José Santiago Naud

Otro nombre del misterio

 

 

Por Floriano Martins

 

José Santiago Naud es tal vez el poeta de mejor convivencia con el espectro cósmico y mítico en los meandros de una lírica brasileña. Su poesía es intensamente religiosa y une lo sagrado al espíritu humano, asimilando diferencias, puliendo confluencias, convocando los elementos visibles e invisibles, nostálgicos y visionarios, dispares y consensuados a una fiesta de sentidos mucho más allá de la simplificación esquemática de nuestra tradición, que se satisface, en ciertos casos, en oponer Drummond a Cabral, para en seguida descartar al primero. Santiago Naud, al contrario, sabe bien del poder de la suma y también en esto nos da una gran lección. Su poesía hace surgir entre nosotros todos los nombres de La Musa, sus trucos de lenguaje, máscaras rituales y vestes íntimas del espíritu. No se le escapa nada de nuestra memoria de testimonios poéticos. Recurre a todos los elementos a su disposición, sumergiéndose y trayendo a la superficie figuras inquietas de sueños y visiones. No como señal de conquista, sino guiado por la generosidad, por un rigor expansivo.

Como él mismo dice en un poema del libro Oficio humano (1966), “Querer tener es avaricia”. Se trata de una poesía que elude los vicios de la posesión. Su excelencia está en la convivencia. Pero esa convivencia se fortalece justamente al mezclar ciclos, al poblar el poema de silencio y vocerío, ascetismo y sensualidad, dudas y claridades. Incluso cuando dice de Jorge de Lima “probablemente, con Carlos Drummond de Andrade, es el poeta brasileño más presente en mis inquietudes poéticas”, incluso ahí, sabemos la fuerza del abarcamiento, por la propia profundidad del acto poético dado a la luz de nuestra lírica por ambos poetas. Y esa mención cumple además con la notable tarea de llamar la atención hacia la importancia de la obra de Jorge de Lima, una de las voces fundamentales de la poesía en lengua portuguesa, no sin violenta injusticia casi del todo olvidado por las nuevas generaciones brasileñas.

Esta carencia de influencia orquestada por un silencio que une el descuido a lo intencional es algo que también se verifica en relación con la propia circulación de la obra de Santiago Naud. Escasa en gran parte por la falta de distribución fuera de Brasilia, ciudad donde sus libros vienen siendo editados en los últimos 30 años. Y agravada porque la mayor parte de esos libros están agotados y porque en el medio editorial brasileño no se hallan algunos de sus títulos publicados en el exterior: Conhecimento a Oeste (Portugal, 1974), Dos nomes (Argentina, 1977), HB Promontorio milenario (Panamá, 1983) y Piedra Azteca (México, 1985). Este último, uno de esos ejemplos engrandecedores de cualquier tradición lírica y, sin embargo, totalmente desconocido por los lectores brasileños, sin olvidar que entre esos lectores se encuentran también nuestros poetas.

Piedra Azteca, con su arquitectura de cinco cantos o capítulos, su trébol de cinco hojas, encierra en sus nervaduras un interesante diálogo con Drummond, sucediéndolo en su convocación de los mitos urgentes.

Diálogo ampliado en sorprendente dirección con otro poeta, el mejicano José Gorostiza, puertas abiertas a la altura y a la síntesis de dos poéticas entrañables, medulares y trascendentes, configurando un particular rito de convivencia entre dos culturas, afirmado por la residencia de Santiago Naud en México.

El extenso poema que compone el libro –cuya superficie apunta en la dirección de una visita al mito o celebración del milagro de Guadalupe– refleja un dominio alquímico donde la Piedra de Roseta se transfigura en obsidiana, a la vez transmutándose, a cada canto, en navaja, puñal, hilo, lengua, mariposa, sin perder el espíritu mineral, pero adentrándose en círculos y profundidades en busca de nuevos contrarios que pueda rescatar unificándolos. Viaje pleno de las formas que se descubren y quedaron de esa intimidad. Viaje insolente de la resurrección tras cada sitio extraviado, “así como alguien pasa / después de perdido todo / y lleva el nombre cambiado”. La propia construcción del poema, al recurrir a una práctica de espirales en el tallado de palabras y sentidos, modula un instigador desafío entre el repetir y el reflejar, desdoblándose en múltiples sentidos alcanzados a partir de la acción de un verbo en otro.

Piedra Azteca confirma la condición visionaria de la poética de Santiago Naud, enlazándose en el esplendor de sus imágenes con un libro que le es vecino en el tiempo, HB Promontorio milenario, luminoso coloquio con una pintura homónima del panameño Adriano Herrerabarría. Acierta Mario Augusto Rodríguez, al decir que se trata de “una obra de alucinantes sensaciones interiores, que parece desafiar la interpretación del espectador, con el denso contenido de un pasado transido de valores culturales, en permanente rumbo al futuro”.[1] También aquí el tema definido y evocado se transfigura y genera nuevos matices. La densidad selvática de la pintura de Herrerabarría fructifica en la palabra de Santiago Naud, en la forma de una vegetación espiritual: “ese eterno secreto/ de los dobleces del tiempo, / la madera podrida goteando en convulsión / el semen despreciado, los odios resentidos // y el ritual engañando / a los libres, que no somos.” Una vez más se encuentra plenamente postulado el vértigo creativo señalado en Piedra Azteca, el episodio barroco del viaje de “un ojo dentro del ojo / de otro ojo / en el otro, original”.

Tuve la oportunidad de conocer parte de la obra del panameño que, de alguna manera, esconde y descubre sustanciosa franja de la poética de Santiago Naud. Con todo, al destacar estos dos libros, lo hice menos movido por la intención de diferenciarlos de los demás que por la simple razón de que hasta ahora no han sido publicados en el Brasil.

Estoy de acuerdo con el poeta cuando afirma que no hay en su poesía reorientaciones o rupturas de sus inquietudes en términos esenciales. Sus transformaciones internas se conducen por el mito de las metamorfosis y no por la pérdida de guía, norte o solidez. Él mismo confirma: “Las lecturas posteriores, las experiencias vitales, la lectura de otros poetas y, principalmente, el estudio de la mitología universal, me fueron revelando los símbolos que yo había fijado inconscientemente en versos y que pertenecen no a mi inconsciente, pues venían de algo más grande –¿un inconsciente colectivo? ¿quién sabe?”[2] En preciosa complementación, agrega: “La forma, la sintaxis y la lógica que busqué, al par que se comprometen con la línea histórica, con la poesía escrita en lengua portuguesa, enraízan en el primer libro y tratan, en los subsiguientes, de esclarecer la emoción que, subjetivamente, me justifica como conciencia individual o miembro específico del grupo al que pertenezco. Sería una actividad solar, busca de la luz que hace uno lo diverso o viceversa”.

La obra de José Santiago Naud fue tejida en forma visionaria, obsesiva y profética. Toda ella transcurre siempre en busca de aquel que hasta hoy se configura como su libro esencial y misterioso, que jamás se mostró íntegramente, sabiendo guardarse parcialmente en misterio, idéntico misterio que el poeta volvió elemento ardiente e inestimable de su poética. Me refiero a Cara de cão, en cuyas partes publicadas hasta ahora – Dos nomes (1977), Vez de Eros (1987), Memórias de signos (1994) y Os avessos do espelho (1996) – resuena la intensa relación entre memoria y antevisión del mundo. Relación referida como un viaje incansable, donde un poeta se siente “Traspasado por el Verbo / y escupido por seres extraños”. De una orilla a otra del tiempo, hay toda una cosecha de imágenes que son residuos que se fueron acumulando a lo largo de la vida del propio poeta, lo que naturalmente incluye antecedentes y utopías, ancestralidades del ser humano y potencialidad de su errancia sobre la tierra.

Esos residuos se multiplican y se repiten, configurando el estilo, pero esencialmente aclarando un fundamento que no se limita al juego semántico, cuya advertencia caprichosa encontramos en un verso que dice: “toqué de nuevo el nombre / en el que todo otra vez se puede repetir”. Esta es la auténtica vibración alquímica de la poesía de Santiado Naud. No en vano el poeta aclara:

 

Para mí la poesía corporiza un acto supremo de ocio y trabajo. Es como dejarse llevar por la corriente de la vida, con todo su misterio de maravillas y horror, o labrar como el oro en las profundidades de la tierra, precipitación mineral de pureza máxima e inmune al tiempo, a las polillas o a la herrumbre.[3]

 

Las asociaciones capturadas en esa profusión mineral de sonidos, imágenes, sentidos, entretejiéndose sin rechazar contradicciones, disonancias, desvaríos, encuentran en este poeta una rara expresión de grandeza que es, al mismo tiempo, el retrato más terrible de la condición humana. Lo erótico entreverado con el vocerío encubierto de las calles y callejones, lo coloquial expuesto de forma ostensible, provocativo en su lujuria, pero jamás percibido como una vulgaridad. Disponerse al peligro magnífico de recordar a lo angelical su alcance terreno. Interconectar los contrarios por analogías arriesgadas. No limitarse a lo lírico. Sin dejar al mismo tiempo de ser profundamente lírico. Poesía compleja en la mecánica sinfónica en que está tejida, pero fluyente en la opción de su entrega. Sus códigos no son cerrados, indescifrables. La sucesión de misterios que la destaca no la vuelve incomunicable. Al contrario: alimenta el hambre del lector por impulsos de participación, aprendizaje, convivencia con este campo insondable que es tan tangible e intangible como la vida de cada uno de nosotros.

Al mezclar mundo prosaico y atmósfera fantástica (el mundo prodigioso de la imaginación), Drummond alcanzó más que nadie en la poesía brasileña un grado de sensibilidad que nos permitió rever nuestras ideas acerca de lo real y su sospechoso estado contrario. Santiago Naud recogió bien la lección y le dio, entremezclando secuencia y consecuencia, un sabor singular, al borrar otra frontera, la que separa lo lírico de lo épico. En Vez de Eros, libro que recuerda a un laberinto, uno de sus pasajes se inicia: “Pongo un dragón en tu vestido / Bajo la tela tu piel se eriza / y / se endurece, estremecida, / y va abriendo un poco / los abismos de la infancia”. En la forma de un dragón allí está puesto lo real, lo imaginario, lo lírico y lo épico. La infancia provocada es la de la propia especie humana. La subjetividad es una fuente inestimable de acceso a lo colectivo. Todo este libro, por ejemplo, nos enseña que es totalmente posible romper las barreras entre los géneros sin necesidad de contestar ninguna tradición, y sin promover esa actitud a la condición de una vanguardia, ocasional como cualquier otra. El propio poeta gusta siempre de recordar que la improvisación de los repentistas fue el primer impulso que lo llevó a la escritura. Por allí sintió las primeras esencias de los huertos de la lengua, el portugués de una y otra margen del Atlántico. Muy pocos poetas, en el Brasil, se entregan a este sumergirse en dos aguas con la intensidad con que lo hace Santiago Naud. No hay retórica en su diálogo con nuestra contradicción lingüística. La defino así, porque en la lengua es donde se encuentran las raíces de nuestras ambigüedades. En el fondo, tal vez no sea la cultura portuguesa que rechazamos sino la lengua. El rechazo aisladamente no construye una realidad. La improvisación en Santiago Naud alcanza un particular sentido de entrega al misterio. Ella misma, con su organización nerviosa o su energía organizada, reconoce las estaciones rítmicas, semánticas, los planos de reconocimiento de lechos o estrategias de transposición de cursos, inquietudes, decepciones. Se trata de una poética caudalosa, pero consciente de su voluptuosidad, y con un enorme aprovechamiento estético de ese espíritu irrefrenable.

Recuerdo esto movido por una carta que en 1963 le envió Drummond. Allí decía: “Su poesía tiene ese don de extensibilidad; prolonga los temas y las visiones, no se satisface con el misterio captado.” La extensión del verso en Santiago Naud refleja la intensidad con que incorpora dominios y demonios del lenguaje. Es un refinamiento, no un descuido. El verso largo, por alguna inadvertencia, fue excomulgado en el Brasil como una herejía. En parte viene de allí el rechazo irreflexivo que nuestros poetas cultivan casi en sigilo hacia la poesía que se hace en la América hispana. No se puede oponer Celan a Rilke tomando como punto de comparación la extensión del verso. La síntesis, cuando es pregonada con un metro en las manos, puede expresar simplemente una falta de qué decir. El lenguaje, la forma de expresión, legítima o afectada, es independiente del metro.

Es un hecho que la poesía de Santiago Naud “prolonga los temas y las visiones”. De alguna manera recurre a una fuente barroca que es la misma que animaba la poesía de de Drummond. O de Jorge de Lima. O de Murilo Mendes. No obstante, le da tratamiento distinto a la fuente. Ya no le cabe ser deliberado o irrevocable en una instancia mítica o social, lúcida o delirante. No se siente cómodo con una sola estructura vigente. Quiere romper con la propia naturaleza humana y no solo con una parte de sus caprichos. He ahí la franca osadía de esta poesía. Por eso es que no importa –sinceramente no importa– oponer sus méritos o errores a los rumbos trazados por sus pares generacionales. Los poetas brasileños nacidos en la década del 30 constituyen –a mi entender– el más alto grado de nuestra perspectiva de entrada en un ambiente internacional insultado por el conocido ciclo de las vanguardias. Algunos de esos poetas corrigen con naturalidad los errores de nuestro Modernismo, y lo hacen con una propiedad aún hoy no considerada, cuya raíz es la misma de todas nuestras volubilidades.

La poesía de Santiago Naud nos dice que somos parte de algo. Que no avanzamos mientras no identificamos el origen. Que las mil cabezas del mito, cualquiera este sea, no pueden reflejar pura y simplemente una sujeción a la historia. Que tenemos que percibirla, recibirla de la manera como se presenta, pero con el espíritu preparado para que salten dentro de nosotros, que se descubran en nosotros, que formen parte de nosotros nuestras mil cabezas, las nuestras. El verbo se lanza desnudo al espacio, expuesto a las variaciones y disidencias. Estamos todos en un gran salón. Hasta las ilusiones semánticas confidencian su fragilidad y siguen en la fiesta. Estamos sin disfraz. Todos somos hijos de la misma urgencia. Los símbolos ganan un nuevo diapasón. Pero que nadie se engañe. El misterio tiene otro nombre. Siempre.

 

 

2. JOSÉ SANTIAGO NAUD: ROSTROS DE NUESTRA AMERICANIDAD (Diálogo con Floriano Martins)

 

FM Borges solía citar algo que le dijo Alfonso Reyes: “Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores”. Y agregaba: “Es decir, uno publica un libro para librarse de él”. ¿Piensas que la publicación de la poesía es parte necesaria del destino de un escritor? ¿A quién se destina la poesía?

JSN Prefiero la naturaleza a las bibliotecas o a las ruinas circulares del poeta genial que fue Borges. Así, más que a las letras, la poesía para mí está ligada a los milagros de la vida, esa explosión natural que tanto tiene que ver con la palabra como con una flor. Se escribe por impulso vital, registro del misterio que se llegó a develar. La poesía ahí existe en sí misma, vale por sí, es como oro batido, ya antes entero, atrás, en las aguas que corren o en el fondo de la tierra, o como fruto en el gajo, la razón del árbol, fuerza de raíz; el resto vendrá después – puro accidente. El fondo del baúl de Pessoa es el mejor ejemplo.

FM ¿Crees, como Hölderlin, que la inspiración desciende infinitamente de los dioses?

JSN Este poeta pagó su lucidez con la locura. Pero siempre estuvo seguro, como Van Gogh, tan valioso en su tiempo como ahora, y no porque una obra suya haya pasado a valer fortunas. Pues tienen razón los “suicidados de la sociedad”, conforme Artaud. Es claro, lo que nosotros vemos (y oímos) desciende (o sube) de los dioses, sean ellos, dentro o fuera de nosotros, las circunvalaciones de la memoria o los elementos desatados. Recibimos por inspiración, como en el mito hindú se anima el soplo de Brahma.

FM ¿Hasta qué punto es posible hablar de la influencia de Jorge de Lima en tu poesía? ¿Qué otros autores tuvieron importancia, y en qué nivel?

JSN Creo que todos los que pretendan hacer poesía en portugués, después del 45, no pueden prescindir de ningún autor nacido a partir del 22, cuando comienzan a emerger en brasileño cumbres más o menos eminentes. En lo que me concierne, sin mencionar lo que está detrás y representa en los siglos la coherencia indispensable de nuestra organicidad poética, Bandeira, Drummond y João Cabral fueron claves. Jorge de Lima es como un fresco. Total. Registro de nuestras raíces, lenguaje creado o heredado, mito y misterio, la complejidad del universo referida a través de lo local. Así como Drummond estableció el código del decir poético en brasileño, Jorge de Lima abrió peculiaridades a lo universal. Por lo tanto, responden mejor a mi inquietud. Sin contar los clásicos ni otros nombres que siguen siendo indispensables en la historia literaria, el triángulo sobre el que edifiqué mi modo de ver y de oír lo forman Hölderlin, Rilke y Pessoa, socorrido por otras formas de lenguaje, cuando crecen en mí Bach, Beethoven o Bartók; Da Vinci, Van Gogh o Klee. Cualquier otra mención, “diluvialmente” hablando, equivaldría a la diferencia entre el casco del Arca y su línea de flotación.

FM Tu poesía, principalmente la de los libros más recientes, se caracteriza por una reafirmación de la imagen, del mundo como imagen; por el hecho de ser una poesía de significados y no de signos, y por cierto rechazo al vacío obsesivo de la técnica, al presentar una visión particular del mundo. En una época caracterizada por la pérdida de la imagen del mundo, la crisis de significados y la valoración de la técnica, ¿ella no correría el riesgo de convertirse en puro anacronismo?

JSN El signo es una señal, vacía sin el significado. Y éste suma a la convención su propia virtualidad. Así, no es signo el origen y se puede hablar del significado del significado. En ambos extremos se sitúa el hombre, y entre ellos se divide, inventando sus orígenes y sus fines. ¿Cómo, en este caso, eludir la imagen? El mismo lenguaje abstracto, incluso el científico, no pueden abdicar de ella, guión de visible-invisible. La sobrevaloración de la técnica sólo puede llevarnos a la destrucción, y el aviso está dado desde el Apocalipsis. Por lo tanto, al percibir en mí el soplo creador, quedo atento a su origen y quiero saber de su finalidad, y el proceso se inicia por una cascada de imágenes. Aunque las modas impongan la intención de la regla, ese impulso ¿sólo? moverá a los rebaños. Pero el poeta, como ser que profesa la libertad, ferozmente individuo, quiere oír la señal de la totalidad y reafirma o reinventa los signos capaces de reordenar el mundo según el límite infinito del propio corazón, esa parcela que estalla. Y será entre la soledad y la plenitud donde hombre y mundo se fusionen aniquilando cualquier intromisión. Que nuestra época haya cambiado el todo por la parte o que anteponga sus artificios a lo natural es “una cuestión de época”. El soplo primigenio continúa alentando, y ya se comienza a reclamar por el “grito primordial”. El poeta es libre de elegir entre cualquiera de los extremos. Por mi parte, tengo el compromiso de hablar como siento, según los infinitos del límite de cada uno, y pienso que antes que lo anacrónico está lo eterno, y que continúa después. También será moda lo antiguo olvidado que se recordó. Y riesgos, hay que correr. Las crisis son “riesgo y oportunidad”.

FM Leyendo tu ensayo Situação de Pessoa na poesia do século XX, algo en particular me llama la atención: veo allí por primera que un poeta brasileño se refiera a los estridentistas de Jalapa (movimiento surgido en México en la misma época que nuestro modernismo, o sea, entre dadá y el Surrealismo); más que una simple referencia, que se ocupe de subrayar una correspondencia “en tiempo y adecuación” entre ambos movimientos. En el decurso del mismo ensayo, al encontrarme con la cita de nombres como Martín Adán y Rogelio Sinán, pienso una vez más en el casi insalvable hiato cultural existente entre las literaturas brasileña e hispanoamericana. El poeta uruguayo Mario Benedetti cree que ese aislamiento cultural existe no solamente en relación con el Brasil, sino entre todos los países americanos, y que es resultado de las dictaduras instaladas en todo el continente. ¿Crees que sea ésta la única justificación posible para este extraño distanciamiento? ¿Y cuáles serían sus consecuencias más dañosas?

JSN Un buen estudio de literatura comparada demostraría maravillosas coincidencias de trayectoria entre la poesía mexicana y la brasileña. Lástima que a la universidad actual le preocupe más la ciudad que el universo, y la carrera o los papers valgan más que la aventura de la identidad; empezando por la propia fuente, pues es inconcebible que en esta institución, con referencia a “medieval”, continuemos escuchando la estúpida frase hecha de que la Edad Media fue la época de las tinieblas, cuando de tinieblas y de luces padecen todas las eras. Así, buscando el todo en las partes, se observa que, coetáneos, el estridentismo de Jalapa y la antropofagia de San Pablo se complementan. Culturalmente, México es el hermano mayor en América Latina y tuvo, con su enorme revolución, la extensa articulación del virreinato, la densidad múltiple del indígena precolombino, núcleos y vectores desde donde pueden partir o explotar las líneas de fuerza o las energías cerradas de toda nuestra falta de coherencia colectiva. Bastaría una somera mirada a esos dos países para percibir cómo las discordancias del presente esconden una potencia fantástica que, envolviendo en círculo el pasado y el futuro, hace de nuestro continente, específicamente, la garantía del plan oculto de la creación, y, conforme la ruta solar, la garantía de que el ovillo de la historia siempre acaba por soltar la línea recta. Por consiguiente, en el gran drama de la vida reflejado por el espejo literario, hubo un momento en que la malicia mejicana y la ingenuidad brasileña convergieron. A la distancia y sin comunicación. Para formular un mismo principio –igual y diferente– de renovación. Para que algo nazca, algo se tiene que romper, y este enlace entre la vida y la muerte es lo que distingue a ambos movimientos. Por las características de México, el estridentismo tenía forzosamente que ser una explosión urbana de encuentro con la civilización; mientras la antropofagia brasileña, concebida a partir de una ciudad que el tiempo consagraría como el centro industrial de nuestra América, iría al encuentro de las raíces, deglutiendo en lo primitivo las complejidades heredadas o, mejor, impuestas por la colonización. Los liga la herencia aceptada de Europa, a la manera inocente o maligna de la consagración infantil (dadá) o de los abismos oníricos (Surrealismo) que, en el Brasil, se reparten entre Tarsila, Oswald, Raul Bopp y Murilo Mendes. Y más aún, los contemporáneos mejicanos también coinciden con nuestros poetas de la fase “heroica” o de formación, y las temáticas de Drummond, Cassiano Ricardo, Cecília Meireles etc., encuentran correspondencias admirables allá. Y todavía, coincidiendo, ya en nuestros días, con el constructivismo deflagrado a partir de 1945, se suceden los textos, acá y allá, como si fuera un diálogo de sordos, pero entre primos hermanos. Valdría despertar la curiosidad de los investigadores pidiéndoles que procurasen conocer a Ramón López Velarde o a José Emilio Pacheco, para sentir cómo ellos podrían haber escrito en portugués, realizando aquí, sin perjuicio de la categoría lírica, el tránsito del siglo XIX al XX, como lo hizo Ribeiro Couto, hasta lo cotidiano y la protesta según la inquietud posterior de Lêdo Ivo. Y, si miramos atrás, llega la mención de Sor Juana Inés de la Cruz o de Gregório de Matos. La gente ahora entiende por qué los enlatados de la TV, ligándolos, tratan de separarnos; pues nuestro trazo de unión (o raya) son nuestras diferencias. Similares. Diría además que lo que se diga para México vale para toda América, sin excluir siquiera al Canadá y los Estados Unidos, siempre que nuestra atención no se distraiga de lo que es auténticamente cultural. Entre tanto, en lo que concierne al mundo abajo del Río Grande o Río Bravo, urge instalar en el empobrecido y escuálido currículo nacional, más que una cátedra, la residencia de nuestra comunidad continental. Por zonas, el Plata o los Andes, el Caribe, el Istmo o la Parte Ecuatorial, desde Jalisco (¡no te rajes!) a la Patagonia, todo ha de convergir en el corazón del Brasil. Y no sólo en el corazón, también en el cerebro y en la entraña. Podemos honrar la Trindad, que forma parte antigua de nuestras devociones, sin menosprecio de la Trimurti oriental, según los valores de la Tríada, que la Física actual, más inclinada al número que al experimento, comienza a comprender entre el yin y el yang. Pues esto somos, los desheredados de América, más allá de nuestras venas abiertas: la mágica posibilidad complementaria de reunir macho y hembra en un globo perfecto o círculo de luz. Lo supo y lo sabe, porque siempre lo supo, la Poesía. No quiero hacer ahora un rosario de nombres, ni me fastidia cualquier lista biográfica. Pero, cuando sacudamos nuestra pereza o nuestra desconsideración, el paraíso de nuestra ignorancia será compensado con el tejido orgánico de nuestro acto o de nuestra inspiración, que así incluirá totalmente, como la piel envuelve el cuerpo, el aticismo barroco de un Franz Tamayo, en Bolívia, y los atomismos parnasianos de los hermanos Campos, en Brasil. Neruda, Vallejo, Parra, Huidobro, Carranza, Cardenal, Borges, Benedetti o Paz, son eminencias evidentes, pero no estarán solos. Nosotros, los brasileños, por ejemplo, nos sorprenderíamos si comparásemos la evolución de Rogelio Sinán con el despliegue de nuestro modernismo, y lo consideráramos en la tela de la poesía panameña, tan firme y esplendorosa como la nuestra; y el Surrealismo esotérico de Martín Adán, junto con el de sus émulos argentinos o mejicanos menos divulgados, mucho favorecería nuestra inquietud, considerando la magra cosecha del Brasil en este sentido. Nótese que el hiato no es sólo internacional; dentro de nuestras fronteras, desde Oiapoque a Chuí, o desde Rio Apa a Fernando de Noronha, mi coterráneo Érico Veríssimo ya decía que somos un archipiélago… cercado de silencio por todas las aguas, podríamos agregar.

Pienso, también, como Benedetti, pero un poco diferente. Las dictaduras son efecto y no causa, y se instalan con el objetivo de mantenernos así, aislados. Entre tanta justificación injustificada, para el diagnóstico de nuestro atraso, todas han de reducirse al carácter de nuestra colonización. Al contrario del Mayflower, que religiosamente trajo hacia estas costas una revolución de raíz medieval, las naves peninsulares sólo aportaron el dogma. ¿Quién sabe, con lucidez, a excepción de Pietro Ubaldi, qué planes redimen el mono en el hombre? Por lo tanto, si vale la intuición poética y la lógica histórica, yo estoy seguro de que nuestra miseria presente es el fermento de nuestra misión futura, y América seremos todos juntos, mirando sin polaroid la humanidad, que ya puso el pie en otro espacio. Sin embargo, no me ilusiono, será preciso consumir nuestro dolor y, así, la recesión económica –resultado de la recesión de la inteligencia y de la moral, que nuestro Brasil comparte con las demás regiones americanas– será el caldo de cultura o el abono que propiciará el florecimiento del fruto o el nacimiento del animal, que van a alimentar o a hacer mover la rueda de la fortuna. Una ley superior nos enseña que antes es preciso destruirse y madurar, lo que sólo ocurre por voluntad o por rebeldía. En seguida veremos, en lo que concierne al continente, que los intereses nacionales o las barreras del idioma serán menos poderosos que la vocación de unidad. Para ella y por ella, aquí estamos.

FM Si por un lado nosotros tenemos, dentro del universo de la Modernidad de la poesía hispanoamericana, una relación íntima (aunque jamás señalada por la crítica) con las doctrinas herméticas y ocultas; o sea, si esta poesía era (¿todavía lo será?) adepta confesa del paganismo, por otro lado la poesía brasileña estaba (y todavía lo está) visiblemente marcada por sus relaciones con el positivismo y la razón crítica, o sea, una poesía comprometida hasta médula con las ruinas del espiritualismo cristiano. ¿Sería posible establecer parámetros de beneficios y/o perjuicios en lo tocante a las relaciones aquí expuestas?

JSN Un mero examen del barroco hispanoamericano, principalmente de las tallas y pinturas preservadas en la faja andina, México y adyacencias, puede evidenciar cómo esa expresión artística representa el enlace entre las cosas herméticas y el paganismo, ya en el gran impulso de la segunda mitad del Setecientos fortalecido por la mitología masónica. Tal ejercicio visual marca la expresión poética, desde los albores hasta el moderno flujo semiótico. Sobre, o bajo la estética aportada, valga insistir en el poderoso y asombroso sustrato indígena. En el Brasil, a pesar del Aleijadinho, fue lo contrario; es estéticamente escaso el sustrato que podíamos heredar de nuestros salvajes, o menos intelectual la riqueza traída por los negros africanos. No obstante que nuestra poesía se haya definido, después de la gloriosa excepción de Gregório de Matos, ya bajo el influjo del racionalismo francés, hacia la consagración positivista del siglo XIX, permeó la cultura popular cierta herencia mística, hermética y mesiánica, recibida a través de lo luso, de manera heterodoxa, y viva en el culto de lo Divino o en los mitos alquímicos de El Dorado y de Avalón. Habrá ejemplos que sólo la poesía de Jorge de Lima lleva a luminosas consecuencias. También a este respecto, un intercambio cultural más intenso contribuiría a un impulso de mayor pasión, de osadía mayor, el dejarse llevar por la marea de la vida, entre los trópicos y la sangre, que un positivismo enclenque o la importada razón crítica de hecho hacen mermar en nuestro ímpetu. Entre tanto, a través de lo épico y de la protesta social, además de la brasa etnográfica por la cual el sentimiento religioso emerge de manera heterodoxa de manifestaciones folclóricas como el Bumba-meu-boi, las generaciones que trataron de escribir después de los años 70 tienen a disposición una base poética que podrá facilitar la aproximación de dos idiosincrasias, acortando la separación de los dos idiomas, con superación de los perjuicios y multiplicación de los beneficios.

Resisto a la tentación de mencionar nombres, porque uno no se engaña cuando advierte sobre los riesgos de la precipitación, la desinformación y los afectos, que tornan aleatorias esas menciones. Pero, incluso con los más notorios y pregonados, al margen de cualquier rigor, de cualquier criterio de calidad, cualquiera de nosotros tendrá, de punta a punta del país, una lista que compruebe la vitalidad de la poesía brasileña, su presencia y sus conexiones con lo que se escribe en español. Lo cuantitativo también es un presupuesto de valor. Cuantos más nombres haya para confrontar con la crítica o con el gusto personal, tanto más visible será aquel que sintetice las cualidades o los desconsuelos de su época. Que Rosa, Lispector y Suassuna no encabecen las listas del boom latinoamericano, no los excluye de sus brillantes convergencias o armoniosas conciliaciones. Quiero decir que, también así, nuestra poesía actual, a pesar de la severidad o de las complacencias, prefigura en cantidad y en calidad la mano que va a partir el pan en la cena americana. Sólo entonces podremos saber lo que era real y qué fue oficial, y la confusión de ahora se resolverá. Pero importa reconocer desde ahora que somos muchos y estamos vivos, ni más allá ni más acá de los que hablan español, y la característica común será el conflicto de dos épocas o el choque de dos pensamientos. Más que lo ortodoxo o lo heterodoxo, lo paradójico puede franquear nuestras barreras; entre la gracia divina y el realismo mágico, desde el sentido hermético al insulso positivismo, están ahí el barroco, el Surrealismo, la semiótica, el lirismo épico, el esoterismo o la protesta social, como dicen, para comprobar que algo de nuevo, extra– europeo, se propaga por estos lados, dando mayor complejidad y apertura a las direcciones que heredamos del mundo hispánico. Hoy estamos viviendo con una perspicacia inédita –y ésta es una de las crestas de la crisis– el conflicto entre los conceptos de vida pagano y cristiano, de eternidad. Mirando al futuro, y a partir de nuestra etnia misturada, la unión (o confederación según quieran) de la América de dos idiomas es una solución, que el testimonio poético ya ha anticipado.

FM Octavio Paz, en su El arco y la lira, decía que “el marxismo es la última tentativa del pensamiento occidental para conciliar razón e historia”. ¿Crees en la validez de esa afirmación?

JSN Dan ganas de decirle a Octavio Paz que no tenga razón, tal cual le decía Álvaro de Campos a Fernando Pessoa; ellos mezclan matemáticamente lógica e intuición. Desde Descartes que se trata de conciliar razón e historia, no siempre prestando a atención a aquella advertencia de Pascal sobre las cosas del corazón. Pues, sin excepción, todas las ideologías del siglo pasado, y entre ellas sobresalen el gigantismo de Marx y el titanismo de Freud, terminaron perdiendo la partida. Hoy es más actual llevarse por lo antiguo, buscando el equilibrio de cuerpo, alma y espíritu. Cualquier tentativa de pensar fuera de este triángulo, que puede ser leído de abajo para arriba o de afuera hacia adentro, significa reducción y será siempre una tentativa frustrada.

FM Nuestra obsesión por el futuro, por los cambios, por el progreso, nos arrastró de forma definitiva al centro de una ilusoria inmovilidad. De este modo, aquello que nos acostumbramos a llamar trasgresión, después de una sucesión ininterrumpida de repeticiones, pasa de tal manera inadvertido, que nos hace cree que la única forma posible de trasgresión, actualmente, es su opuesto, el conservadurismo. ¿No habría un punto de intersección entre los principios de cambio y permanencia?

JSN Totalmente de acuerdo con su afirmación. Las dos dictaduras que nos afligen, tanto la política como la económica, se abarrotaron de razón, hasta el punto de entronizar la lógica del absurdo: el movimiento inmóvil. La insanidad se convirtió en regla y estamos viviendo en carne y alma la “waste land” entrevista por Eliot (siempre los poetas). La trasgresión, en este caso, deja de ser crimen, pues adapta nuestra rebeldía a los “paraísos artificiales” que nos prometen o nos imponen, y es, de manera conservadora, un acto en pro de la salud. Quedamos nosotros, los individuos, en el mundo amplio ya devastado, sobre nosotros las vastedades consteladas –de un modo u otro, último refugio de nuestras transgresiones. Entonces, mentalmente, miro el lago extendido hacia la calma de la mañana: una leve brisa encrespa suavemente su superficie y el sol cae de plano sobre la infinidad de crestas que lo cubren de de margen a margen. Estas perturbaciones no representan la totalidad del lago. A la nochecita vuelvo a contemplar las aguas serenas; en la lisa superficie ni una casa roza el espejo líquido que refleja el cielo. Tiro una piedra, y los círculos concéntricos se expanden. Así todo depende del ojo que ve o de la mano que se mueve; el lago es siempre el mismo, accidentado en mí. Lo que hoy sufrimos será causa o efecto y el pueblo sabe que “nada acontece por azar” y que “todo lo que es demasiado es mucho”. Las ideas y las técnicas nos llevaron a intervenir en el mundo. Eso tiene consecuencias, altera y prepara la paz que ansiamos. Y el punto de intersección entre los principios de cambio y de permanencia ha de ser como la luz que es la misma entre la cresta de las olas y la lisa superficie, o, en la extensión de la chapa de agua el círculo que se acaba en las márgenes. Lo máximo es mirar a los otros como nos miramos a nosotros mismos, sin hurtar a los hechos nuestro gesto de amor. Y todos seremos un día el lago, reelaborado en nosotros. Ahí el juego de poder, que todavía se engaña con el progreso, cederá al conocimiento, y se sumará el sentir al comprender cómo se suman los individuos en el colectivo. La felicidad ha de llegar para todos o no llegará para ninguno.

FM ¿Todo ya fue escrito?

JSN Respondo con la sabiduría del lado occidental, repitiendo salomónicamente, según el Eclesiastés, que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Pero las formas se renuevan y sólo en este sentido, finalmente el poeta puede aventurar que “la chair est triste et j’ai lu tout les livres”. Artísticamente, la cuestión es cómo se puede llegar a la verdad general partiendo de la verdad de cada uno, como en sus ejercicios espirituales el santo busca la cara de Dios. El acto poético es el poeta hojeando un libro en busca del Libro que jamás podrá escribir.

______________

Notas

(1) “Un cuadro y un poema”, de Mario Augusto Rodríguez. Artículo publicado en el diario La República. Panamá, 25/11/1983.

(2) “A organicidade da poesia brasileira não encontra correspondência na crítica literária”, entrevista concedida a Danilo Gomes. Suplemento Literário Minas Gerais. Belo Horizonte, 10/06/1978.

(3) “Preâmbulo”, Antologia pessoal. Thesaurus Editora. Brasília, 2001.

 

 

 

  

POEMAS DE JOSÉ SANTIAGO NAUD

 

 

 

TRES ROMANCES

 

[1]

 

En la cara humana hay un misterio,

rosa y espina entrelazados,

trigo en el viento ondulando,

tierra en carne lacerada.

 

En la cara humana a veces

la indecisión se refleja,

y el amor viene aleteando

como banderas en la noche.

 

Inconclusa geografía,

la cara humana adivina,

subterránea, la certeza

que en los rasgos se prepara.

 

Y la línea tierna de la boca,

la oblicua de la mirada, la abrupta

que en la nariz se insinúa

conducen sus raíces

a los amplios campos de la frente.

Y la faz que, de cuidada,

civilizada, la blandura

va cerniendo entre los hombres,

deja ver, si se la observa

con los ojos de la realidad

engrudados en la fantasía,

el choque fuerte de las razas,

las manos reunidas en una sola

y los ecos de un cielo más claro.

 

Vientos más altos reducen,

entonces, el todo que es el hombre

a estatua de brisa y cabellos.

 

Así, en las crestas del pasto,

un rayo de sol incide

y oro las hace fulgir.

 

[2]

 

La niña está en el balcón

acunando el silencio,

las alas de la nostalgia

le insuflan vidas increíbles.

 

El sol vierte en los ladrillos

savia amarilla de besos

y sobre muslos y senos

pespuntea lagos de sueño.

 

La niña piensa, y levanta

por las columnas esbeltas

voces tibias susurradas

de azúcar, muñeca y ansias.

 

La noche baja. La niña

enrolla sus largas ramas

en el campo azul que le dispersa,

mugiendo, las payanas.

 

Por la verdura oscilante

peces de luna se asoman

y encienden en la tiniebla

ardiente calor de llamas.

 

La niña queda mirando,

se queda, y queda mirando,

mientras el balcón ataja,

bramando, un tropel de estambres.

 

Entonces, la tierra tiembla,

el verde tiembla, la hora

tiembla, y ella cierra

sus caderas en su ombligo.

 

Viaja, en velas de la llaga,

a la niña envía su marca,

y un impetuoso caballo

le corre rubio en la sangre.

 

[3]

 

De la mujer, quiero el cuerpo

en sus formas constelado,

suelto el espíritu, que éste

en muerte propia engendramos.

 

En la mujer, voy abriendo

arduas sendas de la tierra,

línea tortuosa aguzando

las fuentes de su deseo,

aves oscuras planeando

la incontención de los límites.

 

Oriundos del mismo limo,

ansia en barro dilatada,

impaciencia de ventura,

enraizada en la noche,

la rosa, amorosamente

deshojamos en la ausencia.

 

Y el cansancio nos devuelve

a los lechos del ser solo,

e intentamos nueva busca

– el salto hacia las razones

del origen,

y la noción del tiempo se escurre

por nuestros miembros transidos,

y dos en uno quedamos,

presos, en medida y peso

particular de su angustia.

 

Hasta que llegue la mañana,

el mañana, la muerte solamente,

la carne que nos explique,

nos testimonie en el mundo,

ensaye otro infinito,

y nos transfigure – ¡el hijo! 

 

 

 

 

UNA TEORÍA

 

Nunca engañar al poema

en los efectos sonoros. Buscar

la verdad

donde, total,

lo bello se insinúe.

Lo bello nunca es demasiado

para los dedos fugaces.

Nunca apresar la forma

en las proporciones medidas. Buscar

la unidad

donde, total,

la proporción resuene.

La forma, nunca es demasiada

para los ojos sombríos.

 

Dejar que golpee la sangre

en los campos de lo adverso,

hacer

en el mar

la suma

de las derrotas del océano,

desatar a la mujer,

hablarle al animal,

grave

como la gruta preserva

muda

el frescor del musgo.

 

Buscar la voz

que sube del silencio,

incesante,

el símbolo

que, en fruto,

une las partes contrarias,

tocar con mano igual

el sudor

que gotea

de otras opuestas manos

en la acción experta.

 

Llegar, así,

a lo oscuro,

a lo horrible,

y al dolor,

dorando el espacio hueco

de los conceptos más vagos.

Ni rehuir la muerte,

ni apresar el canto,

cuidar, claro,

la mina

para las bateas del otro.

Nunca decir el hambre

de lo que no destiló

el pistilo del alma,

constreñida

en los lagares de la ausencia.

 

Dejar que se complete

más adelante

la insuficiencia,

que retuvo

imposible

la expresión anterior.

Y trasladar las arcadas de lo externo

al interior,

y contener las quijadas del tiempo

en el interior,

ligar la cosa al nombre

del hallazgo interior,

sorprender en lo humano,

eterno

– lo elemental.

 

Y, después, intentar

ostentar la constancia

en los pendones del impulso

plantados en la pendiente.

 

Así, tornar liberto

en la voz particular

el valor poco usado

de un saber esencial.

 

 

 

 

MUJER

 

En la carne, como saeta

a su meta arrojada,

hecho aire, cosa dura,

silencio, ala vibrante,

su ser se constela

y el círculo demanda.

Pura como una piedra,

densa como una sombra

a pique, bajo el sol

de ardores rociada,

condensada de llamados,

lana, cosa más honda,

forma de conseguir

convulsiones en el agua clara,

por meandros línea igual

que se aclara y se oculta,

en los vestidos que la componen

y la desnudan.

Tan simple, como la flor

explícita, pero confusa

si al color se suman en la hoja

las lisuras del tallo

y el perfume, a la noche, hace

más flor la flor de la flor.

Desisto de entenderla,

para rendirle el asombro

del césped cuando crece.

Basta el aire, que escalofría

en el azul de un cielo desierto

su vuelo, que amo,

su manera de ser

el ser que, en el tallo, es:

ave pajarito,

suave o salvaje, nido

o nave, isla, monte

entrañas

de locura revueltas.

 

 

 

 

LA ILUSIÓN DEL POEMA

 

Digo que soy,

porque del escollo negro

del mar

ya doy la imagen.

Y a su naturaleza de ser,

fuerte e inerte en las aguas,

sumo la fuente de mi explicación.

Fuente aquende y remota,

a la ventura de mis ojos fijamente mirando,

canto

hecho a la aventura de la mirada.

Soy la voz que lo anima,

en efecto

mero pretexto. Y,

como la roca a las aguas,

llego

hasta donde los ojos se detienen

y el poema se hace

esa ave sobrevolando pura los abismos,

las alas grandes, sueltas

en los soportes de la nada.

 

 

 

 

DEL OSCURO SABER

 

Torvas las arcadas, cortas, además

las columnas

donde flores de nuestra limitación

tiñen de azul las bases

en que la memoria crece

–vivencia extinta.

Para los seres

la noche soporta ásperamente su cáscara,

que envuelve el trueque oscuro

entre el fruto esencial

y el sol, que lo madura.

Árboles, piedras, aguas, líneas

de hechura humana

cierran nuestra mirada,

en vano intentamos comprender

sus voces en la tarde.

Ave distante, el tiempo

baja su brisa en nuestra insuficiencia

y sólo la forma de luna de las nostalgias,

nimbada de aflicción,

podrá develar las cosas

nosotros,

finalmente,

comprenderemos.

 

 

 

 

VASO ANTIGUO

 

Hasta aquí llegamos nosotros,

dirían ellos en la presteza del gesto

hoy interpretado. Y nuestras palabras

completan lo que no dijeron.

Mucho aún resta por decir.

Y nosotros continuamos.

¿Cómo llegaron? El acto

se parte en pedazos por la barranca del tiempo

y, aquí, tocamos sólo las figuras

quebradizas.

¿Dónde es posible el gesto por hacer

O, si hecho, para siempre inconcluso?

Ola, crestas de la vida,

sólo en fragmentos te tocamos.

El resto el silencio arrastra. De la boca

muda, o de la mano

que quedó presa a los viejos vestigios,

insignificancias, insignificante

se escurre nuestra hora. Pero

es la sangre que todo prolonga y, en la sangre,

incesante

el mar se agita.

 

 

 

 

EXILIO

 

Exilio, esto de detenerse en el tiempo

y ver desaparecer a todos los que se amaron

en el vértigo de las horas. Y tener a mano

todos los minutos, instante justo

en que hablábamos con ellos,

haciendo volver la atención

de derecha a izquierda

o

de izquierda a derecha

sin acertar el punto preciso

o dejar que la alegría se escapara

de todo lo que podía ser, pero

nunca será. Nunca.

Royendo la costra del remordimiento

en busca de su meollo, demasiado diluido

para que el diente lo distinga,

centrado en el cerne del tiempo que se disipa

en llaga abierta

paro de existir.

Toda posibilidad de volver cesa

en la soledad de ser, piedra

trazando círculos cada vez mayores

en el agua en que cayó,

y el desfile de los rostros para siempre irrecuperables

atraviesa el silencio vacío,

mientras allá afuera los pájaros cantan,

y brotan las flores,

y en el reloj de la sala suena, precaria,

ronca, rítmicamente,

el descompás de la historia

deshilando un júbilo enmarañado

que nunca puedes tejer.

José Santiago Naud (Brasil, 1930-2020). Poeta, ensayista. Ha llegado en la capital brasileña como uno de los maestros pioneros luego de su creación. En la Un ... LEER MÁS DEL AUTOR