Jorge Enrique Ramponi. Piedra infinita

Continuamos esta sección con un Texto clave del enorme poeta argentino.

 

 

 

Jorge Enrique Ramponi

 

Piedra infinita
(Fragmento)

CORAZÓN de la piedra que no llora ni pregunta nunca,
forrado en soledad,
en su amarga vertiente de silencio,
penitente sin rodilla ni sangre
como esclavo girasol aborigen.

Oh satélite ciego del tiempo perpetuo.
Un meridiano estéril, desde el polo del ídolo,
propaga su terrible fase de escarcha,
imanta su destello verdugo.

La sangre apura su vejamen,
consuela su burbuja herida en el párpado,
se arrulla entre sus propias efímeras de fiebre y polvo.

Y cantaría de amor, aún, hasta arrullar el sílice,
hasta que cambie al menos la forma del suplicio.
Nivel a pulso suyo la piedra en hondo vuelo ardiente,
a oscuro rigor de alas de sangre, el canto.

NO hay equidad corpórea,
hombre de pobre tierra alzada en alarido.
Nadie alcanza la piedra.
Nadie vuelve su núcleo pulpa viva.
No la toca una vara de llanto caída en la intemperie.
Nadie conoce el sésamo ardiente que abra el témpano.

Pero el agua distribuye su magia.
Rápidos cubiletes vuelcan su azar perenne,
números bailarines por declives de danza hasta la innúmero,
súbitos sortilegios encinta de primicias.

Juegos de hembras,
fugaces biseles de muchachas,
el augurio de carnales magnolias siempre en fase de vísperas,
la promesa de ebrias lunas de nalgas, a deriva por rápido menguante.

Suelta, otra vez los pétalos confluyen.
Estallan las barajas de escama,
alguna catedral de estalactitas
por un remo de sol, sólo de luciérnagas.
Oh poliedro flagrante,
agua plural, furtiva, espectro de lo súbito.
Árboles sueltos, bosques libres huyen,
árganas de corimbos a deriva.

Tarambanas del agua,
del brazo las argollas de verbena,
rondan la piedra adusta,
le azuzan sus pléyades,
frustran su discurso de golas.
Versátiles medusas, chorreando su escarola marina.
oh benignas gorgonas vueltas gárgolas,
llaman la piedra como a un duro afluente
con sus flautas de sal y su tambor de yodo.

Y han de jugar acaso hasta absolver la piedra,
hasta que le brote una flor, un fértil corazón adentro,
un chorro de arrullo, una pluma de esmirna,
cuya criatura le cueste vivir
y morirse.

PIEDRA o vanidad del tiempo que así se erige dólmenes.
Máscara turbia de una fábula lenta que perdura en su mímica.
Ignora las primaveras -danza del árbol y la sangre-
sus destello y ruinas,
témpano sin temperatura.
Accede en su color o declina en su orgullo
sólo por la gran constancia unitaria.

La tierra cargada de su plomo triste
gira para un azar de siglos y girándulas.
Quisiera sacudir su estorbo duro,
como un tumor o lacra,
áspera cuña que interrumpe la dulzura terrestre.
El hombre canta y llora a crispación de vida y muerte,
hasta cimbrar su corazón en su pedúnculo,
vasallo de un dios triste, anónimo en su fuerza,
a quien no importan vísceras ni canciones, ni sueños.
Porque no vale el caracol,
el surtidor del canto,
la dulce criatura, el bello animal nuestro que da sangre.
Ni el mineral o fósil o lingote calcáreo,
aglomerado infame, tirado a eternidad sobre su muerte,
si aún lo definitivo es sólo tránsito infinito.

(Ah, letras de la sangre cercada de gusanos,
palabras de la entraña cuyo panal devoran,
voces que el duro rapto erige
y el canto, ciego, palpa temblándole las yemas,
con la lengua pegada en qué sabor a póstuma cicuta.
El polen de la vida tiembla en los estambres de los huesos,
trepa una larva fría sobre un lóbulo,
desde las turbias napas crece un légamo horrible,
el pésame que hereda la sangre réproba de las sangres
otra vez toma forma de callado alarido.)

VED la piedra en su código:
materia que sólo sabe dormir, dormir, párpado a plomo,
esclava en su postura,
deriva en soledad de limbo a limbo.
Acuñada en su edad, ajena al tiempo, antepasado
suyo que ella niega,
ya nadie sabe de su vástago lejano.

Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno; yo, lo efímero ardiente, la atropello a
sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su destino.