Javier Rodríguez del Barrio

No habrá ya un día como hoy

 

 

 

 

 

Las horas en la cocina

duran más que en el resto de la casa.

Cada golpe de aguja

pesa más que un segundo.

Suena igual, pero transcurre más tiempo.

No es casualidad que el reloj

tenga allí

el mayor tamaño

de todos los repartidos por las salas,

ni que coincida

con el hecho de pensarte.

 

 

***

 

 

No habrá ya un día como hoy,

quiero decir,

como este en el que te amé

al cabo de un paso de cebra

sin nada que me recordase especialmente a ti.

Ni un aroma, ni una melodía ni una luna llena

que justificasen unos versos incuestionables.

Hablo de tu risa a borbotones

entallada en tu vestido de verano,

de tu mano en la frente

y un leve soplido subrayado por tu boca.

Camisa remangada para alcanzarte y la mirada cómplice de

un perro.

Te amaré más,

y a tus pies,

pero no de esta forma acantilada

que trajo la tarde ámbar.

 

 

***

 

 

Las mujeres de mi familia se han mirado en el espejo

no solo para corregir el mechón desordenado,

pasar la yema de los dedos por el rostro

—ajustar el maquillaje—

o sonreír diciéndose: ya estoy lista.

También lo hicieron

para tragar saliva tras el azogue,

como único espacio opaco del mundo,

contener lágrimas, todo está bien,

algún crucigrama de mi madre, mercromina…

Aún recuerdo el armario del baño

en el que se mezclaban pintalabios,

rímel, alcohol, tiritas, agua oxigenada

y la voz de mi abuela:

Si te pica la herida,

es que se te está curando.

En ese espacio,

conservo un termómetro de mercurio

que alberga su mirada

como bola de nieve,

y que a veces hago girar.

 

 

***

 

 

Flores por toda la casa

como única distracción

para estudiar de nuevo

los libros que no traen un empleo

pero obligan a levantar la cabeza

y aproximarse —espero—

al hecho de crear,

distribuido entre la cocina, el salón

o el dormitorio.

O detenerse a escuchar música

tan solo, tan todo.

Pararme y pensar el amor,

volver a leer.

Las plantas de interior

no necesitan luz directa

pero hay un idioma por aprender

si decido marcharme.

 

 

***

 

 

Juego a veces al silencio silencio.

Paso la palma de mis manos sobre mi cara y,

obediente, cierro los ojos

para pensar en mí cuando estaba en ti.

Desde entonces,

esta quietud y el sueño inducido. O dejar sobre la mirada de

mi hija

la responsabilidad del aire del agua.

Quién será el amor de mi vida cuando repase mi tiempo,

otras manos rocen los párpados, y ya en el límite pueda

decirte: fuiste tú.

La memoria es un instrumento de cuerda.

 

Javier Rodríguez del Barrio (España, 1974). Periodista y gestor cultural. Ha publicado algunos de sus poemas en revistas como Aquarellen Revista Literaria de Chile, ... LEER MÁS DEL AUTOR