Jorge Gaitán Durán

No pudo la muerte vencerme

 

 

 

 

 

Valle de Cúcuta

 

Toco con mis labios el frutero del día,

Pongo con las manos un halcón en el cielo.

Con los ojos levanto un incendio en el cerro.

La querencia del sol me devuelve la vida

La verdad es el valle. El azul es azul.

El árbol colorado es la tierra caliente.

Ninguna cosa tiene simulacro ni duda.

 

Aquí aprendí a vivir con el vuelo y el río.

 

 

 

 

Siesta

 

Voy por tu cuerpo como por el mundo.
Octavio Paz

 

Es la siesta feliz entre los árboles,

traspasa el sol las hojas, todo arde,

el tiempo corre entre la luz y el cielo

como un furtivo dios deja las cosas.

El mediodía fluye en tu desnudo

como el soplo de estío por el aire.

En tus senos trepidan los veranos.

Sientes pasar la tierra por tu cuerpo

como cruza una estrella el firmamento.

El mar vuela a lo lejos como un pájaro.

Sobre el polvo invencible en que has dormido

esta sombra ligera marca el peso

de un abrazo solar contra el destino.

Somos dos en lo alto de una vida.

Somos uno en lo alto del instante.

Tu cuerpo es una luna impenetrable

que el esplendor destruye en esta hora.

cuando abro tu carne hiero al tiempo,

cubro con mi aflicción la dinastía,

basta mi voz para borrar los dioses,

me hundo en ti para enfrentar la muerte.

El mediodía es vasto como el mundo.

Canta el cuerpo en la luz, la tierra canta,

danza en el sol de todos los colores,

cada sabor es único en mi lengua.

Soy un súbito amor por cada cosa.

Miro, palpo sin fin, cada sentido

es un espejo breve en la delicia.

Te miro envuelta en un sudor espeso.

Bebemos vino rojo. Las naranjas

dejan su agudo olor entre tus labios.

Son los grandes calores del verano.

El fugitivo sol busca tus plantas,

el mundo huye por el firmamento,

llenamos esta nada con las nubes,

hemos hurtado al ser cada momento,

te desnudé a la par con nuestro duelo.

Sé que voy a morir. Termina el día.

 

 

 

 

El instante

 

Ardió el día como una rosa.

Y el pájaro de la luna huyó

cantando. Nos miramos desnudos.

Y el sol levantó su árbol rojo

en el valle. Junto al río,

dos cuerpos bellos, siempre

jóvenes. Nos reconocimos.

Habíamos muerto y despertábamos

del tiempo. Nos miramos de nuevo,

con reparo. Y volvió la noche

a cubrir los memoriosos.

 

 

 

 

Vengan cumplidas moscas!

 

Cuántas veces de niño te vi

cruzar por mi alcoba de puntillas.

Enhebrabas tu aguja con manos

más ligeras que los días.

 

Luego te olvidé. No es poca cosa

vivir. El mundo es bello y el deseo

vasto. (Que lo diga Ulises,

cuando nada en el mar y come uvas

después de la batalla). Mas cada

año acortabas el hilo, zurcidora

aplicada.

Como una madre

o Penélope siempre lozana me has

guardado fidelidad. ¡La única!

 

Empollabas la herencia con tus

mimos. Solícita, cuidabas huesos,

dientes, toda la ruin materia

que te ceba.

¿Vale más el alma?

No encontraste nada en la mía

que e hiciera rey. Quedaba poco

cuando destapaste el pudridero.

 

¡Vengan cumplidas moscas! Hoy te pago

el ansia con que viví cada momento.

 

 

  

 

Envío

 

No he podido olvidarte. He conseguido

que este inútil desorden de mis días

solitarios, concluya en las porfías

de un corazón que da cada latido

 

a tu memoria. En tu mundo abolido,

he luchado por ti contra las pías

obras de Dios. Cuanto ayer le exigías

será invención del hombre que ha nacido.

 

Tantas razones tuve para amarte

que en el rigor oscuro de perderte

quise que le sirviera todo el arte

 

a tu solo esplendor y así envolverte

en fábulas y hallarte y recobrarte

en la larga paciencia de la muerte.

 

 

 

 

Se juntan desnudos

 

Dos cuerpos que se juntan desnudos

solos en la ciudad donde habitan los astros

inventan sin reposo el deseo.

No se ven cuando se aman, bellos

o atroces arden como dos mundos

que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.

Sólo en la palabra, luna inútil, miramos

cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,

se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,

estrellas enemigas, imperios que se afrentan.

Se acarician efímeros entre mil soles

que se despedazan, se besan hasta el fondo,

saltan como dos delfines blancos en el día,

pasan como un solo incendio por la noche.

 

 

 

 

Amantes I

 

Somos como son los que se aman.

Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos

desconocidos que se estrechan a tientas,

cicatrices con que el rencoroso deseo

señala a los que sin descanso se aman:

el tedio, la sospecha que invencible nos ata

en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.

Enamorados como dos locos,

dos astros sanguinarios, dos dinastías

que hambrientas se disputan un reino,

queremos ser justicia, nos acechamos feroces,

nos engañamos, nos inferimos las viles injurias

con que el cielo afrenta a los que se aman.

Sólo para que mil veces nos incendie

el abrazo que en el mundo son los que se aman

mil veces morimos cada día.

 

 

 

 

Amantes II

 

Desnudos afrentamos el cuerpo

como dos ángeles equivocados,

como dos soles rojos en un bosque oscuro,

como dos vampiros al alzarse el día,

labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,

boca que busca la boca, estatuas erguidas

que en la piedra inventan el beso

sólo para que un relámpago de sangres juntas

cruce la invencible muerte que nos llama.

De pie como perezosos árboles en el estío,

sentados como dioses ebrios

para que me abrasen en el polvo tus dos astros,

tendidos como guerreros de dos patrias que el alba separa,

en tu cuerpo soy el incendio del ser.

 

 

 

 

Hecha polvo

 

Tanto te amé ese día que la muerte

voló por la ciudad como mil soles,

abeja de mi duelo

en el definitivo verano que te llama.

Fui descubriendo un astro en tu desnudo

tras de mis pasos ciegos por tu sombra,

presente, ocio feroz, donde toda la sangre

al hombre exige lo que para el cielo es imposible.

El mundo, espejo de mi mano iba

como una joya opaca por tus ojos,

te miraba mirar rostros, reinos, memoria

súbita, nube que como una desdicha

pasa por la carne de donde me retiro

desterrado a la ajena imagen que te asalta.

Te fui quitando abrazos, conquistas, el peso

de una dinastía que ahora habita la noche.

Yo te hice habitar en las estrellas.

A ti, arrogancia, cuerpo impenetrable,

la pena de todos vencedora te ha penetrado.

 

 

 

 

Sé que estoy vivo en este bello día…

 

Sé que estoy vivo en este bello día

acostado contigo. Es el verano.

Acaloradas frutas en tu mano

vierten su espeso olor al mediodía.

 

Antes de aquí tendernos, no existía

este mundo radiante. ¡Nunca en vano

al deseo arrancamos el humano

amor que a las estrellas desafía!

 

Hacia el azul del mar corro desnudo.

Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo,

nazco en el esplendor de conocerte.

 

Siento el sudor ligero de la siesta.

Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta

en que más recordamos a la muerte.

 

 

 

  

No pudo la muerte vencerme

 

No pudo la muerte vencerme.

Batallé y viví. El cuerpo

infatigable contra el alma,

al blanco vuelo del día.

 

En las ruinas de Troya escribí:

«Todo es muerte o amor»,

y desde entonces no tuve

descanso. Dije en Roma:

 

«No hay dioses, sólo tiempo»,

y desde entonces no tuve

redención. Callé en España,

pues la voz de la ira desafiaba

al olvido con mis tuétanos,

mis humores, mi sangre; y

desde entonces no ha cesado

el incendio.

 

De reposo

le sirva tierra extranjera

al héroe. Cante fresca hierba

como abeja del polvo por sus

párpados. Yo no me rindo:

quiero vivir cada día en

guerra, como si fuera el último.

 

Mi corazón batalla contra el mar.

 

Jorge Gaitán Durán Poeta colombiano nacido en Pamplona, Norte de Santander, en 1924. Radicado desde temprana edad en Bogotá, inició sus estudios de Derecho s ... LEER MÁS DEL AUTOR