

Presentamos un texto clave del renombrado poeta brasileño en la traducción al español de Mario Bojórquez.
Lêdo Ivo
La viuda de Calabar
Mi amor es ahora sangre y orina.
Jamás volveré a verlo en su caballo blanco
escalando las dunas de Porto Calvo.
Dormiré sola. En el colchón de paño de Flandes
los ojos de la noche no presentirán más el peso de su amor de hombre que acaba de
quitarse el jubón de cuero y viene a mi encuentro con su sudor y su tarde de pólvora,
y su lengua gruesa de hombre no lamerá más mi cuerpo.
¡Bendita sea su lengua, que conocía todas las grietas y grutas y calas y arenales y cuevas
de mi cuerpo de mujer y me habituó al deseo!
Maldita sea para siempre su lengua de descuartizado
que por todos los siglos habrá de clamar por justicia
aunque no haya justicia para los que mueren.
De hoy en adelante seré una mujer sola
y mi soledad caerá, como una gotera, en mi vasija de estaño.
Guardaré mi deseo de viuda en mi arca de cuero crudo, junto a mi enagua de novia y al
manto de fiesta.
Enterraré mi sueño en el frasco de barro en que está el vinagre a la espera del pez aún
vivo en la lama.
Trituraré en un mortero de cobre los días que pasen.
Iluminaré mi odio con un candelero de alambre
para que se esparza por todas las paredes de mi casa.
Que, igual que mi amor perdido y descuartizado, este amor que duele como una espina
entre las piernas,
mi odio esté en todas partes:
en el fuego señalado que, encendido en las playas, avisa a las carabelas,
en el torneado de mi catre, en la franja de mi cortina, en la plata obscura de mi cuchara,
en la porcelana de jarro, en los pliegues de mi sábana de bretaña que envolvía mi cuerpo cuando acababa de gozar,
en los pelos de mi coño que él jamás volverá a separar con sus gruesos dedos,
en mi uña quebrada de tanto rayar mandioca.
Que mi odio, hijo de mi amor, quede siempre en mí como el ruido del mar en las playas blancas
y sea como la propia agua en mi jarrita de hoja de Flandes,
puro y sustancial como el pan que amaso en mi artesa redonda,
y corte como una hoz y cave como una azada.
Que así sea mi odio: fino como la punta de una espada, espeso como un jubón, estridente
como un tiro de escopeta y vigilante como la garita sobre el mar.
Que mi odio sea tan pesado como la funda de fierro que pendía del arzón de silla
del caballo blanco de Calabar
y se extienda como la hierba dañina en las sepulturas abandonadas.
Que mi odio sea más pesado que las esposas y los grilletes que sujetan a los negros
fugitivos y a los indios presos
y que no tenga llaves ni candados.
Que mi odio sea mi vasallo y me sirva en silencio,
con la sumisión con que yo le lavaba los pies a Calabar cuando venía de la guerra o me
contaba las historias de las minas de plata.
Que mi odio sea mi señor y envuelva, como un collar de fierro, mi cuello,
para que pueda sentirme en él como una esclava cautiva aún cuando estuviera soñando y
oyendo la música de una guitarra.
Bendito sea mi odio, que está más allá de los sueños, de los altiplanos y de las colinas,
siempre despierto como un hombre que no duerme y se alimenta de su propio insomnio
y no puede ser separado de sí mismo, y es como un dardo en una vara, y un arpa y su
clave, o un olor de meados en el bacín de orinar.
Que mi odio sea más durable que la argamasa hecha de aceite de pez y cal de marisco
que sostiene las casas y las iglesias, los palacios y las fortalezas.
Que sea así mi odio
pues lo que me fue quitado jamás me será devuelto,
lo que fue descuartizado no será más recompuesto.
mi vida me fue retenida, no puedo más vivirla.
Esta otra vida generada por la muerte, no la quiero, y mis manos frías de viuda se rehusan
a recibirla.
No puedo perdonar ni olvidar.
¡Malditos sean los que perdonan, mil veces malditos los que olvidan!
Maldito sea el día de hoy, viento negro
que derrumbó un caballo blanco.