Jorge Luis Borges

Poeta

 

Por Luis Benítez
Grandes voces de la Argentina

 

“Ante una página en prosa el lector espera noticias, información, razonamientos; en cambio, el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse. En el texto no hay ninguna diferencia, pero en el lector sí, porque la actitud del lector es distinta.” (JLB)

 

 

A fines de la década de los ’80 conocí en Buenos Aires, gracias a mi inolvidable amigo el poeta, traductor y divulgador cultural Antonio Aliberti (1938-2000), al destacado poeta, novelista y ensayista italiano Dante Maffia (1946). Antonio ya había entregado a la prestigiosa editorial Losada su traducción de la obra del poeta italiano y, aprovechando su venida a la Argentina, tuvo la buena idea de hacerle conocer a Dante algunos autores locales, entre los que me cupo el honor de figurar. Maffia es una persona simpática, extrovertida, y es dueño de una amplia cultura; fue natural que nuestras conversaciones, en los seguidos encuentros que mantuvimos en Buenos Aires, se extendieran sobre los temas más variados. Uno de ellos fue el conocimiento que de los escritores italianos teníamos aquí, y grande fue la sorpresa de Maffia cuando le comenté que su compatriota Cesare Pavese (1908-1950) era aquí más difundido y apreciado como poeta que como narrador (al menos, por aquel entonces). Ello asombró muchísimo a Dante: él me explicó que no solo en Italia, sino en toda Europa, Pavese era reconocido como un extraordinario narrador, pero que su alta poesía –y acentuó Maffia el adjetivo- aparecía para el lector del Viejo Mundo como un campo aparte y complementario de lo principal de su obra.

De aquella afirmación derivó el resto de esa conversación sostenida hace tres décadas, pero si hoy vuelve a mi memoria ello se relaciona con la valoración que hacemos no solo en América Latina sino en el resto del mundo de la obra borgeana, que abarca tantos géneros, excepto la novela.

Sin duda Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (1899- 1986) es uno de los mayores escritores de la lengua y también sostiene su trabajo esa categoría fuera de ella, pero como con Pavese en Argentina y en 1980, consensuadamente se destaca de él su perfil como narrador, quedando en un velado segundo plano todo lo relacionado con su obra poética, de una extraordinaria riqueza temática y de factura insoslayable. Aquella lejana conversación en Buenos Aires acerca de Pavese no dejó de lado el hecho de que un gran autor termina siendo valorado fundamentalmente por un aspecto de su obra -no solo por el mainstream, cuando el autor alcanza esa aceptación, sino también por el criterio sostenido por el lector especializado-, en desmedro de otras facetas que también abordó; como si el hecho de ser único en un campo expresivo fuera en desmedro de otro.

En el caso de Borges este detalle adquiere una singular relevancia, por aspectos de su obra poética que detallaremos a continuación.

 

Antes y después de “El Hacedor”

Borges inicia su trayectoria como autor édito no a partir de un volumen de narrativa, sino de versos: “Fervor de Buenos Aires” (1923), que abriga en sus pocas páginas elementos remanentes de su pasada etapa ultraísta, pero donde ocupa ya el primer plano un lenguaje directo y el discurso confesional referido a la ciudad de Buenos Aires. Desde una óptica nostálgica e intimista, donde además la referencia a la historia nacional se abrirá espacio invariablemente merced a la evocación de sus antepasados relacionados con ella, en su primer poemario Borges incursionará en temáticas y tratamientos lingüísticos que al paso que tendrán continuación en sus colecciones poéticas siguientes -“Luna de enfrente” (1925) y “Cuaderno San Martín” (1929)- no dejarán en estos tres volúmenes de reflejar paulatinamente las referencias crecientes a temas metafísicos, luego medulares en la obra borgeana de la madurez. El tiempo y su transcurrir es -por excelencia- la tópica preferida del autor, entre otras: la intertextualidad, la historia de Oriente y Occidente (bien que desde un punto de vista de alta originalidad), las diferentes caras de la divinidad y su relación con lo humano, luego la vejez y la ceguera, la relación entre lo individual y lo general…

El comienzo que hemos trazado con sus primeros tres volúmenes poéticos se cierra hacia 1930 y no será hasta 1960, con “El Hacedor”, que los lectores volveremos a encontrarnos con el poeta entonces definitivamente asentado en cuanto a la elaboración de los temas y estilos de más largo alcance señalados –apenas referidos o esbozados- en el párrafo anterior. Los treinta años que pasaron entre “Cuaderno San Martín” y “El Hacedor” fueron de una extraordinaria maduración, que le permitieron a Borges trazar el rumbo entre lo individual y lo universal y de vuelta a lo primero, cuando repetidamente se ha dicho que tal capacidad –en el conjunto de las disciplinas artísticas y literarias- es la genuina marca del genio.

Marca que volvería a mostrarse luego de en “El Hacedor”, más honda si cabe todavía, en los siguientes poemarios: “El otro, el mismo” (1964); “Para las seis cuerdas” (1965); “Elogio de la sombra” (1969); “El oro de los tigres” (1972); “La rosa profunda” (1975), “La moneda de hierro” (1976); “Historia de la noche” (1977); “La cifra” (1981), “Atlas” (1984) y “Los conjurados” (1986).

Valgan estas escuetísimas referencias a uno de los mayores escritores del siglo XX como apenas una digresión en lo que hace a su poética, cuando por la totalidad de su obra no recibió el Premio Nobel y siempre tomando en cuenta que los reconocidos pilares de la literatura de esa centuria -Marcel Proust (1871-1922), James Joyce (1882-1941) y Franz Kafka (1883-1924)- tampoco.

 

 

 

Dos poemas de Jorge Luis Borges

 

 

El Sur

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema.

(de Fervor de Buenos Aires)

 

 

El Hacedor

Somos el río que invocaste, Heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de Jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de Macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.

(de El Hacedor)

Jorge Luis Borges (Argentina, 1889 – Suiza, 1986). Poeta, narrador, ensayista, traductor. Considerado uno de los autores más importantes de la literatura h ... LEER MÁS DEL AUTOR