Kenneth Rexroth

El rincón de Pertur

 (Versiones al español de Armando Roa Vial)

 

 

 

FLOTANDO

Nuestra canoa reposa  en la quietud de la corriente;
arbustos, vides y juncos la van ciñendo en este remanso
donde se adormece el arroyo que baja del oeste;
lentamente gira y va encallando entre aglomeraciones
de nenúfares. Estamos cansados de remar
una tarde entera, remontando la frágil corriente
por meandros sin sol, a través de bosques y pastizales
y vados cenagosos donde se empoza el sofocante
hedor del ganado, cantando las canciones
de un movimiento habitual y perfecto; canciones
de esquiadores, de boyeros nocturnos, canciones
entonadas en el dique o en el cabrestante por los hombres de mar.
Cansados de temblar, cansados de la métrica de los gestos,
cansados de las pulsaciones de nuestras fuerzas entrelazadas
yacemos acurrucados uno junto al otro y dejamos que los palpos
de las hojas y pétalos de los nenúfares absorban
todo el movimiento en el aire calurosos, espeso y sosegado.
Canta dulcemente para mí: Westron Wynde, ah Syghes,
mon coeur se recommend a vous, Phoebi Claro;
canta para mí las eróticas melodías
que circularon entre hombres y mujeres hace más de siete siglos,
hazlo con ternura, tu boca pegada a mi mejilla,
tus muslos enmarañados con los míos en los almohadones,
tus pechos, en sus delicadas envolturas,
holgando contra mis brazos y mi garganta desnuda;
tus cabellos olorosos cubriendo nuestros ojos.
Bésame con tus labios sutiles y cadenciosos.
Ahora, al desnudarte, tus pupilas se dilatan negras y húmedas,
inmensas, y tu piel luce hidratada, esculpida en marfil.
Muévete de a poco, separa los muslos,
atráeme lentamente, que nuestros labios se muerdan
y hurguen en la sangre trémula de nuestras gargantas.
Muévete con suavidad –casi sin moverte del todo- aférrame
en lo más profundo de ti cuanto más se escabulle el destino
-a la manera de un río, serpenteando este lecho de azucenas-
y mientras estos instantes hurtados al tiempo se funden y desaparecen
en nuestra carne mortal y eterna”.

 

 

ELLA SE HA MARCHADO

Me la he pasado en vela a tu lado, toda la noche,
inclinado sobre mi codo, embelesándome
ante tu rostro dormido, ese rostro cuya pureza
nunca cesa de pasmarme.
No puedo ni quiero dormir; ya no importa. Tu cuerpo
descansa junto al mío como una estrella tenue y tibia.
¿Cuántas noches más he de mantener mi vigilia por ti?
¿En cuántos lugares? Vaya uno saber.
Esta noche puede ser la última de todas.
Una vez más, como en tantas noches anteriores,
he bebido de la quietud de tu carne
la comunión honda e inmóvil que no me atrevo a recoger de ti
cuando estás despierta: la serenidad del amor.
Luces neblinosas se desplazan por el techo
de nuestra habitación, al igual que en Francia
o en Italia, habitaciones de luna de miel,
iluminando tu rostro con un lenguaje escurridizo,
la comunión secreta de un amor inefable. Entonces vislumbré,
cuando me descubriste tu intimidad, mi ser más secreto,
ese pájaro ciego difícilmente visible
en una interminable telaraña de mentiras. Y conocí también
la terrible telaraña, sus nudos y hebras,
y al pájaro torpe que la merodeaba escondido.
Hacia el fin de la noche, mientras los camiones
rugían por la calle, te sacudiste y me abrazaste
pronunciando mi nombre. Tu voz era la voz
de una muchacha que ignoraba las pérdidas
del amor, que desconocía la traición, la desconfianza o la mentira.
Más tarde te diste vuelta y aferraste mi mano
estrechándola hacia tu cuerpo.
Ahora sé con seguridad y por siempre
que a pesar de haber sido yo quien mancilló nuestro
vigoroso amor, su memoria está todavía allí.
Y conozco la telaraña, sus trampas y al pájaro torpe y ciego
que por aquel entonces, en un arranque fugaz, se sobrepuso
a la oscuridad, a las intrigas y a los yerros,
cuando su corazón, al dictado de un latido,
pudo despertar y ser libre. Ay amor,
yo que estoy perdido y condenado por las palabras,
esas que para mí son sólo una profesión y un arte,
de pronto me veo sin palabras. Estas palabras, este poema,
es un entramado de confusión e ignorancia.
Pero sé que iluminado por tu dulce corazón,
mi corazón por una vez latió con libertad
y regó mi carne con la sangre de la verdad.

Kenneth Rexroth (Estados Unidos, 1905-1982), es uno de los poetas norteamericanos más polifacéticos de su tiempo. Autor de una obra extensa, versátil y e ... LEER MÁS DEL AUTOR