José Vicente Anaya

Morgue

 

 

Los ángeles lanzan
un autobús de muertos
sobre estos poemas

 

 

 

MORGUE No.1

 

Empiezo a dormir sobre el aliento

que dejó mi muerte / no puedo soñar.

D  e  a  m  b  u  l  o

entre cavernas

que se toman por calles. Salgo

del alarido secreto de otros gritos y

vuelvo a ser el vagabundo perdido,

con huesos tan triturados

que se confunden con cocaína… ¿Qué me sostiene?

Quiero salir,

y en mi cuerpo caigo

a recorrer

este desgano oculto de la noche. ¿A quién busco?

Todos están dormidos. Si fuera verano

y el ambiente de la ciudad menos corrupto,

algunos grillos

me cambiarían el tono de la angustia. He

brincado

límites,

pero me engaño

porque termino en el lugar del salto. Ahora

el trecho

está creciendo

en reversa

de los obstáculos pasados; y

sólo me queda el recurso de las transgresiones,

o quedo anclado. ¿Dónde meterme?

Dicen que en otras ciudades hay

cafeterías, cines, bares, para los desvelados…

 

He salido a revolcar la voz. Con cada paso

ascienden las cenizas

de los incinerados. La garganta

no puede con otro ritmo

que esté alejado

de los acordes con que responde el piso

en cada huella. La noche

está empeorando,

con esta canción

que se introduce

a envenenar las venas, como

si otro alguien, que soy yo,

se hubiera metido en mí

para usurparme

las ganas de vivir… y

en esta pena

me preparo un escándalo mayor

que sufriré más tarde.

Pero insisto en caminar,

y me voy

disputándole al pánico

mi suerte.

 

Me voy parpadeando

la oscuridad. Apretado

en la incertidumbre

de que me toque amanecer. Los pajarracos

grises

que anidan los techos

ni siquiera saben recibir al día… no hay

petirrojos, gorriones, canarios, alondras ni

cardenales, y

las palomas pasan con plumajes sucios…

Sin embargo amanece, y

la señal

es ese pitido de la fábrica

que saca su chimenea

sobre las casas. El humo

se levanta

burlándose con sus tonos de negro: adentro

están los hombres

moliéndose la vida… Afuera

el sol nos pinta la bóveda con rojos

mirados

tras una tela opaca… Sigo caminando

hasta

que no obedece el pie

a las intenciones. Me canso. Llego

a donde los edificios

se fueron agrandando, y

esta urbe

impostora

se viste de metrópoli. Hay que pasar

por su centro

palpitante

de pordioseros, pegados

a las puertas

de la abundancia financiera, moscas

enloquecidas

en los muladares

donde nada encuentran… Los

alcohólicos lumpen

desvariando

recuerdos, ilusiones

con que abandonan

la realidad encrudecida: una mujer

huesuda

de costras negras en la piel,

con larga vieja capa

de terciopelo negro,

pasea

majestuosa

como viniendo de la Corte

del Reino de Castilla /

Otro mundo dentro de este mundo:

 

Y puedes percatarte

de que la lepra no fue una maldad

quedada en el Medioevo:

en la banqueta

se sienta una anciana

que muestra una pierna de madera

y la otra vendada con medio pie comido…

 

Este mundo

metido en este mundo.

 

 

 

 

CONVERSACIÓN CON ARMANDO PEREIRA

 

Hazme una leyenda, amigo,

como tú quieras.

Al cabo no adiestro mi cuerpo

para ninguna posteridad.

Ya ves, Virgilio murió de cáncer

a los 30 años

de andar arrancando

asperezas de la vida, cuando lo supe

pasaron mis 28

rompiendo la barrera del sonido:

se volcaron las pústulas

de algunos de mis órganos.

Ahora entiendo

que yo me acabaré más pronto

quel licor desta cantina legendaria,

más pronto que toda la droga

que le entregó su paranoia

(de amputación en manicomio)

a Fernando,

de quien nadie leerá

los poemas

que lo metieron por ventanas

de soledad eterna.

 

En esta noche,

mis neuronas alcoholizadas

brincan

en vez de mi dolor,

que apaciguado,

me muerde detrás de una sonrisa…

 

Hazme una leyenda, qué importa.

La vida ya no puede alcanzarme,

como a James Dean,

aunque tenga 100 años

de existencia…

 

(de Morgue, 1980)

José Vicente Anaya (México, 1947 - 2020). Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural. Publicó más de 20 libros, entre ellos: Avándaro (1971 ... LEER MÁS DEL AUTOR