Todo hijo es el hijo pródigo
[Ahora paso mis días sentado]
Ahora paso mis días sentado
bajo la pérgola de otro jardín
y otras raíces mantienen en vilo
un nuevo higueral perenne que ignora;
el adiós de la muerte que es silencio,
el cuerpo que encanece y no perdura,
la palabra que nadie ha pronunciado
y se cree manantial solitario.
Ahora observo y escucho en la quietud
y allí reside toda fortaleza,
toda perspectiva de juventud;
la del hijo que recuerda y es padre
y trae desde la región distante
la única residencia que perdura.
[Seguimos tan solos allí, madre]
I
con el fruto amargo de la sombra en los labios
y la nieve de su cuerpo en el estanque.
II
La naturalidad con que la muerte nos visita,
vuelve y sube al balcón después de tantos años;
tú y yo
entregados al dócil menester del agua
y el árbol de la muerte a pocos metros de la casa.
III
Más frágiles que el viento, las palabras,
esa orgullosa voz del viento.
IV
Pero el perdón es alimento de los parias
–concluye el hijo pródigo–,
aunque tú seguiste allí en esa orilla familiar
que llamas casa, patria que ahora desconozco.
V
Un muchacho puede caer de pronto
y pocos metros de caída
pueden bastar para dar altura a su muerte.
VI
La levedad de su cuerpo desgonzado sobre el agua
sigue siendo lumbre aún en el invierno,
cuando la mano vuelve su sombra entre adjetivos.
VII
Pero también estaba su risa
el luminoso torrente de su abrazo,
su manera de ordenar el mundo oscuro:
llamaba «perro callejero» al lobo en su ausencia
y erizaba el pelo al cruzar el paso del lobo verdadero.
VIII
Con qué levedad el viento
con qué argucia los recuerdos montan en el viento,
con qué dulzura las palabras viajan por entre el viento.
Hoja de aire sobre hoja de aire,
la palabra hace casa,
hace madre del soplo,
hogar de la palabra madre que llevamos en la boca.
[Todo hijo es el hijo pródigo]
Todo hijo es el hijo pródigo
en vida, en marea estéril
y después,
más allá del lienzo fresco,
la mano que pinta y es estar.
Todo hijo es un hijo pródigo
y la madre, que ya no es como agua,
hoy así lo nombra:
«abrazo, ausencia, niño
que aún sigues siendo en otros brazos».
[No llamo a los muertos por su nombre]
No llamo a los muertos por su nombre
pero uno a uno los voy poniendo
en el árbol del difunto:
hacia adentro crece,
el sol dora sus raíces
y sus frutos son un limbo fértil
de añejas palabras.
–!Bajad del árbol que la cena está servida¡
dice mi madre entre suspiros,
limpiando, reparando
y encalando muros de un espacio que ya es de nadie.
Yo prefiero descender por ramas de papel
y de vez en cuando subir hasta la raíz;
traigo viejas y trabajadas palabras en la noche
para morder el duro fruto, el duro pan del llanto.
[Escritura, poema]
Ix el sol groc com una grana.
jordi pere cerdà
Escritura, poema,
escombros ajenos que sin embargo
entonan un acorde
propio, una música, un campo
que florece en campo ajeno.
Poesía, fruto de soledad
que en la palabra dada ya se sabe
compañía, un campo sonoro que contiene
ese huerto cerrado
en el que vamos siendo a la deriva.
Palabras del canto, rasguños
del grafito que se desgrana,
que se deshace en señales de humo
en linderos apenas perceptibles
marcados en el cielo de la hoja.
Ágata, guijarro que es tiempo
en la mano que escribe,
mano en la que arde lo momentáneo,
altas nubes que inquieren por un cielo
que no existe aunque se puede intuir.
(non per sola vanità)
[Escribo con mi lámpara]
¿Pero quién, en usual ocasión,
verá sucesivos incendios en una misma calle?
Ida Vitale
Escribo con mi lámpara
frente a la oscuridad del mundo
para que el canto permanezca.
Todo era un espejismo:
vivir, pensar, huir
eran un mismo trazo.
Algo rompe los cristales del mundo
y sus anchas orillas traen intemperie,
la insidiosa ventana que pone distancia
entre la mano que escribe y el mar de fondo
Bajo los huracanes de la noche
como un río que comienza a pasar
tras la tormenta,
una mano se abre camino
a través del papel
y la boca que escribe.
A tientas,
más allá del fondo de la neblina,
esa mano que escribe
escribe sin saber que sabe
lo que ahora sabe,
como follaje inscrito dentro de la llama.
Escribe
con las alas nocturnas
de quien conoce la caída
y sin embargo mira
hacia remotos aeropuertos.
Más cerca de la patria que la espera
que del paisaje al que se debe,
esa mano escribe en la noche
a sabiendas de que la noche corre
hacia los altos aires del deseo.
(entre los arrecifes de la noche)
[El tiempo observa los instantes]
El tiempo observa los instantes
los devora como imagen sin rostro
y nos deja sólo el enigma,
el oráculo de las aguas
–al lado de los sauces,
a orillas del verde perenne–
de espesores y sombras
que la clepsidra no digiere.
Todo vuela hacia el país del nunca jamás
donde nada está escrito
salvo la piel marchita y transparente de la edad,
que se adhiere, como la segunda piel del cordero,
al precipicio del cuerpo y sus excesos.
Una mano llama a todas las puertas
y nadie le responde.
[Aquí, en el azul del azul]
Aquí, en el azul del azul
ante un balcón que asoma a mis 50 años
una piscina en invierno
resplandece de cal y de hiedra
en memoria de los veranos venideros.
Impertérrito, sabe ignorar
el tiempo y su desazón cambiante;
impertérrito sabe estar, ser ahí
sin más razón que estar ahí.
De pronto el fucsia encendido
interrumpe las cavilaciones
y lo impermanente hace que la mano vuelva
al vértigo modélico de lo impermanente.
«Soy mano. Soy una mano que se detiene, que borra»
y, como fuera una ronda infantil
repite con la voz de la mente
«un, dos, tres, volvemos a empezar».
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Poemas de En la mano que escribe.
(de Poesía reunida 2007-2022, RIL editores, Barcelona, 2024)