Desde el balcón
DESDE EL BALCÓN
Para todos aquellos
que vivimos la pandemia
“La vida que se vive desde el balcón”
me han dicho.
Y cómo hacerlo si ni siquiera tengo balcón
en este reducido espacio
que se vuelve hoy mi permanencia,
el refugio de quien ha decidido luchar,
la llave de una vida que nos queda.
La valentía de guerra se enfunda
desde la casa y se construye
un templo en la memoria
para todo héroe vestido en blanco
que antes hemos olvidado.
Y si de pronto se me olvida,
y si no hay balcón,
y si no hay siquiera una ventana,
entonces pienso en mis hermanos,
en mis padres, en ella,
para poder mirar el mañana y saber
que este mundo es mi mundo
y esta vida, la vida que deseo.
Por eso no hay temor
que dibuje el horizonte:
a mi vida no se le mira desde un balcón,
se le mira en los ojos de aquellos
por quienes he decidido quedarme.
PAERDÍS
Dime, Dios,
tan sólo,
que en la carne de tu reino
el pecado original no
lo hereda el prisionero desde el vientre.
Que en tus calles más febriles
la sangre de los perros
no se bebe en copas largas
ni corre cuesta abajo
el llanto de una virgen mancillada.
Dime, Dios,
tan sólo,
que nadie nace de mi costilla
que éste no es sitio de los hombres.
XXIII
Ahora y hoy, que me estoy yendo,
que pulso una vez más
vuelvo a ser en tu boca ya rendida,
que unto entre las llagas
este capricho de nombrarte,
de apesadumbrarme
en tus hallazgos repentinos,
de extraviarme entre el silencio
donde no debí llamarte,
soy de nuevo la página, el principio,
el amarillo cuerpo de tu desventura,
la sal debajo de las uñas,
el anticipado juicio
en el que sólo soy testigo
y me queda así, por hacer,
cerrar la boca,
tragarme entre moscas y gestos
lo que de mí sobró,
el puñado de inocencia
que en tus manos fue mi anhelo
y me fui quedando entre tú y nadie,
y a mi cuerpo lo vistió el abismo
cuando hallé a mi palabra
un pájaro de nada
un recordatorio del vacío,
una cruz,
alguien que no soy yo.
Y entonces así,
a patita suelta y muy despacio,
como si la mañana cupiera
en un sorbo de cuchara,
como si no alzara su voz
cada resquicio en el que
la suavidad de tu cuerpo
acuñó todo mi desvelo,
así,
como el brinco asustadizo
de un orgasmo,
me resbalo entre el espacio
que no ocupamos
y me callo,
me silencio nuestras bocas
en toda latitud que no quisiste,
en los poemas que no vendrán
y en la tachadura obligatoria
de cuanto pudimos
y nos callamos.
Te dejo, pues,
para el futuro,
todos los hallazgos
en lo que me encuentres.
te dejo mi voz trenzada
a tus oídos,
el cabello recogido de mi ausencia,
mi blanca piel
que fue tu nombre y fecha,
mis hombros tus vasallos,
tu siempre resurgir de mi costilla,
y todo,
todo aquello
que si hubiésemos,
que no pudimos,
que no quisimos,
que no,
que tú,
que…
que se queda,
quizás,
para otra vida,
al fin y al cabo
en lo que no he podido darte:
mi silencio.
***
Salina,
el mar tu boca impávida y salina.
Y tus ojos;
cuencas crepusculares son tus ojos
color de llanto y de espeso
el rastro oscuro de tu infancia.
Y aun así, el mar, el agua y el océano,
el costado de la playa que se incrusta
a manera de flagelo en tu figura,
en tu piel apenas vista,
en tus pechos de menudo brote,
de racimo joven.
Y se alza el mar,
se le crece el ansia,
se le vuelve una tormenta el pájaro doméstico,
le resuena el eco de su tórax en el viento,
se azotan vil y profundo
las aspas de este cuerpo robusto en tierra.
No importa que lo mires desde lejos,
pues acaricia suave
el contorno de tus piernas,
se te escabulle sutil incendio en ti
una brisa que es de miel en tu cadera
que se escurre entre tu origen
por tomarte frágil, entera,
para hacerte el amor cuando sube la marea.
Y no suspiras, no enmudece nadie,
no muerdes la palabra de alguien en el aire,
no sangra ya tu miedo
ni la razón que existe dentro los nombres.
Y tus piernas son de peces
y replegándose va el mar hasta su orilla,
mientras besa, rasguña con sed y rabia
la piel más última en tus muslos,
tu costa inerme, la noble combatiente.
Te pareces a este mar volcado,
a este afable intento de contarte;
por si lo olvidas,
por si hace falta,
por si buscas saber quién eres.
***
Porque este lenguaje con el que te hablo
no es el mismo con el que te pienso,
-desflorada piel felina,
diminuta muerte que me salva-
ni es aquella la misma lengua con la que
a ciegas de este mundo
te hago despacio el amor
para desmembrar tu pasión saliva,
el rubor ligero entre tus piernas,
el amor con que me adentro
hasta la última letra del gemido.
Tengo, en la parte más ligera de esta boca,
el lenguaje que te pertenece,
el que dice sin palabras que te extraño,
el que alumbra un poco
cuando digo que te amo;
pero estos signos descifrables
no resultan suficientes.
Y entonces escribo esta canción
de media sombra, de breve
y atenuado tarareo,
y te desnudo el pecho con todo aquello
que aún no he podido darte,
-con los dientes-
y te tomo con violencia entre mis manos,
te hago mía desde las corvas
y te digo con todo este cuerpo
que ya es tuyo
y este aliento que se escapa
al cerrar al mismo tiempo
nuestros ojos…
hay un lenguaje con el que sólo a ti te hablo,
y te digo que te pienso,
y te digo que te amo
sin decirte lo que hablo.