El delirio
VÁLIUM
No abras la puerta madre
en esta habitación hay un canto siniestro de fármacos y jeringas
un hombre pronunciando el nombre de la tristeza
un hueso deforme que asemeja la dureza del corazón
Madre detrás de mis ojos están los ojos muertos de mi hermano
detrás de mis manos de mi voz de mi angustia de mi sombra iluminada por las moscas
Madre no abras la puerta
puede ser que las bestias arrullen el alma de tu hijo
que los chacales extingan su cordura sobre mi carne
que mi risa recuerde a una mañana lluviosa en el cementerio
Madre ¿quién está parado al otro lado de mis años?
¿quién se ríe de nosotros y voltea su mirada hacia la tumba?
¿cuántas veces mis lágrimas te han quebrado los ojos
y pulverizado caricias que dejaron los fantasmas de los últimos años?
Qué vergüenza haber nacido muerto qué vergüenza haber nacido
en este oficio eterno de Caín levantando reinos
con este espíritu de Lázaro ignorando la voz de Cristo
con esta geografía de labios sin labios de rostro sin beso
con estas treinta monedas de plata sobre mi lengua
No abras la puerta madre
puede que te encuentres retratada sobre mis ojos
que la primera palabra que escuches
la hayan escrito los escarabajos entre mis dientes.
AGUARDIENTE
Semillas, semillas como arena. Todo tiembla y el mar es una navaja que encuentra el perdón para nosotros. El mar entre las manos, el vidrio que canta, la arena recubriendo la tráquea, endureciendo los nervios. Todo tiembla y es anfibio el laberinto y tiene labios la noche y dice lo que yo nunca he podido. Veo el estanque donde duermen las estrellas —pensamiento acuático este, voz de piedra. Lo que rompe la piel del agua es la ausencia, lo que llena las estrellas con su luz, es aquello que nos quitaron de la mirada. Bosques de sangre nacen en los ojos.
Comprendo que la culpa se vacía en los zapatos y nada más, comprendo que hemos llegado a la edad en que masticamos el plomo y abandonamos esa necesidad de encontrar a los culpables. En el vientre: las palabras, el filo del vaso, las burbujas que se acumulan y desgajan su fiebre sobre nosotros.
Hay un lugar en el rostro de la página, en el hueco del insomnio, un sitio coagulado que repite su altura y nos ve diminutos, como toda manzana mira a la serpiente al morder su propia cola. Un enjambre de luces para iluminarnos los dientes, para rellenar nuestra caries, quinientas luciérnagas de sangre para humedecer la juventud.
Quien toque esta página estará tocando la desnudez.
A este poema nadie puede entrar por la puerta de adelante. Este poema es una casa con las ventanas rotas y roto el lenguaje que lo escribe desde el tejado.
En la cabeza del alfiler se han fundado los imperios. Hay un puente de aire, tenso de un lado al otro del abismo y los poetas doctos dirán: no se puede cruzar el puente, nos están vendiendo humo, nos están fabricando el misterio. Entonces el poema será exiliado eterno de las antologías y no será estudiado en las aulas de los intelectuales, y mucho menos ganará premios en el extranjero, pero el poema nunca estuvo hecho para ellos, el poema no cabe en las manos de escarabajos que ruedan las sobras de su propio asombro. No hay hígado en el poema, no hay bilis para bañar el signo. Los niños cruzan el puente y es invertebrado el amor de sus ojos; la palabra que escuchan es el pájaro que tiran para atravesar las piedras.
Todo tiembla y hay una canción desconocida
que se escucha a través de sus manos.
A este poema se entra con los pies descalzos y nunca se pregunta por sus peces ni por la arena que queda extraviada entre las uñas. En este poema se escucha el rumor de los corales y se saborea el deletreo de las algas.
Este poema es un vaso transparente
y cada quién decide lo que queda en su garganta.
EL DELIRIO
Huérfano de tus labios, la noche hunde su beso en mí;
se instala como sanguijuela en contra de mis ojos.
A estas alturas del desierto
es más sencillo distinguir a los huesos,
cadáveres impecables
de cada hijo de nuestra ternura.
Huérfano de esas manos,
me sostengo directamente del aire.
Hay una soga eterna colgando de tu palabra,
ajustada a tu silencio,
y vuelvo a ser este camino torcido desde siempre,
esta reinterpretación constante del vacío.
Ruedan hasta los pies:
fotografías enmohecidas por el tiempo,
restos de alguna tarde
en que figurabas ante mi deseo
como una canción que no dejaba de repetir entre los dedos.
Huérfano de mí,
he encontrado descanso en la piedra más dura.
A algunos metros de este poema
he visto el mar
y a la lluvia cayendo inútilmente sobre él.