Jorge Boccanera

Palma Real

 

 

Por un balcón, en zigzag de inmóvil relámpago, un árbol colosal se tira de cabeza al cielo…
los veleros navegan en la selva… como alhajas en llamas vuelan los quetzales.
Luis Cardoza y Aragón

 

 

I

 

La selva está hecha a lápiz, punta fina

sobre papeles rotos, garabatos que se alzan en el

aire y cajitas de música y el oso perezoso.

Una lágrima verde rueda sobre la lengua del jaguar.

Tierra tatuada, selva

con la palma en el centro que en un aire de reina

despliega su penacho, su cabellera de hilos,

su serena ebriedad.

 

Abajo, el viento junta restos del universo.

 

 

III

Desde las grietas/ se arrastra/ el verde
Edward Kamau Brathwaite

 

No habrá trago más fuerte que el corazón disuelto

de la selva. Hecho polvo lo guardo en los pulmones.

Va dormido, molido y en cenizas,

hay un ángel expulsado del cielo: es el bosque,

rueda con sus antorchas de silencio, sus pastizales altos,

sus martillos que trozan las verdes telarañas.

No hay más lugar que sus lugares.

Es un dios que no es nadie. Y es un dios.

 

 

V

 

Yo respiro la selva, no lo ves pero yo la respiro

y voy sujeto al humo de su cuerpo.

El vapor de sus nombres sube por las cañerías  de

esta ciudad vieja.

Y respiro su sangre.

Aspiro la arboleda y es de un trago, con borbotones,

pelos de animal y cáscaras de fruta descompuesta.

Cosas que fueron otras se deshacen en el plateado de la

noche.

Son estrellas podridas que acunan con aullidos, con un

filo vidrioso y una piedra que duele a cualquier tacto.

Vivo en esa caverna sin paredes.

Entre sus inscripciones lo enmarañado tiene rostro

y los perfumes gozan su fugacidad eterna.

 

También en mi noche de cemento te respiro.

Agua insolente cruza debajo de mi almohada.

 

 

X

 

La selva es lo inminente, eso que está por

desencadenarse.

Es lluvia detenida. Espuma a punto de plumaje.

Urgencia.

Estar y devenir en una misma boca.

Lo que se viene. Pronta. Y se va a desatar.

Telegramas que ruedan por el aire.

 

Mi oficio es recibir eso que vive de anunciarse.

Ser la rama de aquello que no se posa nunca.

 

 

XV

 

El hombre, ruina de sí mismo,

foto movida, zapato en el pie equivocado,

harapo de su alma, inventa partes de la selva con

madera que roba de la selva. Construye un ataúd

con la madera de un violín.

Sus ciudades son trampas, fábricas de veneno,

siembra de soledades.

 

 

XXIV

 

Ni crece, ni se expande la selva.

Nunca se multiplica.

Nunca asciende la selva,

vive

de imaginar al tiempo.

Todo el tiempo.

 

 

XXV (¿Calcar a la imaginación?)

 

Dame lo que centellea:

olla para hervir los colores del bosque,

latidos de animal asustado en el centro de un tronco,

y unos labios con ganas de arrojarse al vacío.

 

Dame lo que camina:

pelambre de incerteza y collares de dientes,

una mujer desnuda de espaldas a mi sangre,

brasitas del deseo donde apoyar los pies.

 

Dame lo que merodea: el crujir de un aroma,

clamor de lo que se despeña, ruido

de caracoles triturados.

 

Dame

lo fugitivo para siempre.

 

 

XXIX

 

Hay que aprender a leer las hojas, las

nervaduras de las hojas, su canción de crujido,

su extendida memoria de ceniza.

Hay que aprender a leer las hojas, su cuaderno

de vuelos, sus colores disueltos, su libertad, sus

huesos diminutos en la danza, su vocación de ala,

de lengua, de canoa, de sexo de hembra.

 

Hay que aprender a leer las hojas, sus enjambres

ocultos, su textura, sus oleajes de seda, sus provisiones

de agua, su temblor y su reino de terrones deshechos

 

 

XXXVIII

 

Centellea, entre las mandíbulas del diablo, una brizna

de hierba, señales del derrumbe.

 

Lo siento entre las vísceras como un ala de filos, silbos

de sucumbir.

 

Ciego frente a la Palma Real, ignora que ella es muchas

si abraza, corre, gira por la espuma del goce.

 

Hay un bosque quemado en el centro de mi juventud.

Son treinta mil esos sueños talados.

 

Quiero urgencia y memoria

cuando el horror enjuague su rostro en el follaje.

 

Que nadie ofenda al bosque.

Palma cortada es holocausto.

 

 

XXXIX

 

En la ciudad,

el viaje está guardado en los pies del borracho.

Es imposible remendar el vuelo, ningún pedazo es

con el otro, todos son nadie allí.

Por separado uno es ninguno. Nadie recuerda origen,

procedencia, sólo rastros de alguna travesía:

este cuero partido, ese barro quebrado.

 

Hay añoranza y es del viaje. La nostalgia es de

aquello que late aún en la jaula del despedazamiento.

Ahora, aquí, entre cuatro candados, el color de tus ojos

está roto. No es posible enmendar, coser, unir.

 

Pero el viaje, sí, aroma.

Oye de su murmullo, vive de ser disperso.

Reparte el vino rojo como quien obsequiara

esquirlas de una chispa.

Y en el muelle de tablas come de su extravío.

 

 

XLIV

 

El colibrí garganta brillante, dice:

“El color blanco es una selva que nadie sueña.

La ranita dorada dice: “Siempre estamos despiertos”.

Las aves del pantano dicen: “Los opuestos se envían

cartas rotas, se dedican linternas herrumbradas,

se buscan para decirse adiós”.

El pájaro sombrilla dice: “Para juntarse los amantes,

uno de los dos muere”.

Los cuervos de voz áspera, dicen: “El árbol del aullido

da corazones rojos”.

El zopilote rey –blanco y mudo- piensa mientras planea

sobre los hormigueros gigantes:

“Lo que no es selva es pobre mundo”.

Luego, todos se callan.

Nieva.

 

 

XLV

 

El vuelo del halcón peregrino escribe un poema político.

Los arrecifes de coral  -sumergidos fuegos de artificio-

escriben un poema político. Cuando el tucán arcoíris da

su mejor perfil, escribe un poema político. Las raíces del

cedro amargo reptan en la tierra esponjosa y escriben un

poema político. Las arribadas de tortugas lora escriben

un poema político. Una ceiba de setenta metros cabecea

en la bruma y escribe un poema político. Entre sus fauces

el caimán hace un poema político. El sosiego de una

mariposa nocturna escribe un poema político.

 

 

LXVI

a Jeannette

 

Vos conmigo.

En el aire brilla el salto de un jaguar.

Llueve y es plumaje amarillo lo que cae, escarcha

verde, lenguas rojas.

El bosque se calza su armadura de niebla y un árbol

gigantesco tiembla en la breve telaraña.

Caminamos una alfombra de insectos de ceniza y

sílabas quebradas.

Yo con vos.

La mariposa parpadea.

Unos labios se intuyen bajo el barro volcánico.

Al interior de la palabra “caoba”, todo se hace silencio.

La selva te respira, la respiras. Chicharras en la boca

del tigre y piedras aulladoras,

enormes abejones que bailan en una sola pata.

El bosque es filigrana, bruma de la quebrada, helecho

y bien arriba el roce del musgo con las nubes.

Una voz: “Deja sólo tus huellas”

Otra más: “Escucha, huele, mira”.

Agua que trastabilla, guacamayas en un aire de

asombro.

La lluvia duplicando al coyote, al zorro hediondo,

Los monos cariblanca y al pisote.

Vos conmigo.

Va a aparearse el toledo y el corazón de todos se

detiene.

Los senderos acercan lo distante. Laberintos hundidos

bajo los lodazales.

Yo con vos.

El tiempo transpira 400 plumajes diferentes, 100 mamíferos extraños

uno al otro, los imposibles rostros

de la orquídea. Y fumarolas. Y relámpagos.

Taladrando el follaje caen goterones despanzurrados.

Es remoto y futuro lo que veo

Vos conmigo.

 

En este gran caldero,

la cuchara de Dios mezcla la selva.

 

 

 

 

Palma Real mereció el VIII Premio Casa de América de Poesía Americana.

Jorge Boccanera (Argentina, 1952). Publicó los siguientes libros de poesía: Los espantapájaros suicidas (1973); Noticias de una mujer cualquiera (1976); ... LEER MÁS DEL AUTOR