José Carlos Becerra

O la voz de los que asumen la noche

 

(Cincuenta años del aniversario luctuoso)

 

 

Hay que decir primeramente que José Carlos Becerra es un poeta fundacional en nuestra lengua. El joven poeta de Tabasco, que partió hacia Europa con una beca Guggenheim quizás nunca aspiró o imaginó que con el paso de los años se escribieran y dijeran postulados como el que inicia este homenaje.  Su libro Relación de los Hechos (publicado por Era en 1967) le valió ser su única carta de presentación ante los muchos postulantes ante la fundación que lo becaría y que lo haría recorrer Europa con el deseo de absorber vanguardias, paisajes, memorias, experiencias, contextos y rumbos. Rumbos que según cartas, lo llevarían a Francia, España, Inglaterra,  Italia (donde quedó su deseo truncado) de pisar Grecia con aquellos escenarios de mitología que se yerguen entre colosales columnas y estatuas de mármol moldeado por hombres-dioses. En Brindisi lo esperaba su destino de voz de aquellos que asumen la noche, pero no para callarse, sino para iluminar. Luceros, reflectores, llamas, iluminaciones recorren sus poemas en ese gran torrente donde desfilan metáforas; su vida familiar, la grandilocuente elegía a su madre Mélida Ramos de Becerra, las raíces indigenistas como en los colosales poemas de La Venta, donde aquellas enormes cabezas de piedra eructan y digestan la imagen hasta sus homenajes espléndidos al séptimo arte a filmes como El Halcón Maltés y Batman, y múltiples, múltiples registros.

Su decir avanza en ese gran río del mestizaje literario y en versículos donde se asume un poderío y de una gran seguridad, de la cual habló Octavio Paz.  Hoy, todo su legado se reúne en El otoño recorre las islas y es necesario redecirlo y confirmarlo que gracias al altruismo de José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid contamos con una obra que bebió en su momento de Carlos Pellicer, de Claudel, del neobarroco (Lezama Lima), de la Biblia y que dio como resultado una poética que se expande y que sigue siendo leída y admirada por nuevos lectores.

Han pasado cincuenta años desde la muerte de José Carlos Becerra y El otoño recorre las islas lo mantiene vivo, palpitante, sonoro; sigue teniendo reediciones, lo leen poetas de América Latina y de otras latitudes, hay premios con su nombre, estudios, traducciones, tesis, el tomo La Ceiba en llamas (vida y obra) de Álvaro Ruiz Abreu, y su familia ha creado una Fundación desde donde resguardan e impulsan el legado del poeta de Los Muelles y del que seguramente encontró un método para retrasar la aparición de las hormigas.

Poeta José Carlos Becerra: gracias por la noche, por sus iluminaciones y por las señales de alerta, por sus fiestas de invierno y por su palabra:

Ahora esta palabra,
este juego, esta cresta de gallo, esta respiración inconfundible.
Ahora esta palabra con su resorte de niebla.

 

Javier Alvarado
Ocú-Panamá, 21 de diciembre de 2020

 

 

 

Delhi, a 30 de abril de 1967

Señor José Carlos Becerra,
México, D.F.

Querido amigo:

Sin duda José Emilio Pacheco le habrá transmitido mis recados. Desde que recibí su manuscrito (lo leí inmediatamente) quise escribirle pero por esto o aquello no pude hacerlo.  Ahora mismo le escribo estas líneas apresuradas más como signo de amistad que como respuesta a su carta y a su poesía.

Me alegra muchísimo no haberme equivocado: usted es un poeta indudable, cierto.  Lo que digo en el prólogo de Poesía en movimiento no necesita, en lo esencial, rectificación, sino ampliación.  Dije que “su seguridad es pasmosa”.  Lo es. Pero habría que añadir: intuición, instinto, mirada –la mirada que ve el otro lado de la realidad. No hablé tampoco de la suntuosidad negra de su lenguaje. No, su peligro no es la excesiva concentración. Más bien sería la extensión y, a veces, cierta vaguedad.  Como creo (el consejo sino recuerdo mal, es de Gide) que el poeta debe contradecirse a sí mismo, luchar contra sus dones, me gustaría que su escritura fuese más veloz, menos río, más conjunción de realidades simultáneas.  Pero sobre todo eso habría que hablar con más detenimiento. Ahora sólo le diré que “La corona de hierro” * es un libro espléndido.  ¡Su primer libro!  Pienso con vergüenza en las primeras cosas que yo escribí…Un abrazo.

 

Octavio Paz

 

*Cuando su libro ya estaba en prensa, Becerra cambió el título que le había dado originalmente. “La corona de hierro”, por el de Relación de los hechos.  (Nota de los editores.)

Tomado de El otoño recorre las islas. Ediciones Era, 1973.

 

 

 

 

BLUES

No era necesaria una nueva acometida de la soledad
para que lo supiera.
Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos.
Donde el amor moró y tuvo reino
queda ya sólo un muro que avasalla la hierba.
Queda una hoja de papel no en blanco
donde está anocheciendo.
Donde goteaba luceros una noche
sobre unos hombros limpios como verdad mostrada,
sólo queda una brisa sin destino.
Donde una mujer fundara un beso,
sólo árboles postrados al invierno.

Y no era necesario decirlo.
El corazón sin que sea una lágrima
puede sombrear las mejillas.

La ventana da a la tristeza.
Apoyo los codos en el pasado y, sin mirar, tu ausencia
me penetra en el pecho para lamer mi corazón.

El aire es una mano que está hojeando mi frente.
Mi frente donde la luna es una inscripción,
una voz esculpiendo su olvido.

Como humo la luna se levanta
de entre las ruinas del atardecer.
Es muy temprano en ese azul sin rostro.
No era necesario enturbiar la soledad
con el polvo de un beso disuelto.
No era necesario
memorizar la noche en una lágrima.

Labios sobrecogidos de olvido,
pulsaciones de un oleaje de mar ya retirándose,
ruido de nubes que el otoño piensa.

Hay lápices en forma de tiempo, vasos de agua
donde el anochecer flota en silencio.
Hay una rama de árbol como un brazo esculpido
por algún abandono.

Hay miradas y cartas donde la noche
puso en marcha al vacío,
a las frentes que extinguen su remoto color
sobre letras que enlazan señales de viaje.

Aquí está la tarde.
Puede enrolarse en ella quien esté enamorado.
Aquí está la tarde para designar una ausencia.

Suena en mi pecho el mundo
como un árbol ganado por el viento.

No era necesaria la tarde, tampoco este cigarro cuyo humo
puede ser otra mano evaporándose.

Invernará la noche en mi pecho.
No era necesario saberlo.
No tiene importancia.
Espero una carta todavía no escrita
donde el olvido me nombre su heredero.

 

 

DECLARACIÓN DE OTOÑO

He venido.
El otoño nos revelará el hueso del mundo,
en sus hojas el color amarillo no será solamente un aria triste,
será también la verdad de la tierra,
el paso de esa luna donde han dejado de temblar las doncellas,
la historia que los niños no pulirán con sus manos.

Conozco la mirada del sedicente,
la ciudad ha sido conquistada por el heliotropo nocturno;
dadme mis huesos y los huesos de mis muertos
y los pondré a florecer en la noche.

Porque yo veo la miel sombría donde los rostros perdidos intentan acercársenos,
ponernos el vaho de su corazón en el cristal de esa ventana que sin darnos cuenta
hemos dejado encendida esta noche.

Porque yo veo los amaneceres socavados en octubre por la garra del relámpago
que saca del fondo a las doncellas muertas,
a los niños que no han podido pulir ninguna historia con sus manos.

He venido.

Aquí se reúnen las leyendas de piel titilante,
las miradas donde aparece la arena movediza que está a la mitad de todo recuerdo;
porque ahora miro las extensiones del mito
y no encuentro otra respuesta ni otra distancia que el llanto,
la piel desalojada en el mar, la risa de la hiena detrás de los espejos.

Voy por otra ciudad; yo no camino sobre las aguas,
camino sobre las hojas secas que caen de mis hombros,
miro a los muertos en brazos de sus retratos, miro a los vivos en brazos de sus desiertos,
a las prostitutas vírgenes embalsamadas dentro de su sonrisa.

Conozco esta ciudad, estos orines de perra, esta piel acechante de gato,
estas calles que he recorrido mirando en silencio lo que me devora.
He visto el latigazo  de la ceniza en los cuerpos dormidos,
el miedo lustrado por unas manos silenciosas,
la luz enhebrada por lo más lejano de los ojos,
el oro con su infancia en la primera gota de sangre.

He aquí la historia,
he aquí este delirio que la luna ha tenido en sus brazos,
esta yerba arrancada al corazón, este rumor de hojas.

¿En qué sitio ríe la vejez de los muros?
¿Dónde comulga el horror con la supervivencia?

Esta es la canción armada como un guerrero,
ésta es la estación desnuda como una mujer invencible,
ésta es la estación cuya historia tiene mucho que ver con la lluvia.

He venido.

He visto la servidumbre de los parques a la crueldad del poniente,
he visto abandonados a su luz llagados en su luz,
he visto en las cocinas el hollín de las lágrimas,
la grasa quemada de un cielo prohibido,
he visto las madrigueras donde la lunas se limpia la sangre como un amor proscrito.

He venido cuando el otoño le da a la ciudad una carta del mar.
He venido a decirlo.

 

 

José Carlos Becerra Nació el 21 de mayo de 1936 en Villahermosa (Tabasco). En 1966 gana premios de poesía en Villahermosa y en Aguascalientes; participó e ... LEER MÁS DEL AUTOR