Forma y textura del poema feliz
EPIFANÍA
Ordinal necesario,
la pulcritud se aplica en dar forma y textura
al poema feliz.
Es palabra con alas que difunde
el hilo en el ovillo
de los sueños.
El poema desciende luminoso,
anuda la belleza
y remoza pequeños propósitos baldíos
pues no contiene lastre
y conoce remedios
contra el cerco famélico
de cualquier decepción.
Auroral, el poema
asordina la angustia
y no marchita pasos
en la tierra de nadie
del chantaje afectivo.
Sus palabras exigen
que tenga la avidez
salina de lo intenso
y disloque en el aire
toda asepsia expresiva.
Que soporte la ley
gravitatoria del trapecio
y se mantenga
sobre la cuerda frágil de sí mismo,
como un don disponible
que sostiene el azul
y todo empieza.
Debe saber también,
hecho gesto final,
guardar el extravío
bajo techo.
NADAR EN SECO
El tiempo que no tuve nada en seco.
En él, cada brazada recolecta
el secreto de la profundidad.
De cuando en cuando,
rasga la superficie un hueco húmedo
cuyo fondo merece
estelas de luciérnagas.
Mas un sudor salobre
desdice la quietud
e impulsa otra brazada
hacia el perfil exacto del trascielo.
No dejo que el cansancio
se carcoma en reflejos.
Sacudo el agua ausente.
En los brazos maltrechos
hay jirones de mí.
NUBE
Conoce la indigencia
el pacto con mi sed adormecida.
Al abrir la mañana,
nada pido, por tanto;
tal vez el mapa blanco de una nube
que dibuje al descuido su textura,
la letra detenida de una niñez ingrávida.
Y que la nube un día
sea vuelo que no duerme el cansancio,
secreto fugitivo
en un cielo estepario,
lluvia fértil saliendo de la noche
para poner de nuevo
entre los párpados
un temblor auroral,
la claridad pujante del comienzo.
DORMIR AL RASO
La mala luz derrumba mis lecturas
cada vez más pronto.
Recurro al cuello blanco
de un flexo que ladea
la mínima planicie
y pongo ante mis ojos
el ascua iridiscente.
Pero los trazos
no saben mentir.
Oblicuas y veladas, las grafías
son como viejas fotos;
solo manchas, deshechos,
reincidentes borrones.
Cobija mi pupila
la indefensión del gato que maúlla
perdido entre la noche,
mientras en el cansancio,
al raso del cristal,
como labios siniestros,
oferentes acuden nuevas sombras.
HUELLAS
En el aire, mis dedos
exploran cavidades y palabras,
los hilos de rendijas interiores.
Cobra fuerza en su tacto
la sequedad estéril del silencio
y asciende, inadvertido,
un deshielo de voces,
un puente levadizo
que se aleja del frío y nos pronuncia.
La terquedad del tacto
descubre los pigmentos,
la textura de gema,
el pulso vivo
cuando estiro la mano,
toco fondo,
y me quedo a vivir en el poema.