Javier Gutiérrez Lozano

Desde el balcón

 

 

 

 

DESDE EL BALCÓN

 

Para todos aquellos
que vivimos la pandemia

 

“La vida que se vive desde el balcón”

me han dicho.

Y cómo hacerlo si ni siquiera tengo balcón

en este reducido espacio

que se vuelve hoy mi permanencia,

el refugio de quien ha decidido luchar,

la llave de una vida que nos queda.

 

La valentía de guerra se enfunda

desde la casa y se construye

un templo en la memoria

para todo héroe vestido en blanco

que antes hemos olvidado.

 

Y si de pronto se me olvida,

y si no hay balcón,

y si no hay siquiera una ventana,

entonces pienso en mis hermanos,

en mis padres, en ella,

para poder mirar el mañana y saber

que este mundo es mi mundo

y esta vida, la vida que deseo.

 

Por eso no hay temor

que dibuje el horizonte:

a mi vida no se le mira desde un balcón,

se le mira en los ojos de aquellos

por quienes he decidido quedarme.

 

 

 

 

PAERDÍS

 

Dime, Dios,

tan sólo,

que en la carne de tu reino

el pecado original no

lo hereda el prisionero desde el vientre.

Que en tus calles más febriles

la sangre de los perros

no se bebe en copas largas

ni corre cuesta abajo

el llanto de una virgen mancillada.

 

Dime, Dios,

tan sólo,

que nadie nace de mi costilla

 

que éste no es sitio de los hombres.

 

 

 

 

XXIII

 

Ahora y hoy, que me estoy yendo,

que pulso una vez más

vuelvo a ser en tu boca ya rendida,

que unto entre las llagas

este capricho de nombrarte,

de apesadumbrarme

en tus hallazgos repentinos,

de extraviarme entre el silencio

donde no debí llamarte,

soy de nuevo la página, el principio,

el amarillo cuerpo de tu desventura,

la sal debajo de las uñas,

el anticipado juicio

en el que sólo soy testigo

y me queda así, por hacer,

cerrar la boca,

tragarme entre moscas y gestos

lo que de mí sobró,

el puñado de inocencia

que en tus manos fue mi anhelo

y me fui quedando entre tú y nadie,

y a mi cuerpo lo vistió el abismo

cuando hallé a mi palabra

un pájaro de nada

un recordatorio del vacío,

una cruz,

alguien que no soy yo.

Y entonces así,

a patita suelta y muy despacio,

como si la mañana cupiera

en un sorbo de cuchara,

como si no alzara su voz

cada resquicio en el que

la suavidad de tu cuerpo

acuñó todo mi desvelo,

así,

como el brinco asustadizo

de un orgasmo,

me resbalo entre el espacio

que no ocupamos

y me callo,

me silencio nuestras bocas

en toda latitud que no quisiste,

en los poemas que no vendrán

y en la tachadura obligatoria

de cuanto pudimos

y nos callamos.

Te dejo, pues,

para el futuro,

todos los hallazgos

en lo que me encuentres.

te dejo mi voz trenzada

a tus oídos,

el cabello recogido de mi ausencia,

mi blanca piel

que fue tu nombre y fecha,

mis hombros tus vasallos,

tu siempre resurgir de mi costilla,

y todo,

todo aquello

que si hubiésemos,

que no pudimos,

que no quisimos,

que no,

que tú,

que…

 

que se queda,

quizás,

para otra vida,

al fin y al cabo

en lo que no he podido darte:

 

mi silencio.

 

 

 

 

***

 

Salina,

el mar tu boca impávida y salina.

Y tus ojos;

cuencas crepusculares son tus ojos

color de llanto y de espeso

el rastro oscuro de tu infancia.

Y aun así, el mar, el agua y el océano,

el costado de la playa que se incrusta

a manera de flagelo en tu figura,

en tu piel apenas vista,

en tus pechos de menudo brote,

de racimo joven.

Y se alza el mar,

se le crece el ansia,

se le vuelve una tormenta el pájaro doméstico,

le resuena el eco de su tórax en el viento,

se azotan vil y profundo

las aspas de este cuerpo robusto en tierra.

No importa que lo mires desde lejos,

pues acaricia suave

el contorno de tus piernas,

se te escabulle sutil incendio en ti

una brisa que es de miel en tu cadera

que se escurre entre tu origen

por tomarte frágil, entera,

para hacerte el amor cuando sube la marea.

Y no suspiras, no enmudece nadie,

no muerdes la palabra de alguien en el aire,

no sangra ya tu miedo

ni la razón que existe dentro los nombres.

Y tus piernas son de peces

y replegándose va el mar hasta su orilla,

mientras besa, rasguña con sed y rabia

la piel más última en tus muslos,

tu costa inerme, la noble combatiente.

 

Te pareces a este mar volcado,

a este afable intento de contarte;

por si lo olvidas,

por si hace falta,

por si buscas saber quién eres.

 

 

***

 

Porque este lenguaje con el que te hablo

no es el mismo con el que te pienso,

-desflorada piel felina,

diminuta muerte que me salva-

ni es aquella la misma lengua con la que

a ciegas de este mundo

te hago despacio el amor

para desmembrar tu pasión saliva,

el rubor ligero entre tus piernas,

el amor con que me adentro

hasta la última letra del gemido.

Tengo, en la parte más ligera de esta boca,

el lenguaje que te pertenece,

el que dice sin palabras que te extraño,

el que alumbra un poco

cuando digo que te amo;

pero estos signos descifrables

no resultan suficientes.

Y entonces escribo esta canción

de media sombra, de breve

y atenuado tarareo,

y te desnudo el pecho con todo aquello

que aún no he podido darte,

-con los dientes-

y te tomo con violencia entre mis manos,

te hago mía desde las corvas

y te digo con todo este cuerpo

que ya es tuyo

y este aliento que se escapa

al cerrar al mismo tiempo

nuestros ojos…

 

hay un lenguaje con el que sólo a ti te hablo,

y te digo que te pienso,

y te digo que te amo

sin decirte lo que hablo.

Javier Gutiérrez Lozano (Puebla, México. 1988). Poeta, traductor y periodista. Director de Alcorce Ediciones y de Revista Vislumbre. Recibió la ... LEER MÁS DEL AUTOR