Entre los cantos y paisajes exuberantes de Australia
Por Javier Alvarado
A veces, resulta imposible, abarcar todas las tradiciones poéticas del orbe. Geografías distantes, poemas no traducidos, autores desconocidos en otras lenguas se yerguen portentosos en sus idiomas y en sus paisajes natales. Poco a poco, el gran trabajo de los traductores, pone en acecho la lectura de otros poetas para escritores, investigadores y lectores. En ese andar, la poesía y la literatura de Australia me ha llegado con ciertos referentes. En un hermoso y entrañable peregrinar por Cuba, pude convencer al poeta Alberto Peraza en Pinar del Río, para que me cediera el poemario El silo: una sinfonía pastoral de John Kinsella, traducido por Katherine Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez y tiempo después, el propio Víctor me obsequiaría el título América o el Brillo en Granada, Nicaragua. En ese mismo sitio escucharía leer a la poeta australiana Sarah Holland Bath, en cuyos textos había una reivindicación de la mujer en la historia de su país y temas de colonialismo a las que fueron expuestas. Indagando más en el Internet, he leído los poemas de Les Murray, cuyo libro, Australia-Australia, publicado por Lumen, es ya casi inconseguible y pues la lectura es parcial, En esas búsquedas, me enteré del lanzamiento por la editorial Pretextos de España en noviembre de 2020, de Poemas Escogidos de Judith Wright, nacida en Nueva Gales del Sur y que promulgaba en sus poemas su credo ecologista y la defensa de los derechos de los pueblos originarios.
Ahondando en el nutrido prólogo del antologador y traductor, José Luis Fernández Castillo, se nos demarca la rica tradición oral de los aborígenes australianos, la migración de grupos humanos llegados al continente con el afán de colonizar y lo cual trajo no solo un choque de tenencias de tierra, sino de culturas, de lenguas, de pensamiento, de lo social, de lo artístico y de lo político. Además afirma:
“Hay que esperar hasta la llegada de Judith Wright (1915-2000) para encontrar la obra acabada y madura de una verdadera poeta nacional australiana: una poesía que recupera de forma crítica la memoria de la ocupación del continente, reflexiona sobre el trauma infligido en la población aborigen y contempla con hondura y originalidad peculiaridades del paisaje y la naturaleza de Australia.”
Judith Wright nace en Nueva Gales del Sur, descendiente de migrantes de Escocia e Inglaterra y en ella no está la exaltación de esa llegada colonialista; más bien se funde con esa terredad y se siente heredera de una cultura asombrosa, de su magia ancestral y de un paisaje exótico y exuberante que nutrirá y habitará su poesía:
Muere, país salvaje, como el águila audaz,
con garras y embestidas peligrosa
hasta el último aliento. Muere
mientras maldices con tu ojo airado a tu captor.
Su escritura es del acecho, del escudriñamiento y del detalle; de un sentimiento casi fotográfico. Leer a Judith Wright es introducirse en un álbum de postales, de retazos de historias, de encuentros y desencuentros y de saudades:
El padre de mi padre arruinó estas colinas
y, mendigas al viento del invierno,
se contrajeron como espaldas desnudas y azotadas,
lunáticas, humildes, desvalidas.
Una gran poesía habita y habitó la vida de Judith Wright, la cual era visitada por poetas y escritores jóvenes, siempre rindiéndole admiración y respeto. Australia está distante a miles de kilómetros de nuestro entorno; pero gracias al oficio de traducción, una obra maravillosa, alucinante y extraordinaria está hoy entre nosotros en español; idioma con el cual también esta ciudadana australiana nombra desde hoy a su continente y a las estrellas, y que canta desde el color fluorescente de los pericos.
Ocú 1-13 de febrero de 2021.
Poemas de Judith Wright en la traducción al español de José Luis Fernández Castillo
AUSTRALIA 1970
Muere, país salvaje, como el águila audaz,
con garras y embestidas peligrosa
hasta el último aliento. Muere
mientras maldices con tu ojo airado a tu captor.
Muere igual que la serpiente tigre
que en su dolor sisea puro odio mientras
envenena de miedo los sueños de su asesino
como la mancha incontenible del suicidio.
Sufre, país salvaje, como el palo de fierro
que detiene la pala de las excavadoras.
Veo en tu tierra viva sumirse con el árbol
en desnuda miseria.
Muere como la hormiga guerrera
necia y leal a su millón de años,
aunque con nuestra angustia te infectemos,
no cese tu tesón ni tu ceguera.
Pues conquistamos y somos letales
más que escorpión o sierpe
y perecemos de nuestro propio tósigo
aun cuando seamos causa de tu muerte.
Celebro el torbellino, la sequía inaudita,
El arroyo agostado, el furioso animal
que aguarda retador
pues nos destruye aquello que matamos.
TORMENTA
Desde, la ladera guarecida del promontorio,
a salvo del viento, observe agazapada,
mientras traídas por la tormenta que destruye navíos
vienen vesánicas procesiones de olas.
Un dominio divino y largo tiempo muerto
hace subir de Nuevo la marea a la tarde y ya la corroída
loma de playa muda y mengua. Las olas gritan: “que llegue el fin.
Que llegue el fin de la larga sumisión, los látigos
que nos arrojan para siempre sobre la fría roca del tiempo,
profiriendo nuestra inútil y obstinada súplica sin respuesta.
Dejadnos libres irrumpir, derribar el umbral de la tierra
y ahogar cada pregunta bajo un negro aluvión”.
Entonces gritan odio las olas: odio.
Y en cada promontorio del mundo, en cada roca chorreante,
apiñándose en cada gota salvaje de espuma, como yaciendo en la calma del útero,
golpean y giran en las olas, la invisible legión
de instantáneos cristales, efímeras vidas,
la obra ubicua y primera del amor;
tan pequeñas, tan Fuertes que ni esta violenta, vesánica oleada
que quiebra farallones, ni el final desespero de la tormenta las toca,
dentro de la incólume calma enfrascadas en gestación y muerte.
EL HOMBRE PERDIDO
Para llegar a la charka debes atravesar la selva
por el confuso verano de tinieblas
iluminado con antiguos helechos,
tejido con veneno y espina.
Debes tomar el sendero que él siguió –el sendero de manos
y pies ensangrentados, sangre sobre las piedras como flores,
bajo las flores encapuchadas
que, como sangre, caen sobre las piedras-.
Para llegar a la charca debes ir por el valle negro
entre la profusión de columnas hechas de silencio,
bajo nubes de hojas
colgantes y pájaros mudos.
Para ir por el camino que él tomó hacia la voz del agua,
donde el sacerdote árbol de espinas espera con sus látigos y fiebres,
bajo las flores encapuchadas
que de los árboles caen como sangre,
has de olvidar la canción de la danza del pájaro de oro
sobre la luz arrojada: debes tan solo recordar
cómo el apremio de la oscuridad
abate tu flaqueza.
Para ir por el camino que él tomó, debes encontrar bajo tus pies
la última charca sin rostro, y caer. Y al caer
hallar, entre respiración y muerte,
el sol por el que vives.
-Judith Wright
Poemas escogidos
Traducción al español de José Luis Fernández Castillo
Editorial Pre-textos