Manual de carpintería
El keshōmen*
tiene vacilante al carpintero mueblista.
Del trozo de madera que tiene en sus manos
puede contar una bella historia del origen del mundo
o una encantadora ficción de amor.
Cierra sus ojos para oler la resina
lo acaricia suavemente con sus dedos
luego observa sus caras y sus cantos.
Sabe bien qué madera es
el tipo de aserrado que le dio esa forma
y conoce la lluvia que humedeció las raíces del árbol.
Ahora puede decidir cuál es la mejor cara
que observará la mujer que ve pasar cada tarde.
Imagina también su rostro cuando descubra en la vitrina
la mesa de té que fabricará para ella.
* El keshōmen en japonés: superficie decorativa de un trozo de madera.
La leña se trabaja
con el hacha finamente afilada,
luego de la motosierra,
astilla por astilla.
Por cada golpe se desprende la corteza
los trozos dejan ver los surcos en u de pálidas larvas
ciegas se encargan de coníferas enfermas y débiles.
Con el tiempo un coleóptero negro
desconocerá su origen
y volará hasta desaparecer.
El aserrín señala el lugar dónde quedó
el esfuerzo humano
por no desaparecer este invierno.
El nudo
es la perseverancia en secreto de una rama
se estira imaginaria al tacto,
el cielo que anhela tímida,
una niña curiosa
y su índice que apunta una luz
estrella que se mueve en la noche.
Todo es una evocación
hermosa falla,
ninguna igual a otra,
marcas en lo llano de la madera.
Indisciplina esta
Freddy la descubrió frente a las cámaras
el secreto de mi madera, mi línea bruta
dos extremos que se reconocen en una misma mano.
La letra dominada es la mentira que dicto a otros
porque no soy capaz de ejercerla,
soy el Adán que retorna experto,
sé que no seré castigado y que dios no existe.
Esta es la mano que dirige
que señala y avanza las páginas de memoria
evangélica, católica, de memoria.
La precisión del corte que acaba en el ensamble,
la verdad de todo, lo otro no logrará parecerse a nada.
Ningún oficio será parentela, ni la madera ni la letra,
toda la indisciplina entre mis zapatos
aserrín que se acumula nada más para enfrentar la lluvia
que asoma más allá de la punta del trueno.
La caja de música
no la abras,
allí dentro está el susurro
de quien se sentó por última vez
a los pies de un árbol añoso,
la madera que la forma.
El bosque Aokigahara*
es el lugar perfecto,
los trozos de madera guardan la memoria
la cultura de no quejarse.
El carpintero escucha su nombre
y dedica su bello trabajo
al espíritu que eligió, como él,
las firmes ramas de esta corteza.
* Aokigahara, también conocido como el Mar de árboles o Bosque de los suicidios.
De la vitrina hacia afuera
hay un rastro de aserrín
que llega hasta la calle.
La lluvia inicia la competencia de las soleras,
rememoran las acequias ochenteras
de la aldea, colmadas en invierno.
La de este lado tiene un perro negro muerto
la basura se estanca en él y enancha el curso,
alguien mueve el bulto,
y como siempre ha sido acá,
el agua se lleva el cadáver
con toda la inmundicia que sostenía.
El álamo
aplaude con un trazo finísimo
el secreto del raco,
una hilera protectora en el campo
canto de mudas acequias.
Aldea adobada en la infancia,
por la tarde huyen las pelusas,
la evocación y pueriles chillidos.
Gigante bordado
urdido en la memoria de la abuela
hoy es repaso encendido en la piel,
fuego que no logra ver el tronco
mas se queda en el dorso
traslúcido, alcanza el cabello,
la nuca, las manos.
Ese que soy
a lo bonzo.
Del carpintero de rivera
hay algo, el cadáver de una ballena
dibujado en la orilla.
La quilla brotada del bosque oscuro
de tumbados viejos, largos,
rectos, colorados como el ulmo.
Las cuadernas ocultas
en profundas quebradas, niños ciegos
que siguen la luz del sol que los enchueca.
El cierre de ciprés y de olivillo para sumergirse,
todo sobado al vapor, cajas largas
donde se ablanda el espíritu.
El calafateo con estopa de alerce
canta al oído, el martillo sordo porfía
y el cincel se entremete en secreto por las rendijas.
Hay un cadáver varado en la arena,
aún respira junto al cauce
que de vez en cuando desaparece.
-Poemas de Manual de carpintería