Poetas
Poetas
No gozan del prestigio que otros tienen,
digamos, por ejemplo, los actores,
los músicos de bar o los que llenan
las salas de conciertos. Pontifican
cuando hablan de sí mismos, o de Kafka,
Machado, Baudelaire o de la crisis.
La razón los asiste, indefectible.
Se miran con recelo si se juntan
en céntricos cafés y hablan del libro
que van a publicar, o del que obtuvo
un premio literario inmerecido,
de aquel autor mediocre y sin talento,
sin propuesta poética. Su envidia
es flaca y amarilla, quevediana
y análoga a su hambre de prestigio.
Suelen ser un estorbo en cualquier parte,
invitados incómodos, rebeldes
que han dejado la vida entre palabras
que no son redituables, que no añaden
algo que dé interés al mundo. Seres
improductivos, vagos y mordaces,
Platón los expulsó de su República
y han venido a incendiar nuestras ciudades
con fingido glamour de iconoclastas.
Al igual que a los cerdos, se les quiere
sólo después de muertos. Y disfrutan
entonces de homenajes de políticos
en turno, de actos grises y académicos
sobre su trayectoria y obra póstuma.
No les abras la puerta, huye de ellos,
los de endiosado corazón. Serán
las próximas cabezas que decoren
las salas donde duermen los trofeos
que no han de cotizar jamás en bolsa.
Que descansen en paz, que no se acerquen
aquellos a quien llamo mis hermanos.
Los poetas del sueño de la tribu,
la vergüenza de todas las familias.