Jorge Carrera Andrade. Aquí yace la espuma

Presentamos tres textos claves del enorme poeta ecuatoriano.

 

 

 

Jorge Carrera Andrade

 

 

Vocación del espejo

Cuando olvidan las cosas su forma y su color
y, acosados de noche, los muros se repliegan
y todo se arrodilla, o cede o se confunde,
sólo tú estás de pie, luminosa presencia.

Impones a las sombras tu clara voluntad.
En lo oscuro destella tu mineral silencio.
Como palomas súbitas
a las cosas envías tus mensajes secretos.

Cada silla se alarga en la noche y espera
un invitado irreal ante un plato de sombra,
y sólo tú, testigo transparente,
una lección de luz repites de memoria.

 

 

La semilla

En su cueva de tierra la semilla interroga
prisionera inocente, la razón de su encierro.
Es oscura su cárcel transitoria.
Por salir a la luz todo en ella trabaja
y al fin su brazo verde agujerea el suelo.

Brazo verde que buscas el aire de la altura,
la libertad del sol, la embriaguez de la vida:
mi corazón imita en su clausura
tu florecer secreto, tu labor silenciosa
y sólo es una planta rastrera que germina.

Semilla; eres la imagen del hombre en cautiverio
el tiempo de un suspiro o de un sueño terrestre,
una estación apenas de la flor y del beso
hasta que un brote asoma a la luz alta
y el limo se transforma en una tumba fértil.

El corazón y el grano se extinguen en el surco,
mas de nuevo en su fruto se esconde otra semilla
¡Oh ciclo de la vida: fin y comienzo juntos!
En la semilla un dios vive encerrado,
el dios que multiplica los frutos y los días.

 

 

Aquí yace la espuma

La espuma, dulce monja, en su hospital marino
por escalones de agua, por las gradas azules
desciende hasta la arena con pies de luna y lirio.

¡Oh Santa revestida con vellones de oveja!
Les dan una final cura de cielo
a las rocas heridas tus albísimas vendas.

¿De dónde tanta nieve caminante,
tantas flores saladas
y despojos de cirios y camisas de ángeles?

¡Oh monja panadera! De cristalinos hornos
fríos de eternidad, sacas infatigable
tus grandes panes blancos y esponjosos.

Despliegas el mantel de un festín de infinito
en donde el horizonte, en su plato de nubes,
sirve el manjar del sueño y del olvido.

También, obrera nívea, eres enterradora:
Llevas hasta la arena en paletadas
montones de cadáveres de pálidas gaviotas.

Ruedan sobre la orilla tus vanas esculturas
que pronto se deshacen
en un mármol soluble, en ingrávidas plumas.

Móvil, caída nube, al chocar con la tierra
expiras, pero se alza entre las rocas
cual fantasma gaseoso tu presencia.

Arremangado el manto sonante, casta monja
recorres suspirando
tu plantación errante de magnolias.

¿Con material de garzas y medusas
tu flotante y blanquísimo cimiento
va a sostener acaso la ideal arquitectura?

¡Frontera del abismo, guardada por palomas!
Tu ejército nevado avanza hacia la tierra
¡oh monja capitana! en batallas de aurora.

En la arena o las rocas hallas tu fresca tumba
mas vuelves a nacer a cada instante
y sin pausa atesoras en las conchas tu albura.

De las fieras del mar balsámica saliva
acaricia tus plantas de cristal y de hielo,
¡Santa Espuma, difunta en las gradas marinas!