Desde la nao Salamanca
Desde la nao Salamanca
A Miguel de Unamuno
En la soledad de la cofa del vigía
hace frío, duele el viento,
se extiende el desierto de la línea eterna sin perfil.
Allá arriba, don Miguel,
asomado a gaviotas que nos hablan
de continentes cercanos,
no es fácil conversar entre pares.
Los trajines de cubierta,
los crujidos de trinquetes, mesanas y gavias
lo distraen a uno de su sueño lúcido.
Solo algunos,
despiertos entre sábanas de bruma,
pueden atisbar cómo se disipa
la espesura del aire
para correr el velo.
Solo algunos. Hoy solo usted.
Llega entonces el avistamiento:
un horizonte inverso,
montañas de cielo penetrando en el mar.
Toca ahora gritarlo,
don Miguel,
pero ¿cómo?
Cuesta
Se me hace bola, Señor, se me hace bola.
Mastico guijarros de falsas piedades calcificadas,
garbanzos esquivos que se decían cerezas,
tizones tibios, ascuas de contrachapado.
No me lo guardes para la merienda,
te lo pido,
bien sabes qué son:
espiritusantos de purpurina
banderas cruzadas en los altares
arengas viciadas en las tarimas,
nula sintonía con la fuente difuminada,
disonancias brutales enmascaradas.
Nunca hablaste de eso, Señor, o sí,
¿de dónde sale?
¿Tanto he de tragar?
Ardua tarea, deglutir la calcárea eucaristía
…
No.
He de profanar la hostia mineral
con arcadas sinceras, como Cristo,
con el vómito insumiso de la santidad.
Ante la metamorfosis del leño
Me siento y aprendo
ante la metamorfosis del leño:
se inmola gozoso
por alas de incienso y de luz.
¿Adónde se va tu cuerpo duro?
¿Adónde tu solidez,
tu temple tan frío y seco?
Respóndenos con tu calor.
Vasija que, ignorante,
contuviste el fuego,
caliéntanos con tu destino,
alúmbranos con tu entrega.
Ya estamos listos
para leer tu epitafio:
La llama es abrazo,
el beso mordiente de la verdad.
Cáscaras
Te hundiste,
seguiste como terco meteorito
hacia las profundidades de tu desgracia.
Alcanzaste las fosas abisales.
“Ya toqué fondo”, dijiste.
Era la cáscara del fondo, del auténtico abismo.
Volaste,
te alzaste hasta el último
círculo concéntrico de la esfera.
“Ya toqué el cielo”, dijiste.
Tocaste la cáscara de tu vanidad,
las puertas de un alto vacío.
Luchaste,
compraste atajos al triunfo,
pagaste con años, sangre y alma.
“Ya toqué el éxito”, dijiste.
Quebraste la cáscara de un huevo podrido
y, sí, te embriagó con su hedor.
Amaste,
conociste y honraste la supremacía del tú,
traspasaste en tu entrega las lindes del mar y del aire.
“¡Más!”, dijiste.
Acaricias la cáscara de la eternidad,
rota por Otro antes que tú.
Oda al piojo
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Jorge Manrique
Tú, saltarina amenaza,
monumento móvil y permanente
a las alegrías y ansiedades
de cada nuevo septiembre,
hueles a lápiz recién afilado,
a sudores de futbolista de patio,
y también a vinagre,
a sofocos de madre
y a vergüenzas misteriosas.
Suenas a la música de las voces bajas,
de los murmullos apresurados
y las exclamaciones contenidas.
Sabes a culpa por no sé qué,
a rubores injustos
y a miradas de maestros despreciables.
Luces como todos los enigmas,
como todas las presas refugiadas
en su relativa pequeñez.
Tu tacto es hoy la añoranza
de una cabellera generosa,
rebelde y, por lo visto,
acogedora.
Celebro ahora, viejo amigo,
la tardía revelación de la verdad
de tu democrática presencia.
Alabo tu salto a la cabeza
del repeinado niño rico.
Aplaudo que se sepa
que no tenías por favoritos
a los desfavorecidos.
Nadie pedirá disculpas
a las pulcrísimas madres.
Véngalas tú
con tu igualatoria picazón.
Y no dejes de recordarnos
quiénes son
los parásitos más grandes.
-Poeta invitado al XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca.