“Pequeño legado” y otros poemas
De Margen de lo invisible
* * *
Por el sendero de los robles rojos
entra en el bosque hasta llegar al río
antes que el indigente acorde de la lluvia
vuelva a callar tus pasos.
A tu descenso atiende,
escapa al otro lado de tu cuerpo.
Allí reposa.
Entrégate
de par en par a la intemperie
en cada claro mientras rozas siempre el peligro
de alzarte demasiado de las cosas.
Antes que el aguacero llame en ti
de nuevo ̶ sombra al tuétano,
silencio al alma ̶ , hunde
tu sed en las orillas, congrega tu penumbra.
En los zapatos llevas
la tristeza de todos los caminos
y ese frágil sopor de quien existe
expoliando al crepúsculo
un bárbaro sonido, su inhóspita esperanza.
En ti se abre el instante
de no ser o de ser lo otro:
eso otro donde nunca eres.
Reconoces el último silbido
de las hojas, sus aves escondidas.
Venía por el bosque
la noche de tu cuerpo y del insomnio.
Te hurtaste a lo callado y no supiste.
Ahora escuchas, nómada y cautivo
desde el sendero de los robles negros
como último sonido el del arroyo.
No sabes la manera
de estar en todo lo indecible.
* * *
¿Cuánta verdad reside en nuestros actos
si en todo existe algo, en cada cosa,
por la que interrogarse?
¿Cuánta verdad aquí, en este momento
en que escribo estas líneas?
Blancas de nieve están mis manos blancas
mientras trazan oscuras su ceniza.
Páginas blancas, negros trazos. Oigo
cómo mis ojos enmudecen.
Huyamos por las sílabas que han sido,
aún no lo sepas, el invierno que nunca
concede su dominio, una luz poblada
por sílabas difíciles, por ajenas ciudades
donde el frío se afana y hunde
en cualquier melancólico resquicio
que el alma pueda usar como refugio.
Huyamos.
Cada mínimo detalle, cada objeto
pronuncia la extinción de la mirada
ahora que existir es sólo
recordar el azul suicida de las palabras rotas.
Hasta entonces, la vida consistió en ir hurtándome
a una forma, al preciso ejercicio de mis pulmones.
Derrotado al nombrar el mundo,
conozco el desconcierto de lo bello:
para tan breve pertenencia tan largo exilio.
Conozco su divisa. Dibujé la invisible
frontera entre mi cuerpo y la intemperie.
Mas, ¿qué materia descender, qué voz
encender somnoliento y extranjero,
aquélla con avidez de humo, o ésta
unida sin remedio a la distancia,
nieve que ha ido enmudeciendo tanto
camino, tanto bosque.
¿Cómo estar en todo lo indecible
sin ser lluvia, camino, rama, ave?
Soy fragmento sonoro de lo vivo.
De La habitación cerrada
* * *
Te encontré desterrado, afuera, lejos,
como rompiendo el mar bajo tus párpados,
llenándote el letargo los pulmones
con su ceniza soñolienta, escoria
que va tapiando puertas y ventanas
de la breve mansión que habitas, donde
ya nadie y todos hablan.
Cuando apenas
te escapas, balbuceo casi ininteligible
entre fiebre y delirio,
está llegando el mar a tu mirada.
* * *
Di, qué escribe el azul de tus venas y en dónde
te vas hundiendo.
Raptas estrellas emboscadas
bajo tus párpados como quien escuchó su música
lejana y triste, y supo que el mundo todo aguarda
su hundimiento.
Metódico enumeras
las brechas, cristalizas como escarcha
un umbral en lo incierto.
En tu respiración
los relámpagos van cayendo.
¿Acaso no leyó también el frío
mi cuerpo, el azul de mis venas?
* * *
Se adelgaza tu voz a veces tanto
que fácilmente rozas lo invisible.
Quizás en ella muera
la blanca rosa ingenua de quien sabe
que brotarán las amapolas para
que vayas alejándote,
y aunque vuelvas, serás distinto.
Todo lo dejarás en otro lado.
Pequeño legado
No cerraré del todo vuestra puerta
aunque debéis comprender que el miedo
forma parte inherente de la vida;
para quien vela es fácil domeñarlo
por el empuje de temores propios,
reconozco que necesito vuestra
fragilidad, que habrá de ser la mía
para siempre.
En lo frágil queda oculto
lo hermoso. La belleza, sin embargo,
os irá descubriendo realmente
qué sea el mundo, cuáles sus peligros.
De vuestro aprendizaje, las primeras
letras os abrirán en el misterio
las grutas de su encanto, donde nadie
será esclavo si no lo es de los trazos
y el sino de los nombres.
Cuando vuestra
curiosidad os lleve sin nosotros
allá afuera algo o alguien manchará
vuestra mirada hasta volverla leva,
casi ajena puesto que habréis
conocido y será el dolor ya vuestro.
excepto algún relato, viajes, libros
o palabras amadas como pueda
amarse el árbol o la tierra, el mar
o la estrella grabada en la pupila.
Mientras llega ese instante, idos durmiendo,
entornaré la puerta muy despacio
y dejaré encendida esa pequeña
lámpara sin descanso: fiel mi noche
ahuyentará la sombra en vuestro cuarto.
De La piel de la intemperie
* * *
Espera leve si conspira grávido,
mudo letargo sobre el cuerpo inerme;
para quien en su frágil voz se duerme,
la luz apura y la resiste impávido.
El sueño resplandece y es ingrávido
abandono este no reconocerme,
y la noche no cesa de dolerme
aullando súbito y respirando ávido.
Todo es consumación mientras me sumo
pulso tras pulso a la intemperie. Lento
intercambio en que le hálito socava.
La forma salvo, quiebro el vuelo en humo
subterráneo: grave advenimiento
del ser en cuyo ascenso el cuerpo acaba.
Lear o la piel de la locura
Estoy dormido.
Mudo de piel entre lo informe.
Sobre mí vienen a dormir los pájaros
que picotean entre las plumas de los ángeles
el desencanto y el deslumbramiento.
Tengo once ecos sobre once corazones
aunque a veces se alarguen
y expandan las azules raíces del relámpago
para trazar mis venas.
Así he vivido,
inmerso en el murmullo de las formas.
El durmiente que fui va despertando.
Muchas veces escucho el alto idioma de los árboles
o el susurro sutil de los guijarros
hablándome en los cauces.
Soy un acantilado, el herrerillo
soportando la escarcha que desciende
desde rotas estrellas;
me detengo y escucho cómo cada sendero
posee su lamento.
Entonces trago
las lombrices cebadas con humus de cadáver,
para ingerir mi propio cuerpo segrego las palabras
y estoy plantando sílabas de amapolas segadas
o asediando el delirio.
Porque hemos sido fieros vagabundos
en la oquedad estéril de nuestra carne,
dimos los nombres y la muerte dimos.
El invierno es lo frágil siempre huyendo
devorado de instantes hacia aquella
noche que cae bajo el signo hueco del mundo.
He vuelto enfermo a ser entre lo oscuro que jamás termina.