Jorge Boccanera

Ojos de la palabra

 

 

Tres poemas tomados del libro Ojos de la palabra
Obra ganadora del Premio honorífico de poesía José Lezama Lima,
Cuba, 2020.

 

 

 

 

OJOS DE LA PALABRA

a Octavio Pineda

 

La palabra,

fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo, viaja

sobre los hombros del enigma.

Estrellas que atraviesan usinas de ceguera, correntadas de nadie.

La palabra es iguana en la roca calcinada, una pata en el aire,

la otra en el infierno.

Su cuerpo breve da una sombra inmensa.

 

Quieta no se está nunca por el fuego cruzado de la sangre.

Un chasquido de lengua la echa a andar por baldíos donde

lo ruin humea y pudre el aire.

A horcajadas, con los ojos vendados, entre bolsas de estiba,

dientes de nicotina

y un corazón sin aparente anhelo que acampa en el vacío.

Esa palabra lleva en su aliento un viaje, un detenerse,

un continuar.

 

Sus patas diminutas lo tocan todo por primera vez.

 

 

 

 

MÚSICA DE FAGOT Y PIERNAS DE VICTORIA

 

Música de fagot en mi menor

y piernas de Victoria por la casa

afuera una ciudad que desconozco

adentro una ventana que da a un patio

donde el sol se entretiene

en repartir sus trapos amarillos.

 

Música de fagot luz de Victoria

labio contra los labios del invierno

reducido equipaje de los días

que te nombra me nombra nos reúne

alrededor de frutas

después esa canilla mal cerrada.

 

Música de fagot y olor a un cuerpo

que busca en otro cuerpo el buen arpegio

para encontrar los ruidos cotidianos

dulces trampas ocultas en la piel

aceitadas por ángeles

desertores de un tiempo inquisidor.

 

Fagot de la comparsa y el amor

Es tan poco tan grande suena a mucho

quiero decir que siempre

nunca complicidades nunca incendios

ningún insomnio nunca sin el búho

nunca con esta música a otra parte.

 

Viva el fagot oscuro de mi barba

sobre el palo mayor de éste naufragio

en la madera hambrienta de mis manos

la nacionalidad de tu cintura

y música de sangre y barriles deshechos

–aguafuerte del siglo XVIII-.

 

Viva el fagot y su oxidado rostro

viva el fagot y su bandera rota

palabras de Victoria

inaugurando todas las batallas

y ese cartel que entre sus piernas grita

bufadero de playa punta negra!

 

Viva el cuerno de caza y su llamado

cierto instrumento en viento con su música

de donde emerge el  do-mi bemol-sol

quiero decir felino de ceniza

o invitación azul de cuatro saltos

hacia el tibio desorden de los techos.

 

Saludable camino a muchedumbre

rock and roll de los puertos ignorados

sombrero imaginario de los picos

sobre la estatua de la decadencia

y luego ese disparo

y el delicado andar de los marchistas.

 

Hombre fagot con hembra violonchelo

vestido marroquí (no es surrealismo)

pueblo desordenado por la lluvia

por la parola cursi y el  abrazo

y un sagapo je t´aime te quiero y sea

este fagot comparsa inolvidable.

 

Mi escudo de combate de latón

y tu nombre de guerra (ajonjolí)

y todas las señales si una foto

si un periódico viejo si una taza

chilla la cafetera y en el suelo

un teléfono gris y desnucado.

 

Así se vuelve siempre se regresa

de la ferocidad de la dulzura

con una bala un beso y un adiós

así la casa se abre de los rumores

de una calle cualquiera de provincia

donde los gallos resucitan verdes.

 

Así el gato regresa a su arco iris

el fagot a su estuche de neblina

la silla a su romance con el mimbre

los barcos semihundidos a  los cuentos

el sol al sol

los ruidos de Victoria a mis papeles.

 

 

 

 

ESA FOTOGRAFÍA QUE NOS SACAMOS UNA VEZ

 

Me molestaban

los ojos de los vagabundos desde los árboles vecinos,

ese enorme sombrero

y los ruidos del tren carguero de las doce,

cada vez que hacíamos el amor debajo de los puentes.

Después,

yo me quitaba el barro de las botas

y regresaba alegre a mi fagot,

mientras tu voz tatuada por mis besos

volvía a los sustantivos de costumbre.

 

Y te olvidabas pronto del color de mis ojos

y pronto me curaba del filo de tu piel.

Y vuelta al juego de encontrarnos

quizá en un bar entre Perú y Defensa,

o en la vieja recova,

si era domingo en plaza San Martín.

Y otra vez  tus  labios despintados

alimentando pájaros ocultos

en los trapos más negros de mi barba.

 

Después,

pasó el otoño con el café barato  tu pequeña canción,

vino acaso la guerra, volví a los compañeros

la distancia de a poco fue cubriendo todo,

como  un lento derrumbe de cartas amarillas que no

llegaron nunca.

Y un nuevo jet cruzó todo el espacio,

una ciudad pasó a llamarse Ho,

se agudizó la histeria del fascismo,

nadie habló del otoño durante doce meses,

y cada vez que pasa un tren carguero, suena esa

melodía

“La gradisca si sposa e se ne va”.

Y ya nadie se ama debajo de los puentes

donde los vagabundos crecen en número y silencio.

Jorge Boccanera (Argentina, 1952). Publicó los siguientes libros de poesía: Los espantapájaros suicidas (1973); Noticias de una mujer cualquiera (1976); ... LEER MÁS DEL AUTOR