Julieta Dobles

Trascendencia del olvido

 

 

 

 

De palabras

 

La palabra, tu palabra

es un barco certero hacia el deseo.

Lanza tan primitiva,

caricia tan urgente,

lindando casi con el rojo

mordisco de lo obsceno.

Tu palabra me sobresalta,

me desata, me incita.

Plenamente verbal,

me humedezco de esencias germinales,

y se activan mis manos,

mi cuerpo, mi palabra también

para dormir el aire con la tuya.

Tu palabra, furtiva entre mi oído,

moscardón malicioso,

me cosquillea el instinto.

Subleva mis silencios

y, exacerbada de penumbras,

nos acerca y nos une

en esa vieja danza

de los cuerpos deseantes y absolutos.

Tu voy y mi voz se están amando

entrecortadas, susurrantes,

plenas de excitaciones, de turgencias,

de alientos agresivos o ternísimos,

entre un silencio despeinado y gozoso.

Palabras que se tocan,

se muerden, se estremecen

sn esa enredadera de deseos

que es sólo aire empapado y aromoso.

Hacemos el amor también con la palabra.

 

 

 

 

Segunda desfloración

 

Apareciste.

Fugaz, impredecible.

El más urgente ahora.

El subrepticio beso a la distancia,

más quemante mientras más lejos arde,

más moroso y astuto

que a ras de labio.

Ardió sobre mi cuello

desde la otra esquina del salón,

ala temible y deleitosa.

Tu palabra,

la subversiva,

irresistible herramienta del deseo.

Y mi burbuja oscura,

aquella que arrastré

después del desamor.

mi segunda virginidad,

estéril, afrentosa,

rota de desplaceres

donde el eros se esconde,

se esfumó en el asalto de tus manos,

ante el atrevimiento de tu lengua invasora,

enfrente al tajo de la noche

que improvisaste así para mi gozo.

Podría empezar a amarte

si me lo permitieras.

Eres demasiado fugaz,

tejido ajenamente en la distancia.

Y quizá nuestros mundos

no vuelven a cruzarse.

Te agradezco ese golpe de instinto

que me abrió claridades.

Recorrí, nuevamente,

la dulzura de los cuerpos

que se van acercando, hasta cerrarse

uno sobre otro, como puertas al gozo.

Y el jadeo triunfante,

música que no puedo desterrar de mi vida.

Y la belleza antigua de la espada

que siempre me sorprende,

y da vida y no muerte a donde hiere.

Quizá yo sea en ti

sólo unos ojos memorables,

que se irán disolviendo entre sus días

de rutina y de hastío.

Yo soy la gananciosa:

puedo hoy volver a amar.

 

 

 

 

Cedro de gracias

 

Un cedro de sabana florecido,

tal es la vida, y su solícito esplendor.

 

Con sus crespos copones rosa y blanco,

se recuesta en el telón azul de un cielo

que no sabe de nubes,

donde el verano redondea

en la luz su prodigio,

tan breve, y tan eterno en tan inmensa brevedad.

 

Lo ves y sólo sientes

un sobrecogimiento de beatitud y gozo

por tanto fulgor incomprendido,

 

Así la vida, nuestra vida,

punto de inflexión del universo.

La vida que se abre en esplendores,

Y que tiene sus veranos titilantes,

sus inviernos verdes e iridiscentes,

sus desnudeces dolorosas

en el mutar y vuelta

de cada temporada incierta y frágil.

 

Un cedro de sabana florecido:

pulso de diosa en medio de la fiesta

interrogante.

 

Como ignotos pasajeros de asombro

en este breve viaje,

sólo podemos musitar:

¡gracias por tanto don!,

… y compartirlo.

 

 

 

 

Lección indispensable

 

Deja así las almohadas,

no las cubras.

Ni despereces la colcha y su jardín

de estampados ansiosos.

En él hemos jugado a ser eternos,

a recoger las mínimas migajas del placer

con que la vida quiere agasajar

nuestra bella osadía.

 

No importa que lo sepan:

tú yo hemos pasado

dos horas de eterno regocijo,

y nos hemos amado

como si el tiempo nos perteneciera.

 

Ahora llega la noche.

Te bañas y despides,

con esa sonrisa que amo tanto,

placentera, feliz, cómplice, mía.

Aquí, donde nos hemos dado tanta luz,

uno en el otro.

Yo, fundida a la ternura.

Tú, con el halago tierno

de quien se ha vuelto experto de caricias.

 

Conmigo has aprendido

esa alta ciencia mutua del placer

y eres converso aventajado

en esta hermosa devoción del gozo.

 

Vuelve mañana, amado.

Que tenemos aún mucha materia

para aprender despacio y dulcemente.

 

 

 

 

Mar adentro

 

Aunque lejos del mar,

tengo un trozo de mar entre mis ojos

que azulea hacia adentro.

 

Apenas un perfil, un horizonte

recogido y vibrátil

que me llama y me llama

con su presencia clara

de amigo, amante, amado.

Y con su seno turbio o refulgente

donde ahondar la mirada

y todos sus cansancios.

 

Todos los días al despertar lo bebo

como a una dulce droga.

Adivino en su color el futuro del día.

Me mezo en su lejano movimiento,

me sumerjo en su luz,

cortada por la niebla

en pálidos islotes,

Y es más real y más mío

que todos los océanos

que no cabrían en mí.

 

Cuando alguien dice:”¡el mar!”,

es mi trozo de mar

quien le contesta.

 

Cuando alguien dice:

“¡El horizonte es plata!”,

estoy segura que es mi mar su mina.

 

Enmarcado en mis árboles

que el otoño enrojece cada día con más saña,

se me abre dulcemente

y me cuenta de patria, de ciencias,

de beatitud, de amor,

de playas lejanísimas,

de niños que se ríen,

de ciudades feroces

y de profundidad de peces

como ideales,

sorprendidos y agrestes.

 

Cuando una barca lo parte en dos,

me lanza el brillo doliente de su espuma

en la distancia.

Y cuando la tormenta lo oscurece e irrita,

me deslumbra con su terrible fuerza

de oleajes iracundos.

 

Va cambiando su rostro y su color

conforme avanza el día.

En el amanecer es brumoso y lejano,

como si el sueño lo envolviera también.

Por la mañana surge, azul y gloria,

trompeta de alegría

que asciende hasta la playa y la desborda.

A mediodía es cobalto y hondísimo,

pues el cielo se ha caído sobre él.

A la tarde se me va diluyendo,

fulgente y neblinoso,

como si en la otra orilla lo esperara

una cita de amor.

Y por la noche, sólo su hondo retumbo permanece ,

acompasando el sueño y el vacío.

 

Siempre quise tener un mar en mí.

Cuando niña, este mar

hubiese sido el regalo perfecto.

¡Tantas veces lo soñé mío, bajo la cama,

envuelto en húmedos reflejos,

lleno de gracia y de salobre espuma,

tan sólo para mí!

 

La vida me ha ayudado a construirlo.

Sólo cierro los ojos,

y allí me está esperando,

Líquido, dulce, vago,

como un sueño de infancia

que de repente

nos salta entre las manos.

 

 

 

 

Fuga de muerte

A propósito de un video sobre las víctimas indígenas
de Alteal, Chiapas, filmado en diciembre de 1997.

 

Pero, ¿a dónde van?

Atravesando ajenos montes de soledad,

cargando peso a peso su propio desamparo,

por los hostiles páramos en que la muerte anida

el paso muy pequeño y la mirada larga

por todas las fatigas y los fríos de este mundo,

¿a dónde van?

¿Dónde su albergue, su maíz, su canto?,

la mano fraternal que los devuelva

a la roca materna, anterior a la herida?

Apátridas perennes,

¿cuándo terminará su errar de siglos

por las tierras en donde sus abuelos

hicieron dios al colibrí y al puma,

perpetuaron al águila

en sus cielos de barro policromo

y llenaron de ranas

los espejos del agua y de la piedra?

Aplastados bajo el peso del hambre,

pariendo entre la lluvia,

sollozando por sus casas derruidas,

y por el grito agónico

de sus muertos recientes

que los persigue como un mal sueño.

Arrastrando a sus hijos

fuera del vendaval y de la fiebre,

bajo el abrigo triste de una hoja anegada,

¿a dónde van?

Atrás dejaron todo:

los güipiles florecidos en rojo

por manos primorosas

quedaron en el barro de los odios.

La piedra de moler, despedazada

no volverá a cantar sobre el maíz precioso.

Y de la casa, sólo

un enjambre de latas y de óxidos

sostiene su memoria.

Se ocultan del ejército,

De su antifaz violáceo y desangrado.

Se ocultan de la mano del vecino,

inesperadamente cruel.

Y huyen, huyen, porque la lejanía

es la dudosa puerta hacia la vida,

donde no llegue la traición,

ni la tortura incube sus dolorosas larvas,

ni las preguntas lleven el pavor y la sangre.

Pero, por Dios, ¿a dónde van

bajo la lluvia ciega

y la noche, aún más ciega,

del hombre?

 

 

 

Décima cuarta carta
(De Cartas a Camila)

12 de agosto,
segundo cumpleaños de Camila.

Si no crees que el ser humano

es un crucificado en la materia,

¡ven a los hospitales!

 

Aquí estás, Camila del dolor,

con tu hígado nuevo,

dispuesto a destilar

cada gota de vida

en tu cuerpo aterido.

Víscera arrancada a la muerte

por una Voluntad indescifrable,

y ofrendada a tu vida

en una dación de vértigos y asombros.

 

Aquí estás, nieta mía,

sobre la cama

con tus bracitos en cruz

poblados de agujas y sensores:

todo lo que pueda

mantenernos la vida

en esa zona liminar,

muda e indescifrable,

pero extrañamente iluminada

por los espejos del dolor

y de la pertinaz esperanza.

 

Aquí estás en tu penumbra,

tan semejante al miedo.

Invadida por sedaciones,

los tenues paraísos de la morfina

y tanto ingenio bioquímico

que hace su matinal milagro.

 

Aquí, donde cada día

te encuentra vivificada en tu penuria,

victoriosa de una noche más,

a enfrentar la mañana

y el amor compartido

de una resurrección.

 

 

 

 

Trascendencia del olvido

Se me olvidó que te olvidé,
a mí, que nada se me olvida.
Canto flamenco

 

Se me olvidó,

pero cuánta memoria enfebrecida

me permite sacarte

a la luz del recuerdo,

y no se me ha olvidado que te quise,

y que en algún momento

de este largo viaje,

tan eterno y tan breve,

tu nombre fue mi emblema,

y mi quimera matutina.

 

Se me olvidó,

pero yo que conservo

memoriosa presencia

de todos los amores y quereres

que encendieron mi vida,

hoy te saco de nuevo,

a ti, a ti y a ti, plurales y divinos,

que desde mis cinco años,

o desde los pupitres del colegio,

o en las aulas rebeldes de la universidad,

o en el páramo ansioso y quebradizo

de mis divorcios ásperos,

o desde el abandono de una virginidad

que nunca quise,

para decirte que,

en esta pampa ardiente de galopes vitales

o más allá de la ribera ignota de la muerte,

donde quiera que estés,

sacaste lo mejor

de mi fervor sagrado,

cuerpo y alma al unísono.

Y fui un ser más rico en plenitudes

con tu mirada, tu deseo, o tu quimera.

 

El amor ennoblece lo que toca,

ya sea breve, fugaz o duradero.

Brindo hoy, a mis años, por todos

los que desde su hombría sin adjetivos

me hicieron una mujer plenaria

con la brasa tenaz de su deseo.

 

Y por ti, el que llegó para quedarse

a esta última estación de soledad,

fraguando complicidades y deseos

hermosamente inesperados,

¡salud!

 

No hay olvido en la clara

contradicción de amarte.

Julieta Dobles Nació en San José de Costa Rica, el 11 de marzo de 1943. Posee una Maestría en Filología Hispánica, con especialidad en Literatura Hisp ... LEER MÁS DEL AUTOR