José Luis Rey

El dorado

 

 

 

 

 

El dorado

(Fragmentos)

 

I

 

El dorado actúa en mí: yo soy su libro.

El dorado desciende de la altura

con zapatos de lana

y se incendian los campos.

Suavemente me peina y canta: niño,

niño, soy el dorado.

¿Soy yo el elegido?

Quién lo puede saber en las calles bretonas,

entre los carros de los mercaderes

y el polvo de las alfombras que sacuden doncellas

en las ventanas. Dime,

el dorado, ¿me quieres?

Y él baila y baila bien este dorado

y las pequeñas espigas

y las hijas del sordo

lo ven danzar y aplauden, lanzan nueces.

¡Si a mi escuela el dorado

viniera alguna vez, ay, qué orgulloso

yo al decir: es mi amigo!

El dorado es famoso,

pero todos lo olvidan y olvidan que una vez

lo llevaron muy dentro.

El dorado nació del primer muerto.

Sí, un muerto dio a luz

al dorado y él duda

si su casa es la tierra o sería más bien

su destino ocultarse siempre, siempre,

hasta el día de la revelación

en el pajar del elegido.

¡Oh dorado!

Ven a mí, ven a mí, que no te olvido,

pues como el ratoncillo te vi gigante un día,

tú el señor importante y yo tu niño.

Y el dorado me escucha, mi peluche

inmenso con barriga de dragón,

et in Arcadia ego.

Adiós, dorado, dime tras la muerte

otra vez las palabras amarillas,

las que hacen despertar.

 

 

XIII

 

¿Te quise a ti o a ella, mi dorado?

¿A cuál de los dos quise?

Bendita la que está llena de ti

y el que lo sabe ver.

 

Muchas cosas han visto ya los hombres:

la llegada a la luna, la destrucción de Senaquerib.

¿Pero vieron en todas a un dorado?

Solo en amor y en poesía te vemos.

 

Solamente una vez

y esto es ya para siempre.

Y mi fe en verte es haberte visto.

 

Abrásame los ojos para que yo te vea.

Arráncame el oído para que yo te oiga.

Córtame las dos manos para que yo te toque.

Inmenso, inmenso amor.

¡Si eras tú, mi dorado!

 

 

XIV

 

Si ahora cierro los ojos y te veo,

si en las sombras te veo,

es porque tú eres último sentido,

el claro despertar.

Tantas visiones para verte a ti,

tantas visiones como tuve yo

y fueron para ver solo a un dorado.

Mi dorado, ¿me das

la mano por el reino de las sombras?

Oh última visión del santo en llamas:

¡el sentido, el sentido!

Este azul grande del significar

cómo brilla al final de tanta sombra.

Y tras tanta palabra

un dorado me espera.

¡Adelante!

¡Adelante!

No vamos solos por el valle oscuro:

el dorado nos guía,

nos protege.

Música del despierto, suena y sana

y toca con los huesos un tambor,

la sombra resonante.

¡Porque al fin el dorado está conmigo!

Porque aquí está la suma

de las visiones y la vida entera:

al hablar de mis ojos

responde el escuchar de otra mirada

y esto es amor, y encuentro.

Encuentro del dorado con su hombre,

con el que estaba desde niño listo

y destinado a hallarlo.

Oh Moisés por las sombras, dócil mar

que se abre a tu paso.

Un paso, un paso más,

el dorado. Vayamos

hacia la fuente al fin,

la que mana en la cima de las sombras.

 

 

XXIII

 

Tú que me diste el sol no me des toda

la oscuridad un día.

Tú que me diste

palabra de misión

dame ahora un camino entre las sombras,

porque yo te escuché y te fui fiel,

un devoto noruego en campanarios

que proclaman tu gloria. Tú que me

diste tantas visiones

dame el ojo que no se cierra nunca.

Tú que me diste música

dame el oído en que golpea el Ser.

Los patos y las arpas se rebelan,

los muy maleducados,

contra tormentas de tu mal carácter.

¡Forjador de mi fuego!

Tú que me diste paz dame batalla.

Tú que me diste todo

lo que un hijo desea y no se atreve

a pedir dame ahora

el nadar por las venas amarillas

de otro abril.

Si en abril desperté,

en otro abril despierte

y cante yo y cante

yo tu melancolía,

general arruinado con casaca

cosida por los grillos y la estrella.

Tú que me diste el dar

no me quites aún este

recibir, recibir.

Soy esa espiga de oro tan gigante

que el niño ve en la noche

al final del pasillo

y por eso recuerda el paraíso.

Dorado, tú me diste

un pasar por la gloria pronunciando

la transfiguración.

Dame el ponerme en pie cuando me duerma.

Tú que me diste el don dame la vida.

 

 

XXX

 

Si estuviste conmigo el primer día,

¿vendrás en la mañana de la muerte?

Oh dorado, vivir contigo ha sido

mi feliz aventura.

Desde niño te tuve aquí a mi lado.

Desde niño veía

tus paisajes chinescos en el cielo,

tus países abiertos al que ama

y yo amé, y yo amé.

En las niñas veía tu dulzura.

En mis padres, tu fuerza.

Y en mí mismo tu magia, tu tesón

de urdir lo cotidiano y lo infinito,

la urdimbre del milagro.

Siempre, siempre conmigo

estuviste:

en el descubrimiento

de amor y poesía.

Siempre estuviste. No,

no quiero que te vayas.

En el último día he de llamarte,

Caronte de mi ser.

Tú me conducirás, no dejarás que caiga

en la insondable nada.

Y haber vivido contigo

será morir contigo.

Y tú me llevarás

a ser niño otra vez, allí en tu cabaña,

en la colina de la eternidad.

Cuántas veces he visto el sol ponerse

tras la colina aquella

y era como tu guiño, un parpadeo,

la suave broma, porque el sol volvía.

Vuelve así tú, el dorado,

capitán de los perros y las moscas

y la fruta que estalla

en la frente de todo visionario.

Pues ver no sería nada

si no nos convertimos en visión.

Así yo seré tú,

y ya no tendré miedo.

¡Oh qué canto de fe!

¡Oh qué riqueza última!

¡Por fin!

¡El adorado en brazos del dorado!

 

 

 

 

 

-José Luis Rey
El dorado
Colección Visor de Poesía
España, 2023

 

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José Luis Rey (Córdoba, 1973). Es doctor en Literatura por la Universidad de Córdoba; poeta, traductor y ensayista. Como poeta ha publicado los libros < ... LEER MÁS DEL AUTOR