Kelly Martínez-Grandal

Con tu más hondo fuego

 

 

 

 

Con tu más hondo fuego

 

I

Lo que había era agua

y un reflejo en el agua

punta de flecha para ofrecer

la memoria y sus eras geológicas.

No sabemos si se perdió

el tiempo para encontrarse.

 

Secretos

tus peces rojos

¿los recuerdas en el estanque?

 

II

Elige el silencio, la noche más larga

un cúmulo de voces se alza junto al río.

La lámpara, con su candor de nieve

nos ofrece de nuevo su regazo.

Si acaso    las horas claras

las horas de soledad.

Pájaro huérfano

¿para qué esperar las sobras del banquete?

Elige la hondura de saberte a ti mismo

y abraza tu desnudez

transige

con tu más hondo fuego.

 

 

 

 

La balada del cangrejo ermitaño

 

I

Gaviota

caldero humeante

visión de una isla

recoge frugal.

Quien escribe contempla solitario.

 

II

Abandonar para abandonarse. El cielo hundido, el córneo ejercicio de la desolación.

 

III

Concha ajena a la medida

de crecer sobre la arena.

En las paredes el mar

la casa a cuesta

la sal de peces.

 

 

 

 

Más que una pluma

 

Polvo. Cuerpo-polvo y ahora el cielo.

Lejos el deleite, la espesura

vivir es aprender a simular.

 

Sobre mi cabeza la ciudad. El dios

con su exacto prejuicio.

Yo debajo y la niebla

con su angustia de cáscaras.

 

He aquí me maleficio, mi conjuro:

para morir no hace falta que se seque la sangre

un corazón olvidado pesa más que una pluma.

Y yo olvidada confundo el orden, altero el orden

de las palabras. Decir nada tengo más allá del terror.

No hace falta un motivo para naufragio declarar.

 

 

 

 

La paciencia de criar un animal

 

Recuerdo a la muchacha que lloraba

en el avión, se despedía

de un amor de verano.

Quise advertirle, pero era joven

lloraba tanto.

¿Y quién no tuvo un amor así?

¿Quién no dio de su madera hasta astillarse

a cambio de una historia condenada al olvido?

 

No estuvimos a salvo.

 

Pero déjalas que lloren, las mujeres

y que paran sus larvas bajo el sol.

Déjalas que se marquen a fuego y sangre

y se abismen en sus pechos las miasmas

más hondas.

Déjalas que aúllen en las noches como perras.

Deja que se les calcine el corazón en un poema

cursi y tremebundo.

Solo así aprenderán

del amparo del desierto y sus serpientes

la paciencia de criar un animal

para matarlo.

 

 

 

 

La runa en blanco

 

I

Te lo has dicho tantas veces

qué vergüenza

la piedra del tropiezo está en tus manos

equivocas tus dedos con membranas de anfibio.

 

En algún lugar fuimos felices.

La madre

con su caldero humeante

planea sobre la mesa.

Si pudiera compraría una ciudad, sus oropeles

el espasmo de su cuerpo y su memoria.

 

Un animal se enciende bajo la noche

habla de amores dibujados en humo

apenas un hueso y un hervor amarillo.

Si pudiera compraría una ciudad

para habitarla todos, incluso los muertos.

Pero no puedo, cruzo la puerta.

No cuento rostros en la partida.

 

II

Este incendio derrite

la rígida estructura de la casa.

Los cimientos fueron quemados.

Una yegua trota en mi pecho

espanta con sus patas las cenizas.

No era yo carne de sacrificio ni el secreto

de una fosa cavada en la tierra.

 

Al final del combate un milagro nos espera

una flor extraña, forjada en el limo.

Si tenemos suerte, si logramos verla

habremos comprendido lo que pulsa bajo el sol

el imperio fértil de las fragmentaciones.

Dame lo fresco, brinda

por la furia estruendosa con que un año se acaba

se alternan las estaciones.

Un extraño porvenir se arroja sobre estos huesos

la runa en blanco.

Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980). Escritora, editora y curadora de fotografía. En 1993 emigró a Venezuela donde vivió por veinte años. Es Licenciada en ... LEER MÁS DEL AUTOR