de las vacaciones.
Los cielos van rodando sobre ella,
le hacen cosquillas en las axilas,
pero la tierra ni se mueve
ni ríe tontamente.
La tierra está clínicamente muerta.
Solo hace falta que alguien la desconecte
de los aparatos,
mañana por la mañana, después de la visita médica.
Los muertos del cielo
les muestran a los terrestres
el dedo del medio hacia arriba,
los vivos de la tierra
les muestran a los muertos,
el dedo del medio hacia abajo.
Los muertos se alienan de los muertos,
se enamoran de los vivos.
Los vivos se alienan de los vivos,
se suicidan por los muertos.
Cada uno piensa
que será otro el que morirá,
cada uno espera resucitar.
Un bebé ocupa un metro cuadrado en la tierra,
un hombre de mediana edad, cien,
y un anciano, un metro cúbico en el cielo.
Los cielos descomponen
las huellas de los dedos,
la tierra – los dedos.
Todos son diferentes, todos son iguales.
ESTADO LIMÍTROFE