Jorge Luis Borges. Ni siquiera soy polvo

Presentamos tres textos claves del legendario autor argentino.

 

 

 

 

Jorge Luis Borges

 

 

Recuerdo mío del jardín de mi casa

Recuerdo mío del jardín de casa:
Vida benigna de las plantas,
Vida cortés de misteriosa
Y lisonjeada por los hombres.
Palmera, la más alta de aquel cielo
Y conventillo de gorriones;
Parra firmamental de uva negra,
Los días del verano dormían a tu sombra.
Molino colorado:
Remota rueda laboriosa en el viento,
Honor de nuestra casa, porque a las otras
Iba el río bajo la campanita del aguatero.
Sótano circular de la base
Que hacías vertiginoso el jardín,
Daba miedo entrever por una hendija
Tu calabozo de agua sutil.
Jardín, frente a la verja cumplieron sus caminos
Los sufridos carreros
Y el charro carnaval aturdió
Con insolentes murgas.
El almacén, padrino del malevo,
Dominaba la esquina;
Pero tenías cañaverales para hacer lanzas
Y gorriones para la oración.
El sueño de tus árboles y el mío
Todavía en la noche se confunden
Y la devastación de la urraca
Dejó un antiguo miedo en mi sangre.
Tus contadas varas de fondo
Se nos volvieron geografía;
Un alto era la montaña de tierra
Y una temeridad su declive.
Jardín, yo cortaré mi oración
Para seguir siempre acordándome:
Voluntad o azar de dar sombra
Fueron tus árboles.

 

 

 

Mi vida entera

Aquí otra vez, los labios memorables, único y
Semejante a vosotros.
Soy esa torpe intensidad que es un alma.
He persistido en la aproximación de la dicha y
En la privanza del pesar.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer
Y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una
Hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una
Insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré
Ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en
Pobreza y en riqueza a las de Dios y a las
De todos los hombres.

 

 

 

Ni siquiera soy polvo

No quiero ser quién soy. La avara suerte
Me ha deparado el siglo diecisiete,
El polvo y la rutina de Castilla,
Las cosas repetidas, la mañana
Que, prometiendo el hoy, nos da la víspera,
La plática del cura y del barbero,
La soledad que va dejando el tiempo
Y una vaga sobrina analfabeta.
Soy hombre entrado en años. Una página
Casual me reveló no usadas voces
Que me buscaban, Amadís y Urganda.
Vendí mis tierras y compré los libros
Que historian cabalmente las empresas:
El Grial, que recogió la sangre humana
Que el Hijo derramó para salvarnos,
El ídolo de oro de Mahoma,
Los hierros, las almenas, las banderas
Y las operaciones de la magia.
Cristianos caballeros recorrían
Los reinos de la tierra, vindicando
El honor ultrajado o imponiendo
Justicia con los filos de la espada.
Quiera Dios que un enviado restituya
A nuestro tiempo ese ejercicio noble.
Mis sueños lo divisan. Lo he sentido
A veces en mi triste carne célibe.
No sé aún su nombre. Yo, Quijano,
Seré ese paladín. Seré mi sueño.
En esta vieja casa hay una adarga
Antigua y una hoja de Toledo
Y una lanza y los libros verdaderos
Que a mi brazo prometen la victoria.
¿A mi brazo? Mi cara (que no he visto)
No proyecta una cara en el espejo.
Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño
Que entreteje en el sueño y la vigilia
Mi hermano y padre, el capitán Cervantes,
Que militó en los mares de Lepanto
Y supo unos latines y algo de árabe…
Para que yo pueda soñar al otro
Cuya verde memoria será parte
De los días del hombre, te suplico:
Mi Dios, mi soñador, sigue soñándome.