Ojos de la palabra
Tres poemas tomados del libro Ojos de la palabra
Obra ganadora del Premio honorífico de poesía José Lezama Lima,
Cuba, 2020.
OJOS DE LA PALABRA
a Octavio Pineda
La palabra,
fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo, viaja
sobre los hombros del enigma.
Estrellas que atraviesan usinas de ceguera, correntadas de nadie.
La palabra es iguana en la roca calcinada, una pata en el aire,
la otra en el infierno.
Su cuerpo breve da una sombra inmensa.
Quieta no se está nunca por el fuego cruzado de la sangre.
Un chasquido de lengua la echa a andar por baldíos donde
lo ruin humea y pudre el aire.
A horcajadas, con los ojos vendados, entre bolsas de estiba,
dientes de nicotina
y un corazón sin aparente anhelo que acampa en el vacío.
Esa palabra lleva en su aliento un viaje, un detenerse,
un continuar.
Sus patas diminutas lo tocan todo por primera vez.
MÚSICA DE FAGOT Y PIERNAS DE VICTORIA
Música de fagot en mi menor
y piernas de Victoria por la casa
afuera una ciudad que desconozco
adentro una ventana que da a un patio
donde el sol se entretiene
en repartir sus trapos amarillos.
Música de fagot luz de Victoria
labio contra los labios del invierno
reducido equipaje de los días
que te nombra me nombra nos reúne
alrededor de frutas
después esa canilla mal cerrada.
Música de fagot y olor a un cuerpo
que busca en otro cuerpo el buen arpegio
para encontrar los ruidos cotidianos
dulces trampas ocultas en la piel
aceitadas por ángeles
desertores de un tiempo inquisidor.
Fagot de la comparsa y el amor
Es tan poco tan grande suena a mucho
quiero decir que siempre
nunca complicidades nunca incendios
ningún insomnio nunca sin el búho
nunca con esta música a otra parte.
Viva el fagot oscuro de mi barba
sobre el palo mayor de éste naufragio
en la madera hambrienta de mis manos
la nacionalidad de tu cintura
y música de sangre y barriles deshechos
–aguafuerte del siglo XVIII-.
Viva el fagot y su oxidado rostro
viva el fagot y su bandera rota
palabras de Victoria
inaugurando todas las batallas
y ese cartel que entre sus piernas grita
bufadero de playa punta negra!
Viva el cuerno de caza y su llamado
cierto instrumento en viento con su música
de donde emerge el do-mi bemol-sol
quiero decir felino de ceniza
o invitación azul de cuatro saltos
hacia el tibio desorden de los techos.
Saludable camino a muchedumbre
rock and roll de los puertos ignorados
sombrero imaginario de los picos
sobre la estatua de la decadencia
y luego ese disparo
y el delicado andar de los marchistas.
Hombre fagot con hembra violonchelo
vestido marroquí (no es surrealismo)
pueblo desordenado por la lluvia
por la parola cursi y el abrazo
y un sagapo je t´aime te quiero y sea
este fagot comparsa inolvidable.
Mi escudo de combate de latón
y tu nombre de guerra (ajonjolí)
y todas las señales si una foto
si un periódico viejo si una taza
chilla la cafetera y en el suelo
un teléfono gris y desnucado.
Así se vuelve siempre se regresa
de la ferocidad de la dulzura
con una bala un beso y un adiós
así la casa se abre de los rumores
de una calle cualquiera de provincia
donde los gallos resucitan verdes.
Así el gato regresa a su arco iris
el fagot a su estuche de neblina
la silla a su romance con el mimbre
los barcos semihundidos a los cuentos
el sol al sol
los ruidos de Victoria a mis papeles.
ESA FOTOGRAFÍA QUE NOS SACAMOS UNA VEZ
Me molestaban
los ojos de los vagabundos desde los árboles vecinos,
ese enorme sombrero
y los ruidos del tren carguero de las doce,
cada vez que hacíamos el amor debajo de los puentes.
Después,
yo me quitaba el barro de las botas
y regresaba alegre a mi fagot,
mientras tu voz tatuada por mis besos
volvía a los sustantivos de costumbre.
Y te olvidabas pronto del color de mis ojos
y pronto me curaba del filo de tu piel.
Y vuelta al juego de encontrarnos
quizá en un bar entre Perú y Defensa,
o en la vieja recova,
si era domingo en plaza San Martín.
Y otra vez tus labios despintados
alimentando pájaros ocultos
en los trapos más negros de mi barba.
Después,
pasó el otoño con el café barato tu pequeña canción,
vino acaso la guerra, volví a los compañeros
la distancia de a poco fue cubriendo todo,
como un lento derrumbe de cartas amarillas que no
llegaron nunca.
Y un nuevo jet cruzó todo el espacio,
una ciudad pasó a llamarse Ho,
se agudizó la histeria del fascismo,
nadie habló del otoño durante doce meses,
y cada vez que pasa un tren carguero, suena esa
melodía
“La gradisca si sposa e se ne va”.
Y ya nadie se ama debajo de los puentes
donde los vagabundos crecen en número y silencio.