Juan Sánchez Peláez

Diálogo y recuerdo

 

 

 

 

Diálogo y recuerdo

 

Este apasionante encuentro con la doncella subterránea

No fue ovacionado con trompetas de corales.

Encumbrado a ti,

¿El relámpago de mi respiración?

¿El vuelo marítimo de un cisne o un zamuro?

¿Qué signo mío Te iba a despertar?

¿Los buscadores de oro?

¿La campana salobre mecida por el huracán?

Dejadme la pureza del estío y el canto del manantial

sobre los pinos en una hora alta

de paz y alegría.

Huérfano, y sin trompeta, y la mujer que abre su entrecejo

y es una potestad engañosa y el día que es una nube

efímera, y tú que vienes en el Fasto, Es lo natural,

Simplemente reposas o desvarías.

Desde el instante mío:

El que tañe en la raíz del húmedo fósforo

El de pulposo corazón, El que dilapida con

Ojos de ironía la escritura visible,

El de la parodia chirle, El de batir las

palmas, El supliciado, El que huye y tropieza

Con la máscara y el atavío,

El que amaina en la médula,

En algún lugar del camino, con ese regusto anticipado

del pueblo en que ibas a poner pie,

En la ruta, a remolque; nulo, A

Tiro de fusil.

 

 

 

 

Cuando subes a las alturas

 

Cuando subes a las alturas,

Te grito al oído:

Estamos mezclados al gran mal de la tierra.

Siempre me siento extraño.

Apenas

Sobrevivo

Al pánico de las noches.

Loba dentro de mí, desconocida,

Somos huéspedes en la colina del ensueño,

El sitio amado por los pobres;

Ellos

Han descendido con la aparición

Del sol,

Hasta humedecerme con muchas rosas,

Y yo he conquistado el ridículo

Con mi ternura,

Escuchando al corazón.

 

 

 

 

Belleza

 

Interrumpida mi plática, vuelvo a hablar contigo de la partida y el regreso.

Todo sucedió a vuelo de pájaro, belleza: a la

vez mundo compacto, cerrado y libre. Al abrir los ojos en la

llama fría, era un lorito ufano; te busqué de verdad, lamía en

la sombra tus huesos, santa perra. Aunque me ausentara de

ti, aunque me cubriera el ridículo, aunque estuvieras más

allá del resplandor que me envuelve; quizás cercana a la

bahía, en pleno mar de verano, en medio de las palmas reales.

 

 

 

 

Un día sea

 

Si solamente reposaran tus quejas a la orilla de mi país,

¿Hasta dónde podría llegar yo, hasta dónde

podría?

Humanos, mi sangre es culpable.

Mi sangre no canta como una cabellera de laúd.

Ruedo a un pórtico de niebla estival.

Grito en un mundo sin agua ni sentido.

Un día sea. Un día finalizará este sueño.

Yo me levanto.

Yo te buscaré, claridad simple.

Yo fui prisionero en una celda

de abúlicos mercaderes.

 

Me veo en constante fuga.

Me escapo a mí mismo

Y desciendo a mis oquedales de pavor.

Me despojo de imágenes falsas.

No escucharé.

Al nivel de la noche, mi sangre

es una estrella

que desvía de ruta.

 

He aquí el llamamiento. He aquí la voz.

Un mundo anterior, un mundo alzado sobre la dicha futura

Flota en la libre voluntad de los navíos.

 

Leones, no hay leones.

Mujeres, no hay mujeres.

 

Aquí me perteneces, vértigo anonadante —en mis palmas

arrodilladas.

 

Un diluvio de fósforo primitivo en las cabinas de la tierra

insomne.

 

El busto de las orquídeas

iluminando como una antorcha el tacto de la

tempestad.

 

Yo soy lo que no soy: Un paso de fervor. Un paso.

Me separan de ti. Nos separan.

Yo me he traicionado, inocencia vertical.

Me busco inútilmente.

¿Quién soy yo?

 

La mano del sollozo con su insignia de tímida flauta

excavará el yeso desafiante en mis calzadas

sobre las esfinges y los recuerdos.

Juan Sánchez Peláez (Venezuela, 1922 – 2003). Poeta y diplomático. Uno de los autores fundamentales de la poesía venezolana del siglo XX, cuyo influjo ha si ... LEER MÁS DEL AUTOR