

Presentamos tres textos de la célebre poeta uruguaya.
Juana de Ibarbourou
VIDA – GARFIO
Amante: no me lleves, si muero, al camposanto.
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
Alboroto divino de alguna pajarera
O junto a la encantada charla de alguna fuente.
A flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra
Donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
Alargados en tallos, suban a ver de nuevo
La lámpara salvaje de los ocasos rojos.
A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea
Más breve. Yo presiento
La lucha de mi carne por volver hacia arriba,
Por sentir en sus átomos la frescura del viento.
Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos
Podrán estarse quietas.
Que siempre como topos arañarán la tierra
En medio de las sombras estrujadas y prietas.
Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
En la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas
Yo subiré a mirarte en los lirios morados!
CENIZAS
Se ha apagado el fuego. Queda solo un blando
Montón de cenizas,
Donde estuvo ondulando la llama.
Ahí tienes, amigo, hecho porción quieta
De polvo liviano,
A aquel pino inmenso que nos dio su sombra,
Fresca y movediza, durante el verano.
Tan alto, tan alto, que pasaba el techo
De la casa mía.
Si hubiera podido guardarlo en dobleces,
Ni en el arca grande del desván cabría.
Y del pino inmenso ya ves lo que queda.
Yo, que soy tan pequeña y delgada,
¡Qué montón tan chiquito de polvo
Seré cuando muera!
BAJO LA LLUVIA
¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda
Y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve.
Y voy, senda adelante,
Con el alma ligera y la cara radiante,
Sin sentir, sin soñar,
Llena de la voluptuosidad de no pensar.
Un pájaro se baña
En una charca turbia. Mi presencia le extraña.
Se detiene… Me mira… Nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada en el hombro.
Y la lluvia me cubre
De todas las fragancias que a los setos da Octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado,
Como un maravilloso y estupendo tocado
De gotas cristalinas, de flores deshojadas
Que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
Del cerebro sin sueños, la voluptuosidad
Del placer infinito, dulce y desconocido,
De un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
Y tengo, en alma y carne, como un frescor de nieve.