Joaquín Pasos

Poema inmenso

 

 

 

 

Poema inmenso

En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de tu sonrisa
pero de repente está en tu boca y no se sabe cómo se filtra
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera sílaba
y nunca terminamos de escuchar lo que decías
porque estás tan cercana en esta lejanía
que es inútil preguntar cuándo vino tu venida
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida
con esa voz eterna con esa mirada continua
con ese contorno inmarcable de tu mejilla
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la carne viva
sin conocer aún dónde fuiste verdad y no fuiste mentira
ni cuándo principiaste a vivir en estas líneas
detrás de la luz de estas tardes perdidas
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida
que en ellos tu perfume no se sabe ni dónde comienza ni
dónde termina

 

 

 

Los indios viejos

Los hombres viejos, muy viejos, están sentados
junto a sus cabras, junto a sus pequeños animales mansos.
Los hombres viejos están sentados junto a un río
que siempre va despacio.
Ante ellos el aire detiene su marcha,
el viento pasa, contemplándolos,
los toca con cuidado
para no desbaratarles sus corazones de ceniza.

Los hombres viejos sacan al campo sus pecados,
éste es su único trabajo.
Los sueltan durante el día, pasan el día olvidando,
y en la tarde salen a lazarlos
para dormir con ellos calentándose.

 

 

 

Tormenta

Nuestro viento furioso grita a través de palmas gigantes
sordos bramidos bajan del cielo incendiado con lenguas de leopardos
nuestro viento furioso cae de lo alto

El golpe de su cuerpo sacude las raíces de los grandes árboles
salen del suelo los escarabajos
las serpientes machos.

Nuestro viento furioso sigue su camino mojado
es el jugo oscuro de la tarde que beben los toros salvajes
es el castigador campo.

Los hombres oyen en silencio los gemidos del aire
con el alma quebrada, el cuerpo en alto
los pies y la cara de barro.

Las indias jóvenes salen al patio, rompen sus camisas
ofrecen al viento sus senos desnudos, que él se encarga
de afilar como volcanes.

 

 

 

Elegía de la pájara

Oh loca y dulce pájara comedora de frutas,
devuélveme el vino verde de tu plumaje esquivo,
derrámalo en el aire emborrachado a gritos,
agítalo en mi alma con tu pico desnudo!
Que la diosa que surte los campos de aves nuevas
vierta sobre mi sangre este licor agreste,
que tu color circule a través de mi cuerpo
nido de locos pájaros ¡ay! pájaros muertos.
Pero la dulce luna, la que escucha los cantos
silenciosos de las aves sin lengua,
el cadáver de tu alma flotando como un pétalo.
Con tu mirada ciega y honda como un clavo
estás fijando el vértice de este momento triste,
mientras suena en el aire rumor de plumas secas
y las alas quebradas se desgajan con sueño.
Sube, pájara, sube a la postrera rama,
la que despide al mundo, el puerto de los cielos;
lanza tu carne loca florecida de plumas,
lanza tu carne dulce perfumada de frutas.
Hacia ti estas dos manos, estas manos que esperan
el manojo de sangre de selva de tu cuerpo
para mostrarlo al mundo como una joya fúlgida,
como lo mejor, lo mejor de la cosecha.
Sobre este llanto mío que se apague tu vuelo,
que se ahogue en sollozos el clarín de tu grito,
y que tu cuerpo tibio descanse para siempre
en mi dolor que tiene la forma de tu nido.

 

 

 

Cementerio

La tierra aburrida de los hombres que roncan
es aquella que habitan los pájaros pobres,
las gallinas que comen las piedras,
las lechuzas que braman de noche.
Una jícara negra, una seca tinaja,
un carbón, una mierda, una cáscara.

En la tierra aburrida de los hombres que roncan,
donde viven los pájaros tristes, los pájaros sordos,
los cultivos de piedras, los sembrados de escobas.
Protejan los escarabajos, cuiden los sapos
el tesoro de estiércol de los pájaros pobres.
Los pájaros enfermos, los vestidos de sombra,
los que habitan la tierra de los hombres que roncan.

Tengo un triste recuerdo de esa tierra sin horas,
la picada de pájaros, la que se desmorona.
Con murciélagos me persigue de noche
su horizonte de barro y su luna de broza.
En la tierra aburrida de los hombres que roncan
se hizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo.