Yo no me río de la muerte
Arte poética
En verdad, en verdad hablando,
la poesía es un trabajo difícil
que se pierde o se gana
al compás de los años otoñales.
(Cuando uno es joven
y las flores que caen no se recogen
uno escribe y escribe entre las noches,
y a veces se llenan cientos y cientos
de cuartillas inservibles.
Uno puede alardear y decir
“yo escribo y no corrijo,
los poemas salen de mi mano
como la primavera que derrumbaron
los viejos cipreses de mi calle”)
Pero conforme pasa el tiempo
y los años se filtran entre las sienes,
la poesía se va haciendo
trabajo de alfarero,
arcilla que se cuece entre las manos,
arcilla que moldean fuegos rápidos.
Y la poesía es
un relámpago maravilloso,
una lluvia de palabras silenciosas,
un bosque de latidos y esperanzas,
el canto de los pueblos oprimidos,
el nuevo canto de los pueblos liberados.
Y la poesía es entonces,
el amor, la muerte,
la redención del hombre.
Madrid, 1961– La Habana, 1962
Las cucarachas
Señora cucaracha:
en verdad, no la amo ni un poquito,
pero me da pena matarla
diariamente.
Sí, claro,
tal vez comprendo
que su venida a mi cuarto
no responde a motivos especiales:
pero me apena
ensuciar mi zapato
de ese lechoso líquido
que Ud. deja en el suelo cuando la piso
y siempre el mismo chirrido,
y Ud. quiere escaparse,
y yo que fácilmente
le pongo mi zapato
sobre su fina piel,
sobre su cuerpo entero,
sobre sus patas curvándose
impotentemente sobre la madera.
Y, ya ve Ud.,
no acostumbro matar
cucarachas,
mis padres nunca
me dijeron:
“has de matar todas
las del mundo
con esta espada y etc., etc.,”.
pero es que además
me molesta su maldita
indiscreción
cuando se mezcla
con mi ropa,
cuando se esconde
en mi maleta cada
vez que viajo,
cuando la encuentro
reposando encima
de mi almohada.
Yo quisiera prevenirla,
avisarle,
decirle que nunca más
pase por aquí,
que aquí,
debajo de este arco
pequeño de mi puerta
encontrará definitivamente
todas las noches, la muerte,
y que aunque dios,
o los ángeles la protejan,
siempre dejará su
leche blanquecina,
sus entrañas pequeñitas,
sus patas dramáticamente
rasgando el cielo,
e irá a dar,
como todos los días,
al fondo de la basura
y de la nada.
Las moscas
Claro, señorita mosca,
Ud. vuela graciosamente,
Ud. se dibuja en el aire,
se dibuja con su sombra
movediza en las paredes,
Ud. parece reírse de mí,
porque yo ni la miro
débilmente,
y Ud. se posa sobre mi hombro
y hasta diría le gusta,
ay señorita mosca,
que yo le ponga
inútilmente mi mano
para matarla,
pues Ud. se ahuyenta,
levanta el vuelo,
y se posa sobre mi pan,
mis tostadas, mis libros
que aguardan su llegada.
¡Ay! señorita mosca,
me dicen que Ud. puede
traer males terribles,
pero yo no les creo,
y a donde suelo ir
la encuentro
nuevamente, molestando con sus
alas.
Y claro
sólo los tontos
compran rejilla con mango,
o un periódico viejo,
y la persiguen
hasta que la ven caer,
moribunda.
Es oficio de ociosos,
eso de matar moscas
diariamente,
pues Ud., señorita mosca,
no asusta ni a las vacas
ni a los perros.
Pero le advierto:
si algún día yo pudiera,
reuniría a todos los sabios
del mundo,
y les mandaría fabricar
un aparato volador
que acabaría con Ud. y sus
amigas para siempre.
Sólo espero no alimentarla
y no verla en mis entrañas,
el día que si acaso
me matan en el campo
y dejan mi cuerpo bajo el sol.
Poesía del otoño
¿Por qué me acechas de este modo, poesía?
¿Por qué me persigues insistentemente?
Bien sabes tu que nunca te he llamado
Y menos ahora en que espero el otoño
Sentado entre pardas bancas de marzo.
¿Pero qué sabes tú de las cosas?
Nada te puedo explicar.
Si te he amado y poseído entre las noches
Ha sido porque tu me lo pedías
Y porque venías hacia mí, no te buscaba.
Sí, lo sé, no me lo digas,
yo accedí blandamente a tus llamados
ridículo y viejo
sumergido en las montañas y en los mares.
Nunca te he buscado, poesía,
ya no te busco,
te siento ahora en mi garganta.
Yo no puedo librarme de ti,
y no es que esto me haga llorar,
ay,
pero sucede que te vuelves excluyente
y no puedo poseer a la noche y a la luna,
ya no puedo poseer a los ríos ni a los mares
como la poesía de niño:
acariciándolos y dejándolos partir.
Hoy los retienes entre tus finas manos,
y cada noche,
y cada luna,
y cada río,
y cada monte,
es diferente al que grabaste en los árboles,
diferente al que escribiste,
diferente al que ahora imaginamos.
Y así como llenas centenares
de páginas sobre el invierno,
o sobre la primavera,
o contra el verano
o a favor del otoño.
Y siempre repito los mismos mares,
los mismos ríos, las noches,
pero que nunca son iguales para mí.
(Para otros pueden ser idénticos
las lunas o las noches,
o los días del otoño y del verano).
En estos días, por ejemplo,
nos hemos sentado calladamente
a cantar el advenimiento del otoño.
Y qué se va a hacer,
el canto ya está escrito
y no puedo ahogarlo ni destruirlo,
porque contra ti, poesía, nada puedo,
porque contra ti nunca he podido,
porque contra ti nunca podré.
Las llaves de la muerte
Ahora y siempre en mi rostro
conservo la inigualable voz,
la voz única que abrirá las
puertas incansables de la vida,
las puertas inagotables
de la muerte.
La única voz en mi rostro
eternamente conservo, mi
rostro que es inmediato
a la hora del mediodía,
que es susceptible de frente
al sol eterno, que es partitura
de llantos ante la muerte.
La voz única contiene
incansablemente
mi rostro. La inigualable voz
que es capaz de abrir las puertas
de la vida, que puede abrir
las puertas de la muerte.
Mi rostro y mi voz se
confunden en las puertas
de la vida,
se confunden en el alba
de la muerte,
ambos,
rostro
y
voz,
como
una
llave,
como
un
racimo
de llaves,
como
eternas
llaves
de
la
muerte.
Arte poética
El encuentro y el descanso,
el olvido y el recuerdo,
el reencuentro y el amor,
el amor y la desesperación del tiempo
son pálidos reflejos de mi palabra
gastada y nueva.
El recuerdo viene a cada instante:
nunca sabremos si somos hombres
tan solo del pasado
o si vivimos solo para el futuro,
o si solo para el actual momento.
El recuerdo se acumula y no retorna,
en cada encuentro hay una vida,
un descanso es siempre perder un poco de muerte,
siempre que bajemos por una calle habrá piedras
que nos repitan nuestras
antiguas caminatas bajo el sol,
y que nos cuenten los caminos
hasta ahora recorridos.
Pero el amor lo cubre todo:
el amor es siempre un descanso,
el amor es siempre un recuerdo,
el amor es siempre un movimiento
contra el tiempo,
el amor es siempre el río, o los mares,
o los montes, una hierba caída sobre el hombre,
un refugio que aguarda su retorno.
Tal vez no he dicho nada.
Acaso todo ya está dicho.
Pero seguiré echando mis palabras al viento,
seguiré arrojando mis recuerdos al mar.
O quizás mi amor me estará escuchando,
y así renovara mis palabras y mi sangre
y yo seguiré escribiendo hasta el final.
Yo no me río de la muerte
Elegía
Tú quisiste descansar
en tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
en el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
es soledad entre los hombres
y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
en tu pecho sólo eran muestras
de dolor entre tu llanto. Pobre
amigo. No sabías nada ni llorabas nada.
Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y árboles.
Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reír de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.
Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.