Juan Gustavo Cobo Borda

Tierra de fuego, las palabras en escena

 

 

 

Por Omar Castillo*

El libro Tierra de fuego, de Juan Gustavo Cobo Borda (Bogotá, 1948-2022), se abre con el texto “La tierra de todos los fuegos”, escrito por el poeta Enrique Molina para presentar la edición hecha por la Fundación Simón y Lola Guberek (1988), y en él nos dice que “La función del poeta es asumida como la de ese payaso empolvado que canta su fracaso lírico, o bien ese bufón hecho para sentir”, que “En medio del extraño delirio de estar vivo conserva la cabeza fría, contempla con la máxima atención la cuerda floja por donde avanza, en la que cada paso está exaltado por el riesgo de la caída”.

Estas observaciones de Enrique Molina las asumo como un telón de fondo para iluminar los poemas de Juan Gustavo Cobo Borda donde realizo una puesta en escena de las palabras que los componen, movilizando su escritura hacia una lectura dramática y asumiendo cuanto oscurezca o esclarezca tal desplazamiento, pues al abordar un poema no debemos escatimar recursos, incluso el de diseccionarlo en busca de sus encubrimientos y desvelos. De no hacerlo, la realidad dada por las palabras de un poema seguirá vedada, y para quebrar esa veda, es necesaria nuestra intervención creativa. El súbito creador de un poema es incesante y el suceder de su realidad u otredad, se realiza en cada lector. La realidad es incesante, también las palabras que la aprehenden en el poema.

El poeta es actor y dramaturgo en las palabras que elige, en la forma como las usa para establecer las imágenes que crean la escritura de su poema. Así, el poeta nos lleva por el itinerario que se lee en Tierra de fuego, y sin filigranas asume las palabras de manera directa, presentando sus asuntos sin distracción. Sabe que un poema es un lugar al que se llega y para habitarlo es necesario descubrirlo en todo lo extraño de su incógnito. El poema es lugar, descubrirlo es arduo y tanto más habitarlo y saber a qué sabe su saber.

“Retratos”, “El maestro” y “Mestizo nicaragüense”, son poemas que dan inicio al itinerario por las escenas de Tierra de fuego, en el primero Cobo Borda anuncia la noción poética donde se funda la escritura de su libro, mientras en los otros dos expone su aprecio por las figuras de Borges y Rubén Darío, poetas cuyas atmósferas y ritmos han impreso un movimiento vital en el idioma español.

En “Hecha por todos: la poesía” el poeta aventura su voz por territorios donde el diálogo es apenas posible, donde rigen las acechanzas impuestas por la miserabilidad usurera que acosa las cuadrículas habitadas por la cotidianidad humana. Su voz sucediendo por entre los vericuetos de tales cuadrículas, actuando con los ecos del habla de quienes las habitan, constata que las palabras en un poema no son propiedad exclusiva de quienes las domestican para hacer lucir sus pulcras escupideras. Aun en medio del acoso, la poesía cruza las vías públicas a cualquier hora: “Hay tan poca diferencia / entre los vivos y los muertos. / Sedientos ambos / por una misma palabra / que calme su compulsiva avidez”.

Ante las condiciones que domestican y ofuscan la cotidianidad humana, ¿qué sentido de realidad nos adentra la poesía? Mucho se ha argumentado sobre la acción reveladora de la poesía, también contra los desasosiegos que promueve. Agreguemos que aprehender es una de sus realidades. La escritura de Juan Gustavo Cobo Borda se comporta en señas afanosas dejadas en territorios donde la usura gobierna e impone sus dogmas. En su poema “En Colombia matan demasiado”, nos dice el poeta: “la ira / no dicta / buenas palabras. / Hay que copiarlas, / sin embargo, / aun cuando la página / se vuelva mucho más blanca. / Pálida como sudario”. Aun cuando permanezca la duda de que estas señas nada pueden contra la impotencia, contra ese encono que se esparce reduciendo la dignidad, y en “Al recuerdo de un escritor”, se pregunta: “¿Cómo hacer que las palabras sirvan / en países insuficientes / atiborrados de piadosas mentiras?”.

No encubrir, no usar las palabras para encubrir la realidad por ardua que esta sea. Que el poema desenmascare la domesticidad que nos sujeta y evidencie los dividendos usureros de tal sujeción. Pues para la consolación ya es suficiente con los eslóganes de la publicidad regida como única ideología de nuestro tiempo. En su poema “Los viejos trucos” el poeta, aludiendo a un tema “personal”, nos permite saber que “Escribir lo que se desearía sentir / no lo que se siente, / es algo insincero”. Y forzando lo “personal” del poema, es posible leer por uno de sus resquicios, como la obediencia a los cotos donde la oración matutina celebra la existencia de una vida y muerte remunerada, es el truco para triunfar:

 

“Pero el poeta,
bufón hecho para mentir,
seduce con su máscara de amante
y se desangra al pie del lecho
tantas veces mancillado”.

 

Estos eslóganes publicitarios que “sacralizan” la domesticidad laboral, también se filtran por los versos del poeta tocando los “íntimos” motivos usados en su escritura, hasta figurarlo en el instante de su monólogo “Elogio de la superficialidad”:

 

“Que el cotorreo sentimental
no subleve la bilis.
Ninguna tensión rígida:
desnudarse. Dejarse ir.
Sin embargo par delicatesse
volvemos a convocar
el baboso yugo”.

 

Y en este itinerario íntimo y público que Juan Gustavo Cobo Borda nos propone en su libro Tierra de fuego, nos es presentada la visita que le hace a César Vallejo justo cuando este departía con sus madres. Visita exhibida tal como quien alcanza su cenit acrobático al deslizar su garganta por el filo de un arma cortante:

 

“Blandengues y mimados,
carentes de carácter,
[…]
hemos sido educados.
[…]
Nunca afrontamos nada.
Pero el tiempo
acaba por ponerse de nuestro lado.
Lo que fue rubor y pena
se convierte en anécdota barata.
[…]
Todo poema puede ser asco
pero también una voz muy leve
arrullándote despacio.
[…]
Sostenme en el aire,
que me caigo”.

 

Y llegamos al poema “Modos de resistir”, donde el poeta monologa sobre sus íntimas mudanzas, sobre los espejos y las apariencias que lo penetran con imaginarios cuyos hilos parecieran usurpar su principio de realidad, el ser de su personaje poético. No obstante nos deja oír: “Hoy reniega de ellos / como quien abjura de una voz que no es la suya. / No se reconoce en sus titubeos serviles / ni en la necedad de querer servir / dos señores al mismo tiempo”.

En el monologar del poeta es visible la sombra de un otro asomando tras las rutinas de quien narra la domesticidad que lo somete. Evidencia en escenas de una introspección que busca mudar de voz, mudar ese tautológico diálogo consigo mismo. Entonces, ¿dónde ir?, ¿dónde encontrar un espacio para el olvido de la regida existencia? Al mismo tiempo, en su poema “El retorno de las carabelas” el poeta inclina su mirada sobre los exóticos civilizados sobrecogidos por las maneras de los domésticos que los invaden y “cuelgan trapos sucios de las ventanas”:

 

“Y ellos, los rudos visigodos,
los malolientes bávaros
contemplan cómo la nueva tribu atrabiliaria
devora museos, consume paisajes,
hurta los souvenirs infames.

Se esconden entonces
en los cuidados bosques
de sus barrios residenciales,
lejos del smog
pero no de su propia historia
implacable”.

 

Sí, retornan las carabelas llenas de bárbaros con cicatrices donde prospera el proteccionismo de patronos que los admiten como mano de obra barata, esos que se benefician implantando un abecedario para guardar silencio, mientras los someten con su historia, con sus ciudades y residencias museos donde se practicaron y se siguen ejerciendo los más sofisticados crímenes. Esos que saben engolosinar con su ciencia y tecnología al servicio de la barbarie desarrollada. Al parecer la “tribu atrabiliaria” no tiene escapatoria en un mundo que, como se dice en el poema “Aquí y ahora”: “se estafa a sí mismo / especulando con pasados que no existen / y futuros que por supuesto nadie disfrutará”.

“¿Todo goce implica remordimiento?”, interroga el poeta en el tercer numeral de su poema “Aquí y ahora”, mientras su garganta sigue deslizándose por el filo del arma que atraviesa las escenas donde suceden los poemas que hacen el libro Tierra de fuego. Y de súbito, del fondo de su voz ahíta entre escombros, el poeta García Lorca cruza la escena dejando “una gota de sangre de pato”, que acentúa la luz para la última escena en la escritura de Tierra de fuego.

La poesía es asunto de hallazgos. Y el libro Tierra de fuego sale de la veta encontrada por el poeta, cargada de dones y propicia para realizar su escritura. En el poema “Tierra de fuego” que cierra el libro y le da título, Juan Gustavo Cobo Borda expone las labraduras excavadas, asumiéndolas a su voz. Entonces los versos del poema se imprimen como un llamado a la tenacidad para penetrar el destino cifrado en lo inédito de las manchas de la vida:

 

“En esta tierra seca
donde los grandes lagos escarchados
inician su deshielo
[…]
algo irreprimible
me ha obligado de nuevo
a tratar de decir la vida
con palabras insuficientes.
[…]
Cuántos años, cuánto tiempo,
sin más ley que la ineluctable
que rige las mareas.
[…]
Por tal razón trabajo los vocablos
que deben introducirse
en algún remoto pecho
como quien miles de años después
recoge un pedazo de vidrio
golpeado hasta conformar una punta de flecha”.

 

Tierra de fuego es un magnífico libro, surtido de paradojas y madejas que se evidencian a través de las palabras que escenifican la escritura de sus poemas. En él el poeta Juan Gustavo Cobo Borda realiza una visión de la poesía como acción desveladora de los encubrimientos que someten la cotidianidad humana a un servilismo sin atributos. Así, entre lo nítido y lo abrupto de su dibujo expresivo, entre el irse y el aprehender de sus imágenes, actúan las palabras en las estrofas de estos poemas.

Otros libros de poemas de Juan Gustavo Cobo Borda son: Consejos para sobrevivir (Ediciones La Soga al Cuello, 1974), Salón de té (Instituto Colombiano de Cultura, 1979), Ofrenda en el altar del bolero (Monte Ávila, 1981), Roncando al sol como una foca en las Galápagos (Premia, 1983), Todos los poetas son santos, e irán al cielo (El Imaginario, 1983), Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos (Monte Ávila, 1991), Poemas orientales y bogotanos (1992), El animal que duerme en cada uno (1995), Furioso amor (El Áncora Editores, 1997), La musa inclemente (Tusquets, 2001), Mirar con las manos (Fundación El Libro Total, 2006), Poemas ilustrados, con ilustraciones de Ana Patricia Palacios (Tragaluz Editores, 2008) Los poetas mienten (Fundación El Libro Total, 2009), Poemas recientes (Fundación El Libro Total, 2011) y Poesía reunida (1972-2012), (Tusquets, 2012).

 

 

 

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*Omar Castillo, Medellín, Colombia 1958. Poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros de poemas publicados son: Huella estampida, obra poética 2012-1980 (2012), Tres peras en la planicie desierta (2018), Limaduras del sol y otros poemas, Antología (2018) y Jarchas & Escrituras (2020). Su obra también incluye el libro Relatos instantáneos (2010), la novela Serafín (2022) y los libros de ensayos: En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana (2014 y 2018), Al filo del ojo (2018) y Asedios, nueve poetas colombianos (2019). De 1984 a 1988 dirigió la Revista de poesía, cuento y ensayo otras palabras, de la que se publicaron 12 números. De 1989 a 1993 dirigió la colección Cuadernos de otras palabras, de los que se publicaron 10 títulos. Y de 1991 a 2010, dirigió la Revista de poesía Interregno, de la que se publicaron 20 números. En 1985 fundó y dirigió, hasta 2010, Ediciones otras palabras. Poemas, ensayos, narraciones y artículos suyos son publicados en libros, revistas y periódicos impresos y digitales de Colombia y de otros países.

Contacto: om.castillo58@gmail.com

Juan Gustavo Cobo Borda Nació en Bogotá, Colombia, en 1948 y murió en la misma ciudad en 2022. Poeta, ensayista, editor y antologista. Algunos de sus libros de p ... LEER MÁS DEL AUTOR