Hijos en el mar
Un día gris
A Ángel Fernández Benítez
Estar en el sillón sin hacer nada,
y no obstante sentir que somos vida
al ver por la ventana de la tarde
un cielo gris acorde a la tristeza
que a veces, junto al fuego,
en nuestra casa,
nos afirma con lluvias y palomas.
Ahora soy del aire y del amor.
Presente es esta luz fiel y difusa
cayendo sobre el mundo
y en mis manos abiertas.
Encalado en la fuga de las nubes
hay algo que se va y está llenando
con su escaso caudal
el cauce de las horas:
este murmullo limpio de la lluvia,
la oración de una tapia
en el patio del frío.
Ars poética
Es mucha la distancia al asomarme
a mi escritura, y el vértigo profundo,
implacable la altura si es del alma.
Al abrirlas, qué vacías mis manos.
He querido romper
el mármol del silencio
muchas veces, cantar en un poema
lo que es capaz de ver un hombre
cuando la soledad lo lanza al aire:
un árbol contra el cielo en la llanura,
una casa que ardiera junto al mar
donde fuimos y amamos sin medida,
la muerte en una calle donde el viento
golpea las persianas con su furia,
la sed del corazón,
las razones del grito.
No sé a dónde llegué, después de todo.
Jamás tuve certezas. Avanzamos
a tientas por la niebla que persiste,
y es una suerte andar a campo abierto
si sabemos seguir junto a la vida.
No sé el porqué
ni el cuándo. Me retiro
despacio en la intemperie, mi refugio,
donde siempre se alivia mi dolor
al lado de un almendro que florece.
Ya ves dónde llegué con unos versos
escritos con el agua y con el humo.
Cantar no es otra cosa,
y tú lo sabes,
que un intento posible de alcanzar
en la noche la luz que está a lo lejos.
Visita al cementerio
A mi padre, in memoriam
En un pueblo perdido de montaña
sitiado por sabinas
y pinadas del aire,
por encinas oscuras, polvorientas,
bancales arruinados donde crecen
los trigales resecos, la amapola
que tiembla con el aire colorada,
allí, sobre la infancia de la tierra
un hombre se encamina
y está solo,
y no quiere llegar, está llegando
a qué lugar del hambre y del amor:
un breve cementerio que custodian
la lanza de un ciprés y los olvidos,
que visitan los vientos y los pájaros.
A veces hay lugares que son tiempo.
Apenas una tapia en las afueras
que hiende en dos al mundo
y lo limita,
y una puerta de hierro mal cerrada
que da acceso directo al corazón.
Entramos al silencio, en soledades.
Llevamos una rosa y una lágrima
que sí tienen sentido al acercarnos
al raro desconcierto de una cruz
caída,
la rama desgajada de la nada
encima de la hierba y de las flores.
Entramos al silencio, lo que somos,
de la materia breve y sus adioses,
al enigma de un cúmulo de piedras
que cubrirán las yedras, las nevadas,
un nombre
que me nombra
con amor.
Hijos en el mar
Un barco sin nosotros ha partido,
y lento surca el mar, desaparece.
Es obstinado el sol y su escritura
en la página azul del horizonte,
las nubes repetidas, los destellos,
los versos de la sal en esta playa
donde ríen mis hijos esperando
el golpe sucesivo de las olas,
livianos al nadar en el estruendo,
eternos en el oro de la espuma,
la orilla del amor a sus vaivenes.
Huele a viento
y herrumbre,
a tempestad,
y hay una agitación que permanece
en mí de gratitud que nada busca
y el alma se serena en esta costa.
Cuán dulce el sol abrasa del estío
la gracia de sus cuerpos y mi voz,
las islas en la niebla de mis vidas.
Qué raudo, hasta llegar,
ha sido el viaje.
Aquí lloran mis ojos de alegría
ante esta luz reciente que me ciega.
No sé qué me sucede en el amor.
Ahora no es ahora, y mis palabras
celebran la ignorancia de su canto.
Ellos gritan mi nombre,
el verdadero,
y entonces en la orilla les sonrío
y siento que mi vida se despide,
y la brisa del mar sobre mi rostro
me arrastra, desde cuándo,
con qué fuerza,
al fondo más sereno de la felicidad.
La entrega
La tarde es importante, estoy contigo
hablando en el jardín de las edades,
nuestro banco de piedra bajo el cielo.
El sol dora el granado. Qué quietud
donde todo acaece.
Se cumple la promesa
contigo al ver la orgía de sus frutos
de un ocre que madura suspendido
y apunta con su peso al colorado,
la conquista flexible de las ramas,
la belleza que hospeda tanto amarte.
Te miro, nos miramos. Sonreímos
al sabernos aquí y a lo que venga,
y apenas, un instante, tres gorriones
cantan en el tapial y alzan su vuelo
por un azul que hilvana claridades.
Aquí estamos los dos,
donde estuvimos.
Ya ves con cuánto amor voy a la muerte.
Hoy todo está pasando en el minuto
donde tocas mi frente con tu mano.
debajo de esta rama,
debajo de esta rama
donde pasa mi vida.