El ilusionista y otros textos
El Domador
El Domador dice que no:
él no tortura a sus bestias.
Su método infalible es la persuasión,
su recompensa el cariño.
El Domador se muestra como un tirano benévolo.
Con mano ya perlada por la vejez,
acaricia indolente unos cachorritos.
Es el espíritu del orden.
Cada cual tiene su lugar
bajo esta carpa y en las jaulas de afuera.
“Sólo trabajo para el placer de mi público;
y lucho por el bien de mis animales.
Sin la misericordia de este Circo
ya los habrían cazado. Serían tal vez
pieles de lujo en un aparador
o simples organismos de sufrimiento
en los laboratorios del infierno.
“En mi Circo no existe ley de la selva.
Viven en paz. Se encuentran protegidos
por mi benevolencia, a veces exigente.
No podría ser de otra manera.
“Ahora observen la cara de mis bestias.
Sólo les falta hablar; si pudieran hacerlo
entonarían a coro mi alabanza.
“Con gusto posaré para sus fotos.
Me encanta retratarme con las panteras,
ver cómo tiembla el tigre cuando empuño mi látigo.
¿Pueden negarlo? El Circo es el Estado perfecto.
Cuando él termina de hablar
el silencio no colma el Circo:
se oyen protestas entre rejas.
Boro
Boro es el niño bestial,
el hijo de las fieras, el joven-lobo
que creció entre los lobos y está cubierto de pelo.
Boro tiene a lo sumo catorce años.
Su mirada, todos los siglos.
Lo hallamos en un bosque de Sarajevo
y lo hemos mantenido en pleno estado salvaje
para cobrar por exhibirlo.
Observen sus colmillos. Vean cómo gruñe.
Aprecien esas unas encorvadas en garras.
Sólo puede comer carne sangrante.
Fíjense en cómo parte a ese corderito
y se deleita en arrancar sus entrañas.
Boro es el Mal Salvaje, el asesino yacente
bajo la represión que hace posible
vivir como vivimos: entre aullidos
y detrás de las rejas.
Fenómenos
Vivimos del desprecio y para el desprecio.
La elocuencia de la mirada, el fulgor
con que ustedes tasan y humillan
a nosotros nos alimentan.
En las buenas familias se nos oculta.
Todas las dinastías imperiales
tienen fieros palacios, hondas prisiones
para aquellos que son de nuestra especie.
Señoras y señores, gracias por vernos.
Gracias por las monedas del desdén.
(Deberían adorarnos:
los hacemos sentir dioses.)
Pasen a nuestro inmóvil carnaval.
Celebren los disfraces que no podemos quitarnos.
Después, para lavarse de la visión,
vayan a los espejos deformantes.
Aquí está el mundo: pueden observarlo
en otro espejo cóncavo y oscuro.
Miren las cuatro piernas, los dos pares de brazos:
nuestro as, El Pulpo Humano, aún no es pescado
y ya hace mucho que dejó de ser carne.
Y este es el Lobizón. Cara imborrable,
nudo de pelo hirsuto color de sangre
en donde apenas flotan dos ojillos impávidos.
Vean al Enano-Enano, el más pequeño del mundo,
diminuto bebé de setenta años.
¿No les divierte a ustedes su dolor?
Vestido de Pierrot con mandolina,
el bufoncito danza a su propio son
y tiene por contraste voz de bajo profundo.
El otro en cambio se llama El Hombre Montaña.
Mide casi tres metros. No hay lugar
para él en ese angosto mundo de ustedes.
En el género hembra
nunca ha habido un espécimen más horrible que el nuestro:
en anteriores circos la llamaron
La Bruja Azteca, La Aborigen del Hades.
Félix posee un gemelo en miniatura
que cuelga de su pecho como un ahorcado.
No tiene habla.
Emite sólo un vil chillido de pájaro,
un grito de angustia
cuando ustedes lo observan y se doblan de risa.
Aquí están todos: La Mujer Barbada,
La Niña Boa, el más gordo de Tokio.
Y ahora, viscosidad sin esqueleto,
se presenta reptando la pesadilla,
el asco, la inmundicia: El Hombre-Gusano.
Nació sin miembros y ha perdido los ojos.
Pero toca en la armónica Valencia.
Somos tragedia, error y proyecto fallido.
Cáncer de Dios, nos ha llamado un blasfemo.
Serias erratas en El Gran Libro del Mundo.
Intrusos en los que ustedes creen normalidad.
Pero tenemos un papel en la vida:
darles la sensación de ser perfectos
y de creerse afortunados
-con dos posibles excepciones:
los compasivos (ya se están acabando)
y las parejas que sospechan: tal vez
el hijo que engendramos salga como éstos.
En su arrogancia ni siquiera imaginan
que ustedes nos divierten con su cara de asombro,
que su alarmada burla y su temor
a un accidente o una enfermedad
que los haga cruzar nuestra frontera.
¿Qué esperaban? Sí, somos teratocéntricos
y todo lo medimos con nuestra vara.
Ustedes nos repugnan, nos dan pavor
con sus cuerpos de dieta y ejercicio
que también la vejez hará monstruosos;
con sus caras sin vello ni fealdad
que pronto han de plegarse bajo el agua del tiempo;
el don divino de caminar en dos pies
-pero algún día acabarán arrastrándose.
Mírense en el espejo: llevan muy dentro
lo mismo que en nosotros se hace visible.
Ustedes son para nosotros fenómenos.
Ustedes son los monstruos de los monstruos.
El Contorsionista
Desde que abrió los ojos le gustó el Circo.
A los seis anos se unió a él.
Pasó otros tantos
en el aprendizaje de su arte.
Ocho horas de ejercicio todos los días
para cinco minutos de espectáculo.
Primero fue flexible,
después alado, incorpóreo.
Esqueleto de gato, huesos de esponja,
cuerpo de alga o de agua que asimiló
las formas de Proteo.
Volvió su carne
reflejo y cauce del fluir del mundo.
Fue pelota de goma, tirabuzón,
árbol en la tormenta, vela, pagoda:
lo que usted quiera.
Todos y nadie.
Vaso del aire, forma pura, concepto,
garabato, acertijo, símbolo.
No existe el mundo para él si no hay Circo.
No concibe otra vida sino que no sea el Circo.
Quiere morirse allí sin ver el mundo de afuera.
Por lástima,
por el vago recuerdo de sus hazañas
no lo han echado del Circo.
Oye con gran dolor la resonancia del látigo.
Cada animal provoca en él accesos de llanto.
Se muere de tristeza ante los grandes reyes cautivos
(muy pronto en esta tierra no habrá elefantes).
Pasó aquel tiempo en que era atleta y acróbata.
Nunca será de nuevo el Contorsionista.
Ahora sólo se mueve bajo el estruendo del golpe.
Es El Payaso de las Bofetadas.
Las Pulgas
Bajo el vidrio de aumento
aquí en esta prisión los divertimos
con nuestro desempeño casi humano.
Reparen la injusticia de su desdén.
Acepten un minuto – nada les cuesta –
que hay auténtico genio entre las Pulgas.
Miren cómo disparo este canoncito
y vestido de frac bailo ante ustedes
con mi pareja el vals Sobre las olas.
Mientras tanto boxean las otras Pulgas,
corren en el hipódromo, atraviesan
abismos ígneos en la cuerda floja.
Vean con qué destreza incomparable
damos saltos mortales y nos mecemos
esbeltas e impecables en el trapecio.
Nuestro arte es nuestro orgullo.
Sólo en Amsterdam
han logrado igualar el espectáculo.
Pasmo del mundo, el Gran Entrenador
cada semana elige entre cien mil Pulgas
una que colme sus aspiraciones.
Aprendan del ejemplo: vuélvanse humildes.
La estrella de este Circo en vidrio de aumento
dura lo que otras Pulgas: siempre, siempre
termina como todas: aplastada.
Las Pulgas no contamos ante El Señor
que sin embargo vive de nuestra sangre.
El Hombre-Bala
Estruendo y humo: lo dispara un cañón.
Cruza como una piedra el vacío concentrado
y cae en la red al otro extremo del Circo.
(Todo lo que protege es también abismo).
Entre las dos funciones, en la barraca,
juega con cañoncitos que no hacen ruido.
El Hombre-Bala se ha quedado sin voz.
Su oído ya no escucha. Su cerebro es de humo.
Día con día la piel se hace plomo.
El año entrante será un cartucho quemado.
El Autómata
Esta gran antigualla es hoy novedad
y la exhibo a la entrada del espectáculo.
Quiero decirlo por qué sorprende mi Autómata:
hoy un robot
es una maquinaria vagamente humanoide;
más bien parece
computador o cualquier trasto electrónico.
En cambio mi Autómata
es un espectro ambiguo como un muñeco de cera.
La marioneta mecánica
-fabricada en Berlín hacia 1870, creo-
como por arte de magia
se levanta, saluda, enciende las velas,
se sienta al piano
y toca para asombro de los presentes
La Polonesa.
¿Pueden creerlo? La polonesa tocada
en la pianola, el viejo piano mecánico,
por un Autómata
que responde al nombre de Wagner?
Chopin debió llamarse mi Autómata.
Y no obstante se llama Wagner.
¿Aprecia usted la exactitud con que lo dedos de Wagner
hunden la tecla justa sin fallar nunca?
Los más grandes pianistas abren la boca
ante el perfecto acorde entre las dos máquinas.
No es nada más relojería este triunfo mecánico.
El creador de Wagner
hizo con él una obra de arte admirable,
un asombroso modelo
de eficacia, obediencia y método.
Probablemente no fue un artista anónimo aislado
sino un equipo, maravilla en su campo.
Qué disciplina, qué inventiva, qué genio.
Nunca podremos alcanzarlos.
Pregunta usted por qué llamamos Wagner a este
prodigio que anticipa el mundo de ahora.
En realidad no lo sé a ciencia cierta:
Wagner ya estaba de tiempo atrás en el circo
cuando me lo vendieron hace diez años.
Supongo que será porque lo compraron maltrecho
en el sitio donde hubo un campo.
Allí tocaba Wagner a la pianola sus valses
de bienvenida a lo que iban
a morir bajo el gas Zyklon B en las cámaras.
El Ilusionista
Echamos a patadas al viejo Mago.
Que sus huesos se pudran en el desierto
y su polvo regrese al polvo.
Ya nunca más veremos su horrible cara,
la grotesca peluca rubia,
la mirada torva de cerdo.
Y sus trucos, qué horror, sus trucos.
Nunca se ha visto un repertorio más fúnebre.
Todo tan gris y mediocre
que sólo de milagro no acabó con el Circo.
Este pobre diablo
vivió sin darse cuenta de que existía la electrónica.
Porque hay televisión, porque ya todo
lo vemos en el marco de una pantalla, el Circo
solo perdurará si alcanza el formato
de un videoclip que satisfaga el gusto moderno.
No fue lo peor aquello. Lo inadmisible
era su narcicismo intolerante, la vanidad
llevada a los confines de la locura.
(En una sola cosa los tiranos se parecen a Dios:
quieren oír sin tregua su alabanza.)
Nadie a mi izquierda nadie a mi derecha,
era el lema del viejo como el de Hitler y Stalin.
Quería para él todas las pistas del Circo
y las tres horas de función. Qué vergüenza.
Se hizo justicia. En buena hora lo echamos.
Agoniza en las calles, vive borracho,
pide limosna y nos dice: “Yo fui el gran Mago”.
Pero ni quien se acuerde. Todos se alejan
del fardo humano que huele a orines y a mierda.
Ocupé su lugar. Qué diferencia.
Asombro y maravillo a quienes viene al circo.
Todos abren la boca cuando presencian
cómo aparece el tigre bajo mi frac
y cómo de la manga me saco un buitre.
Gran privilegio de este Circo exhibirme
como su estrella máxima. Sin mi presencia
nadie se asomaría a la triste carpa.
Lo demás es relleno. Pagan por verme.
A estas alturas
nuestros pobres Payasos inspiran lástima.
La Trapecista, el Domador, los Fenómenos
son cosa vieja, de otro siglo: no importan.
Yo soy el Circo, todo el Circo. No admito
que nadie objete mi supremacía.
Y no es vulgar soberbia sino autocrítica:
Sólo hay un Mago, los demás son farsantes.
Vean el acto más grande de ilusionismo:
tengo en mi derredor unas cuarenta personas.
Un pase mágico y de repente, señores,
se alza mi pedestal en una nube de incienso:
Nadie a mi izquierda, nadie a mi derecha.