Fiesta callada
Fiesta callada
I
Es el secreto poner dos dedos en la bola de cristal.
Sortijas que se derriten porque los oidores
clavan juncos para apuntalar la monarquía
destruida por el granizo indivisible, golpeada por el bambú
suspirado, franjas de frentes destacan sus graciosas elegías.
El verdadero rey forma la estatua del humo
para colocarla en el recodo más frío de la perfección
caída y vuelta a levantar, ya nada entre márgenes
sueltas que le persiguen y no le invaden;
le ciegan y le despiertan por la mañana
creyendo que es cobardía llamarse Nadie como Ulises.
La ordenación o clasificación impensada:
hacen escuadras los delfines,
las pamelas tropiezan en las puertas del cine
y los cisnes se han esclavizado voluntariamente para ofrecer
un simulacro de espumas.
Solimán piensa en la sombrilla abandonada en una planicie,
pero el chopo se abría en un sombrero o en un jardín
y el sabio saludaba con una gran mariposa blanca.
II
La costumbre puede ser la mesa de nube y marfil donde soplan sus ondulantes
chismes los oidores, ella nos hace sentir las profecías.
El que juega pierde, el que no duerme esperando nueve meses
también pierde, y si pasan las banderas,
y si los malayos siembran en el río,
y si los ciegos amansan las inundaciones,
seguirán hablando de la elegancia y de la fuerza,
de las fresas robadas y de la mano guardada
en la urna de la categoría sensible, de cartón y de nieve,
de pecho redoblante, de mordidas armaduras salobres,
y si pasan las banderas, parará su máquina o seguirá cantándole a la lotería.
Los peces de noche no dejarán pasar ningún navío,
cazadoras agujas con sus lunas.
Cuando vendan peces las doncellas
se llegarán a oprimir en las puertas
si han abandonado la idea de saber la hora por los encogimientos
de las arenas, por los pasos que formarán el sentido
de creer que la unidad mojada en vino sanguinoso
surgía de Nemósine, dulce y exacta,
sentada en su corte de ardillas blancas y nueces talismánicas.
El trampolín es eficaz y puede ser vistoso.
El anillo se presentará para unir los sexos
o para enseñar los dientes de su redondez
y tendremos un circo ensangrentado o un día de lluvia.
El día de la lluvia en las arpas engendra las cabelleras.
Los mercaderes saben que ha de llegar la princesa agraciada,
regalando pestañas, mirando fijamente.
La ordenación será el roce social.
Viva red crecida servirá de vitrina a los cuerpos tachados.
Inadvertidos cometas y chispas en los acantilados
suenan sus alamedas robadas, sus bifrontes injurias
de corceles marinos en el aire reclaman,
en el agua rebotan, se apresuran gimiendo.
El agua que caía dentro del anillo robado
buscaba una playa de muslos,
recoge con el oído la temperatura del agua.
El revés de la sombra no es el cuerpo ante el agua,
donde los ciervos han huido del paisaje,
helado jardín persiguiendo una rosa
hasta la terraza donde los turistas no quieren pagar.
Los pajes, los comunistas y los sultanes
han desfilado provocando la inclinación de las banderas
y el voceo de los periódicos.
III
El problema de la cuaresma del ruiseñor está ya alegremente resuelto.
Si canta bien, golpea; si canta mal, estalla.
Nemósine y Júpiter no salen por las ventanas,
pero su única hazaña es deslizarse por las murallas
sin manchas y entregar el flautido cerrado como carta.
El ruiseñor en cuaresma vive frente a las ventanas.
Lunares, monstruos y cohetes,
el estallido de las salutaciones galantes,
son meras riquezas paradojales en el derretido discurso de los cisnes.
Se habrán caído todas las manos
como el jamás especial de los ríos,
cuando la luna se fija para el duelo de los periodistas,
como las abejas que recorren las estatuas
y saben que tienen que ir a morir a un biombo.
Su juego de abstracción aislará la rosa de la terraza,
hundirá al ruiseñor en trapos morados,
los cisnes serán excesivamente crueles, vivirán después de Nemósine
y Júpiter, entregarán el plumaje por el espejo mentido,
por ilustres mareos o la vida mentida en los ojos de las cigüeñas.
Ya no hay más que empezar a contar para sentir la alegría final,
sí empieza con un paseo acaba con una medición.
Los oidores sollozan ante el follaje de las paradojas,
su mesa de marfil, la crema de los colores llorosos.
Como si se separara un día de otro
—dócil jardín y el reposo del agua,
preclaro pecho de bocina y de miel—
se acuesta su trabajo en el cielo
para establecer definitivamente el campamento de los cisnes.