tarabust
(fragmentos)
hablo
(digo que hablo)
como si la figura aún completa
pudiera ser gobernada
por la previsibilidad de la escucha.
no los muertos que hablan. No.
los que se detienen a escuchar.
los que se detienen. Quedan
en el vacío
de los escombros de la catástrofe.
como si la figura aún completa
pudiera ser
aún
hablo, concepto, sin cualidad, con los fantasmas hablo, y, no, no les entiendo, no les entiendo lo que me dicen, lo que regresa queda, entre llaves de interrogación, queda, y, sucede, sucede así: de pronto, ha desaparecido todo, todo, fue, sólo, sólo es una visión, un encandilamiento, y, después, después preguntas, la suspensión, el chisporroteo de la violencia negra, un fondo de ciudad en donde vuelan papeles, y, otra vez, lector, otra vez, concepto, con los fantasmas hablo, retorno, afirmo: he visto llamas sobre una carretera, la luz es una luz rural pero después de que la tierra esté deshabitada, poderoso el silencio del fuego solar contra la oscurana verde de las pasturas, los salpicados carteles de la publicidad apenas dejan leerse o están partidos al medio, las paredes de eucaliptus interrumpen la continuidad plana de las largas distancias y un rayo de dolor quema el resto de la región del fin del mundo donde, de pronto, ha desaparecido todo y, sin embargo, hablo, lector, les hablo, o los fantasmas, sin entender lo que me dicen, ofrecen, en ese andar de golpes, fracturas, zanjas insalvables, una jerga tan particular de muertos de un pasado con muertos que vendrán: cierta dádiva de cualidad insolvente.
se podría afirmar que quien no tiene ya más por decir no tiene absolutamente ningún tipo de vínculo, más o menos cercano, con una voluntad y, digamos, por añadidura, se deja arrumbar en una suerte de interioridad con eco, sin ninguna ligazón visual, teleología convincente, ímpetu hacia nimiedades convencionales: hábitos de higiene, tendencia a los desplazamientos o registro de los mismos, curiosidad o extravagancia y, sí, así, de forma más común de la que a uno le pueda parecer, la ciudad se ve revuelta de una sordidez que asombra, y, no sé, digo: ¿por qué? por qué, digamos, asombra, ¿no? tal cosa: que quien ya no tenga nada por decir olvide o entierre las formas de una perentoria demanda en un conjunto más primario de conductas: matar o perecer, pero, pero sin palabras, palabras que alcancen a cierta entidad corpórea antes del cuerpo del acto, ni mediación entre el sostén de un relato y el campo de la acción.
la amontonada verdad de los sitios abandonados, los deseos desligados, ya, de algún contexto andante, las formulaciones expresadas en su ensimismamiento, los sólidos murmullos de las mudas familiares, madres, digamos, promesas, hechas añico, reboso, muñeca de loza, imagen registrada sobre un trapo en una feria: botellas vacías, matrículas vehiculares fuera de circulación, ropavejero o conjunto material de mañana con sol en un rincón de cielo que por la noche es fantasma, en la rompiente del río, como mar, el río, el mar de muertos sin moridero fijo, quién sabe qué guijarro, qué playa, por lija del trabajo del agua en la frontera con tierra, ahí, justo, el cristalino de un silencio, ojo fijo, multitud, con tentación perchenta de geografía humana, opaca, indiferente, ahora, ahora sí, lector, llegado acá, sí, si me permite, si me permite vocearle, de igual a igual, salive, sí, el odio, che, por cierta parte donde se es pulcro, se vanguardiza un modelo, un personaje, una farsa, conmutación de dos botones en una máquina de tópicos: monto de impuestos, viajes al exterior en buenas cuotas amortizables, culo ancho con buena inclinación al chivo expiatorio: basura, chapa, orín de vía pública, seguridad ciudadana, barra brava de las hinchadas de fútbol, territorios comanche, planes sociales, fumigación a gritos, palurdez híbrida de Homero/Josef K.: funcionario de la planta nuclear de Springfield a escala de Ministerio Público de una «máquina de pasto», «de una máquina perforadora que podía dar cien golpes por minuto», conmutación de dos botones, secuela urbana de patrimonio por asuntos de cultura con aspectos ignorados de barbarie, lectura tuerta acerca de los denarios que ha sepultado cada héroe nacional en eso que fue dotado a Patria, a excusa, a Leviatán, a metros cuadrados de shopping center por habitante distribuidos equitativamente un día de Black Friday, con laico emblema bobino-religioso, heráldico, y seco, seco como parto de gallina, ligado por una postura territorial de cúbito dorsal a un curso de agua, al oriente, en lo que ES por el NO su afirmación, ausencia, justa, con el motivo justo (estilo —que le dicen) donde se entona al tremolar, al tremolar, a esa altura, de mástil, de relieve penillano, cae, cae, ya cayó, desde otra clase de altura, digamos, de tipo metafísica, en ciertos elementos, afrancesados, alambrados, enrejados, como, por ejemplo, balcones, dos terceras partes solteros durante el año, u otros paisajes, iluminados con el agua del mercurio de la niebla sobre extensiones de soja (canturrea un camionero de mandíbula asperjándose (hay un sonido a dentadura (bruxismo))) cómo, como putrefacción al pico de un carancho, pues, de qué otra, de qué otra cosa ser hablante, verbo, res, sino rumiante de un idilio con la muerte, a trompicones inclinándose en la autopsia del cuerpo fracturado entre lo que quiso y el sobrante de esa querencia, pero en molicie, digamos, desajuste y elección en recrear por falta de un modelo o bien ya contaminado o un material de duelo de futuro, cualquiera sea el desastre que nos demos en listar como suerte de discurso, (e)videncia, zureo del tipo en el parque: cartones, perros, chinches, envases plásticos, tutela de Monsieur Ducasse «nacido de acá» en ciertos temporales sobre la Rambla Sur, con maldición que no presta talla alguna sin despojar un tono enriquecido, químico, en bocas de tormenta, cañadas entubadas a metros por debajo del suelo, relato histórico de unos cajones de pino a la deriva por un arroyo con cierta inundación o de brazos maniatados de ciertos chinos encontrados en viejos comunicados, de periódico, en sepia, hasta presente costumbrista de humanos desmembrados en unas bolsas negras, los del fondo, los tubulares del Norte, en fin, los diferentes borrones, inmundicias, tachaduras, terraplenes, en el cadáver cósmico, a engorde, del índice de riesgo país, inversor, etc, etc, etc., sinónimos, sinónimos, florilegios, vanas alegorías deste fluir mercantil en el brotar la lengua: conjunto material de mañana con sol en un rincón de cielo que por el habla es cautivo.
e-e-e-en
la captura masiva de las palabras por parte de los informes diarios, de las transacciones móviles, de los volúmenes máximos, de las listas, las datas, las gráficas del clima, las cargas impositivas, las tasas de embarque, de todos los valores abstractos de todo el campo significante, a quién le hablo ¿yo? en distancia, anonimato, en alelamiento, en riesgo, no, en un fracaso numérico, debajo de los escombros de un derrumbe, un derrumbe adelantado, una imagen de un derrumbe, de un derrumbe, del viento, el ángel, la Historia es trágica, la historia individual es una esquirla de lo que vuela de aquello, no es, no, no es una ley inexorable, es un destino iluminado por la mano de aquel que ve la imagen en el tiempo en una epifanía, detenida, en un momento, Uno, la mano y lo que es ¿esto? el sucesivo derrumbe, la imagen, la imagen derrumbándose, la distancia que cobra no ser presa en ausencia de manada mientras huye por razón lógica que del derrumbe desprende: una imagen de un derrumbe, un ruido, un ruido, un ruido impertinente, una molesta conversación con uno mismo, la vanidad, el fracaso, la alienación de una entidad ficticia por otra.
la aridez, la pelambre de la idea concreta, sólida, sin fisuraciones, la parolería involuntaria que se le embuda, cuando le interrumpe el sol, ¿no? digamos, cómo, como por ejemplo, si fuese luz de un sable: le corta en dos, la claridad del quehacer diario, como si un esclavo, el nuestro, de cada uno, arrinconado, de nuestra oscuridad, sale, se pone en pie, barre sus ojos entre los vivos, barre la capa de papel picado de una gran fiesta de ayer, libera su condición de tal en el desnudo del desnudo del desnudo, digamos, ¿no? la gran mentira de las pieles, y se colapsa, colapsa de la dimensión de nudos, frágiles y duros, se paraliza, con las palabras interrumpidas, y, se advierte, atento lector, ahora, entonces, desde el piso: la ciudad brota ciudad, hombres, torres de vidrio, curso de agua con un bucólico pasado de cisnes, un bucólico pasado de cisnes del que habla una guía de viajes a un escaso grupo de turistas, junto al curso de agua aludido, un día de calor, un mal olor y cisnes, sí, diríase, cisnes de plástico, en las orillas, el esplendor de la ciudad que brota de la ciudad brotada se mide en la riqueza por toneladas de basura acumulada, índice de consumo per cápita, índice de ansiedad por cantidad de recetas recibidas en farmacias, índice de suicidios por alguna explicación que no, no será, nunca será muy convincente, ni efectiva, ni fruto podrido de la melancolía, nuestra, sí, arrinconada, insistente en las glicinas y las glorietas que acompañaron la intervención urbana, dice la guía, con una capelina ridícula, bajo el sopor aplastante, entre las masas vehiculares del tráfico.
necesitamos, necesitamos más, entender, qué digo, no, entender, no, necesitamos contemplar la zona del desastre, o, mejor, la intersección de la zona del desastre del lado solipsista, improductivo, para preguntarse, digamos, por qué ocurre tal cosa, se queda uno en un autismo anaerobio, de ese lado colindante con la vastedad de bombas de fragmentación, mini litros de toxinas en vertederos urbanos, horas niño de trabajo esclavo que surcan los horarios en formas intolerables de sólo pretender abarcarles y que, por convención, diremos, dicen, nos hemos hecho credo de esa piara: están afuera, o sea, del lado opuesto del cable, del monitor, del otro lado, de la pared del vecino, de la perimetral, digamos, son res extensa de algún cogito pensante, justo ahí donde, ¿dónde? ¡vaya! no, algo no cierra, esa, digamos, esa predisposición a dolerse y no dolerse, a simular del cuero ajeno lo que del nuestro es la falta, ¿cogito sintiente? digamos sí, pero, hasta dónde, culposo lector, quisiera usted que yo le falluteara pomposamente ser un cuerpo destripado por el buen arte de la palabra, digamos, y no serle, mejor, un boxeandinga, que le marea la cara con las astillas de lo que no puede decirle, así, con una solvencia conmovedora y tácita, de compromiso total, sin decirle: usted también, como yo, hemos sido enajenados, ambos, contagiados por un virus, por la misma insuficiencia, por la misma trampa óptica del límite y por el límite en sí, y, no es, no, que le proponga un mapa de las víctimas, de forma sicopática, algún saber que ocultarle para que rompa su rostro contra la frente del texto, así que no, no es este un devenir para gozar como si fuese cobayo de unos excéntricos laboratorios de autoerotismo serial, sino más bien una incontinencia obsesiva de diferir el problema hacia a un problema peor: interrogarse como en un bucle con vida propia si es qué ahí hay alguien a quien no le ocurra todos los días igual: que ya no encuentre casi maneras formales para el horror cotidiano y escupa enigmas como en un síntoma que se rige por una ley implacable, depredatoria, con una tasa de ganancia que inevitablemente tenderá a cero cuanto más emperrada esté en extraer su ganancia por la misma insuficiencia, por la misma trampa óptica del límite y por el límite en sí.