Un biblioteca en el invernadero
Teorema de la bolsa de compras
La vida es esa lotería donde todos pierden.
Un hipódromo en tu cerebro-
y le apuestas siempre al caballo incorrecto.
La vida llama por teléfono y le contestas en un país remoto.
No respiras sino en esta línea invisible que va de un eucalipto a otro.
Y no entiendo qué significa eso.
Los niños comen sin hablar, ni sentir.
Hay una casa dentro de la casa.
Hay una casa dentro de la mente.
Un corazón dentro de la nevera está sangrando.
Y eso debería decirnos algo de los hombres que lloran
mientras hacen ejercicio.
Una figura transparente cuyos recuerdos son latas como sueños
que, ni siquiera como broma cósmica, estaban por cumplirse.
Esto deberías tatuártelo:
“un niño que se corta los dedos por fabricar cometas
aprende igual a volarlas sin los dedos”.
La mente cuida al que cuida la mente:
arrulla al loco que se encierra.
Soy un niño feliz solo mientras el hombre adulto que seré
me cubra los ojos con una venda roja.
¿Te recuerda esto a una película italiana?
Entonces quizás eres de mi época,
y veías cine italiano pasado por el ojo de Hollywood,
imaginando que las vendas tenían amaneceres dorados
(o gafas de realidad virtual).
Entonces quizás eres de mi época.
O quizás no: ya me veo a la distancia.
Hay trenes. Hay teléfonos, trenes.
Una tijera sirve para cortarse el pelo pero también podría
servir para que la persona correcta
decapite una flor en el camino a casa.
Una flor amarilla, pero negra y quizás un juguete imposible.
La casa retrocede.
Yo soy una persona que solo puede comunicarse con los demás
alejándose de ellos.
Hay colmenas de luz en el camino que lleva del camino
al camino. Y no hay casa, pero hay colmenas de luz y un jardín
donde ves bolsas de basura y un magnolio que parece
el rostro de un niño que cae por la pendiente y sangra.
¿No será que estoy muerto y que esto es un monólogo
desde una urna cineraria sueño?
Quizás en algún lado me espera mi silencio, se propaga,
se presenta en flores, girasol, amarillísimas.
He sido este cuerpo que, lejos de defenderse,
me ataca. Enfermedad de tantas personalidades
donde las células se comen todo proyecto y destino.
Y canta un tango sideral, mi sueño,
un tango infinitesimal en ángulos de luz chorreada
que lentamente caen en una botella transparente.
Pertenezco a varios universos, pero claramente no a éste.
Señorita realidad, le pido incluirme en su historia de límites
donde hay personas que me atacan a la hora precisa,
donde los árboles me atacan o me sobreprotegen
como a ese perro negro que cuenta las estrellas.
(de Cuaderno de Yorkshire, 2018)
Un biblioteca en el invernadero
(¿Cómo sería un artefacto para olvidarme de mí mismo?)
1
Abres
el grifo
y la tubería
te bebe
y
el agua
entiende
tu
velocidad
(lenta):
ese voltaje oscuro de tus pies en la tierra
cuando paseabas en una playa desconocida
mientras en una habitación de Nueva York,
John Lennon cortaba una libélula con una tijera de coser.
Las tijeras limitan la realidad.
O una canción de Morrisey que dice.
“soy el primero de mis amigos en morir”.
Abres tu casa dentro de tu casa
y nos hemos puesto a llorar juntos pero solos.
“Si no recuerdas este instante, no pasó, ni pasará”.
Una botella de vino que una mujer bebe
como si bebiera el espacio que existe entre las cosas.
2
Derrotado, crecí más allá de las nubes magallánicas.
Los días de morir en la distancia
me pedían no sentir por siempre.
Toco la destrucción con cinco dedos
de una mano que no tiene ninguno.
3
Las estrellas.
Tuve
las estrellas.
Las estrellas
de ti
que no comprendo.
Soy todo lo que no se salva:
entre ciudades amuralladas
el adiós y la noche
son la enfermedad de morir con estrellas en los ojos.
Casas que crecen desde ninguna parte
como flores oscuras de la mente.
Alguien cuida molinetes de agua que no existen,
pero
¿qué puede existir
si no existen
los molinetes
de agua?
4
Pienso. Hay un bar en cuya esquina una máquina de futbolín
me hace perder la paciencia. Una pelota cae. Afuera, el viento
de tapiz amarillo, junto a casas y maniquíes, me dice:
“equivócate, muchacho, que hoy te lleva el mundo”. Dentro
de mi mente, un verano crece con muchachas arrodilladas
rezando hacia la Meca. Y mis neuronas trabajan como pistolas viejas
lanzando rotas canciones al vacío. Entonces, algo extraño
me permite mirarlo. Y no es la muerte que llama por su nombre
a cosas que no existen (cosas que no existirán y son flores).
Más bien, es la herida que deja mi error al producirse:
pienso la herida, tantas veces oscura y cobijada:
escalera que subo para sobrevivir. Allí, habito mi promesa
(la traiciono): el lenguaje, casa de todos, nunca mía.
Soy los rieles que alguien dejó ayer detrás de mis zapatos.
Esos trenes que han muerto en ojos que nacerán mañana.
Soy los conejos que nacen de mis manos cansadas,
que beben en mis manos y en tus manos ajenas.
En este cuarto, sobre esta cama, la vida es un jarrón en polvo.
Soy bienvenido a los ojos que no me recibirán.
Banksy en Miyasaki
(¿Desde cuándo mi vida es un anime con números y letras?)
mi “kokoro” en Miyasaki
1.El Castillo Ambulante es mi corazón
Una niña de lentes lleva un globo rojo.
Lo ata a un clavo que sobresale de una silla
y,
sobre los muros de un castillo mecánico,
ella escribe:
“todos me abandonaron, pero este vacío es mi casa”.
Aquí
sólo es posible una lata de aerosol
que dibuja centenares de niños volando por el cielo.
Sin embargo,
el virus de la antirrealidad destruye este barrio pequeño.
Bristol es un globo de cristal escarlata:
las ventanas vuelan como navajas a los cielos.
Una granja industrial es mi rostro en la nieve.
Una niña de lentes es la libélula que aprieto entre mis dedos
y sus cápsulas para dormir son universos en mis ojos.
Un parque es un viejo subibaja donde mis pies evitaban la muerte.
Crecí. A veces lejos de mí (de lejos)
en la contracción
(en la oscuridad me contraía).
Pero también respiraba,
entre llanto y estrella,
entre grumo y galaxia,
yo respiraba mi construcción,
mi devoración:
abrí los objetos en ríos
y las puertas en puertas.
Lejos de mí,
entre llanto y estrella, yo me oía,
entre grumo y galaxia,
también
me susurraba.
2.El Viaje de Chihiro (Watanabe)
Una estrella pregunta si la observas,
pero nunca responde.
¿Eres un niño abandonado que pinta en los muros del mundo las haikus de la noche?
¿Eres un globo rojo liberado en el cielo?
Aquí se borra. Aquí mi globo rojo está borrado.
Mi regreso a todas las infancias
donde crecer es llorar bajo los cactos del desierto.
Si el correcaminos muere en la mente del coyote,
el coyote ya no tiene camino.
La vida: un galpón lleno de niños acostados
luego de un bombardeo.
Mi rostro es mi casa sin padre.
Yo estoy allí, hostil, pero ligeramente quieto.
Tras la cinta que rodeaba los ojos destrozados
está la mano borrando un círculo de nieve
donde alguien abandonó una cebolla negra.
Dentro de mí, he perdido la vida. He perdido lo único que no tenía.
Un globo rojo es la noche que muere: esa flor inhumana.
3.La princesa Mononoke
¿Estás listo para seguir el camino que predijeron las piedras?
No olvides que la cicatriz crece si la ira crece.
Un jabalí es un ser triste: de él sólo conocerás su odio y su dolor.
De mí, en cambio, sólo conocerás el dolor.
Un cóndor
en el sueño
de una niña
con su globo rojo.
Un simio
quiere destruir simios
para obtener
su fuerza.
No preguntes si son dioses antiguos del bosque del dios ciervo.
No sé cómo llegué hacia mis manos.
No sé cómo me derribaban.
Un copo de nieve
sobre los detalles que no se indican en tus mapas:
yo me vendo los ojos,
dentro de mí hay una piedra envenenada,
yo defiendo mis pérdidas.
(de Yaraví para cantar bajo los cielos del norte, 2019)
Belleza triste del Dasypus novemcinctus
(¿Por qué los animales más hermosos no siempre son avestruces?)
A León Félix Batista
Dibujo un armadillo con lápiz de carbón.
Lo llamo “pájaro” y sé que me equivoco.
Lo llamo “vida” y sé que me equivoco.
Lo llamo “belleza” y sé que me equivoco.
La vida de un hombre son los sueños
que tuve alguna vez: y ya no pesan.
Un armadillo es un acto hueco.
Lo había visto -agonizante- en un televisor antiguo.
Una pantalla demasiado frágil separaba
lo abstracto y lo concreto.
Ésta no es mi muerte- pensé.
Sin embargo, soy un tímido que vive en una caja tonta,
soy el repetitivo que vive en mi cerebro.
Y medité que el frío que ese animal sintió poco antes de su muerte
era el mismo frío que yo había sentido mi vida entera.
Soy el humano que cuida
armadillos inexistentes sobre un desierto mexicano.
La vida me habla con sus ojos de televisión apagada.
La televisión hizo de mí un hombre solo
que sueña en armadillos muertos.
(de Un hombre lento, 2019)