El fuego fatuo
(Traducción al español de Marco Antonio Campos y revisado por el autor)
El balón azul cielo
Y he aquí de nuevo espero
que una mano experta venga
y corte el cordón umbilical.
Hay un hacha en esta mano
como si se aprestara a trozar
la cuerda que retiene aún el globo aerostático.
Tendré pues también yo ochenta días
para dar la vuelta al mundo
-ah las lecturas inocentes de la infancia
bombas retardadas que se vengan
cuando un Robinson sin Viernes
se aproxima a su naufragio.
He dicho globo aerostático y es en
mi balón azul cielo
que habría debido pensar
escapado hace tiempo de mi mano de niño
para ir a medirse conquistador frágil
con el orgullo de las nubes
y su insolente libertad.
Cortado el cordón y aquellos que ya han partido
tienen de él un extremo en la mano como si hubieran perdido su perro
cuando es el hacha lo que pierden
–ah los que partieron sin hacha
¿de cuántos recuerdos rinden cuenta?
El fuego fatuo
Los muertos no se despiertan siempre
cuando alguna princesa distraída
después de pintarse los labios
pone en sus bocas un beso legendario.
Toda leyenda tiene su lugar intocable
como el hálito que cuando se va
toma aires de humo
pero no alumbra ningún fuego.
Intocable es también el silencio
que se instala todo alrededor
se diría una sirena muda
que canta su serenata.
Bufón es el fuego y fantasma también
pero desde que la ciencia puso fin a los cuentos
ningún alma en pena
cuelga ya su leve llama
en las cruces del cementerio.
-Oh princesa distraída
de cuántos besos tus labios son
los depositarios
y tú mi durmiente tranquilo me dirás
cuándo sonará la hora del despertar
en qué creencia lejana
has colgado tu leyenda
Pick-up[1]
Era nuestro único diamante
piedra dura de donde surgían aires italianos
que nuestros oídos respiraban el domingo a mediodía
Cuántas veces te has muerto Violeta
en los surcos de la tierra negra
en la sala del comedor
en nuestras tazas y platos
qué comíamos qué bebíamos
en torno de la gran mesa
Ah el diamante que como un ojo suave
leía largas cartas de amor
cayendo en mi oído de un sordo
era una llamada una sirena que ululaba
y se abría de pronto la puerta
en el momento mismo cuando el cucharón
se hallaba inmerso en el caldo.
Era un domingo de espera
esperábamos lo que ya estaba allí
¿nos sería dado recordar
que nadie más vendría?
Violeta agonizando en nuestros cuchillos
que deshuesaban el conejo
y todavía esperábamos.
Lejos estaba el mar lejos las montañas
la tierra era un disco plano y negro
también nosotros en este domingo habríamos quemado
a los adoradores de la redondez del mundo.
[1] Suerte de gramófono con aguja, integrado en un mueble, inventado en los años treinta y muy utilizado en los cinquenta.