José Watanabe. La piedra del río

 

Presentamos tres textos claves del renombrado poeta peruano.

 

 

 

José Watanabe

 

 

 

Poema del inocente

 

Bien voluntarioso es el sol

en los arenales de Chicama.

Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza

y anda tras la lagartija inútil

entre esos árboles ya muertos por la sollama.

De delicadezas, la del sol la más cruel

que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.

Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,

y esta otra:

de cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial

y ardió demasiado súbito y desmedido

como si fuera de pólvora.

No te culpes, quien iba a calcular tamaño estropicio!

Y acepta: el fuego ya estaba allí,

tenso y contenido bajo la corteza,

esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.

Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)

sin arrepentimientos

porque fuiste tú, pero tampoco.

Así

en todo.

 

 

 

 

Las mariscadoras

 

Al amanecer

una decena de muchachas, como en un mito,

entran algunos palmos en el mar tranquilo.

 

Visten un traje negro

y buscan

entre las piedras

los cangrejos y las conchas que ha dejado la marea alta.

 

Una roca oscura se confunde con ellas. Sólo asoma

hierática,

con el agua baja. Si respirara el aire salino de las

muchachas reiría con ellas

que se lanzan cangrejos y comen almejas crudas.

Las muchachas ignoran que esa alegría vibrátil

es su victoriosa debilidad.

Cuando la marea suba

huirán del avance de las aguas, la roca no.

Ella será la hermana severa

que increíblemente pasa la noche bajo el agua.

Mañana

volverá a emerger con la cabellera de rizadas algas

y el triste orgullo de no deberle nada a nadie.

 

 

 

 

La piedra del río

 

Donde el río se remansaba para los muchachos

se elevaba una piedra.

No le viste ninguna otra forma;

sólo era piedra, grande y anodina.

 

Cuando salíamos del agua turbia

trepábamos en ella como lagartijas. Sucedía entonces

algo extraño:

el barro seco en nuestra piel

acercaba todo nuestro cuerpo al paisaje:

el paisaje era de barro.

En ese momento

la piedra no era impermeable ni dura;

era el lomo de una gran madre

que acechaba camarones en el río. Ay poeta,

otra vez la tentación

de una inútil metáfora. La piedra

era piedra

y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora

asume su responsabilidad; nos guarda

en su impenetrable intimidad.

 

Mi madre, en cambio, ha muerto

y está desatendida de nosotros.