

Presentamos un texto clave del reconocido poeta nadaísta colombiano.
Jotamario Arbeláez
LOS POEMAS PERIÓDICOS
Una señora muy aseñorada, llena de remiendos y sin ninguna puntada,
me preguntó en el lanzamiento de un libro de poesías que por qué había dejado de escribir esos mi tan buenos poemas de cuando era joven y nadie respondía por mí
–y aquí se le quebró la voz–,
para dedicarme semanalmente a expresar por medio de la prensa escrita éstas, cuando no lánguidas, tórridas prosas acerca de la prosopopeya del acontecer.
Ay, señora, le lloré sobre la rodilla
–pues el hombro estaba ocupado por una mantilla adquirida en Sevilla–,
porque por lo que usted llama mis buenos poemas nadie da un céntimo,
y en cambio con todo lo que expreso en prosa cambia la cosa.
Sin necesidad de agredir a las que ahora llaman divas prepago,
en las revistas del corazón, del sexo y demás vísceras me consienten con razonables tarifas
por todo lo que expreso acerca de mis relaciones peligrosas con semovientes empolvadas
–y de allí me dan pie para tratar cualquier tema con mi reconfortante ironía–
con tal de que el elemento expresivo no sea el poema.
Así, en los últimos años, no aparece una poesía con mi firma –ni con la de nadie–
en ningún periódico o revista –que ya no publican poemas–,
y en cambio sí me dan todo el despliegue con notas que parecieran no requerir la majestad y el cuidado de la manifestación lírica.
Pero mamola, como decía Gaitán antes de que lo inmolaran.
Todo lo que escribe un poeta son poemas, así sea manifiestos de aduana o últimas cartas al señor juez.
Amén de quienes me tratan más mal mientras mejor me expreso,
de quienes no toleran que me apoye en metros tan dispares que saltan a los territorios prosaicos, sin contar con que vienen armonizados con mi sana respiración de no fumador,
algunos lectores superlativos me lo han manifestado y me voy a poner en esas. Debo seguir expresando mi poesía sin temer a la vecindad de la prosa.
Que no será la pobre prosa que está condenada a ser mañana la del periódico de ayer.
Mire usted, mi señora, este texto precisamente, hace poco publicado en la prensa,
fíjese cómo lo pongo sobre la mesa de disección, al lado de la máquina de coser de mi padre y el paraguas de Lautreamont,
atienda cómo le voy rebanando unas cuantas lajas superfluas, que reemplazo con alusiones carnudas a la guerra que nos desangra y a la poesía coagulante,
mire cómo lo voy partiendo en retazos de partitura y ya está el poema, recuperado,
empacado al vacío y directo al grano.
Los poetas deben dejar de croar poesías para dedicarse a escribir lo que les corresponde, dado su manejo del concepto azaroso.
Poner al poema a exigir la paz, es no dejar en paz el poema, para que él mismo se encargue de exasperar al viento que exaspere al violento.
Los antagonistas dicen hacer la guerra para obligar al otro a que haga la paz. Y por eso piden que sea el otro quien abaje las armas.
No se le pidió al poeta que tomara partido. Pero vaya si Homero y Afrodita no estuvieron de parte de los troyanos. Y si los más serios cronistas de la segunda guerra mundial no se manifestaron en contra del holocausto.
Nos están matando a todos así el muerto no seamos tú y yo. Y para señalar todas estas muertes tenemos que alzar la mano llena de versos punzantes y dejarla caer sobre el victimario.
Entiendo que mucha gente no comparta que este tipo de temas se envuelvan en poesía. Pido perdón a quienes aún respetan los formatos tradicionales.
Pero a ellos les prometo que con este lenguaje –en el que lo importante es el tono más la chispa de virulencia–,
es posible ganar, en algún momento, un importante premio de poesía. ¡La madre que sí!