Javier Campos

Los gatos no viven en el tejado


 

1

Tu gato entra silencioso, imperceptible, al cuarto.
Me mira cómo te voy desnudando.
Luego se acurruca en una silla y comienza a cerrar los ojos.
De repente los abre y para las orejas cuando escucha que dices algo.
Pero son quejidos que salen desde el fondo de tu corazón.
Quizás los orígenes de toda poesía fueron únicamente gemidos de amor.
Y el gato se queda dormido.
Dicen que los gatos también sueñan.
Seguro sus sueños son esos milenarios susurros de placer.

 

2

Apareció un ratón
que bajó desde el ático
de entre las cajas vacías de los recuerdos.
Y los gatos lo vieron correr esquizofrénico
hacia un sofá, luego hacia la cocina llena de ollas oxidadas.
Y seguía corriendo por el living donde ya no quedaba ningún mueble.
Sólo se daba vueltas en una sala vacía.
Cubierta por una alfombra húmeda
que parecía un desierto gigante.
Los gatos no hicieron ningún movimiento.
Podrían haberlo cazado en tres segundos y haberlo devorado.
Estaban como estatuas de piedra.
Desde hace años.
Mirando un teléfono desconectado.

 

3

La puerta de una casa de esta ciudad se abrió y se cerró.
Se abrió y se cerró con violencia.
Salió una mujer con unas maletas.
Desde fuera sólo se veía la deforme ventana para mirar desde dentro.
Un gato aullaba con lágrimas en los ojos.
La espalda de la mujer se hizo un contrahecho camino hacia el mar.
Las maletas se estiraron como un largo vagón de tren.
Al afirmarse en la escalera
pareció que ella se iba a caer a un jardín en llamas.
Pero alcanzó a ver un ojo gigante en medio de la puerta.
que parpadeaba pesado mirándola irse en una balsa.
Mientras las lágrimas del gato mojaban la puerta de la casa.
Y la casa se iba hundiendo lentamente al fondo del mar.

 

4

Todo es un sueño lo que ves en el espejo.
Allí sentada en una cama ves a un gato en llamas
que ilumina la escena donde todo parece mutilado
o destruido por un bombardeo.
Tú me miras pasar por el espejo.
Me haces señas, me llamas, no te vayas.
Dices que me has esperado por mucho tiempo.
Yo sé que no me esperas.
Yo soy solo una imagen de mis sueños que imagina
que tú me llamas.
Y salgo de esa casa ardiendo, quemado mi pelaje, aullando.
Y me pierdo para siempre como un cometa sin nombre
por el Universo.

 

5

Me gusta embriagarme mientras te veo dormir.
Nuestros dos gatos también dormitan y viajan por tus sueños.
Yo quiero entrar en ellos, mirar a esos gatos
que caminan contigo por otros mundos.
Sentir miedo o alegría cuando cruzas un puente,
o un océano y saltas para no morir
porque creo verte caer  desde una montaña.
Los gatos están acurrucados debajo de un sillón en una selva.
Eso veo y  te sigo  en silencio para cuidarte y nada te dañe.
Y no te caigas  a un precipicio y después caiga yo.
Y detrás de nosotros, también,
vayan siguiéndonos dos gatos somnolientos.

 

6

Hace tiempo que no funciona el teléfono.
La luz sólo es la que llega a través de las ventanas.
No hay calefacción en invierno y en verano la casa
podría arder en llamas en cualquier momento.
El refrigerador está atascado por el óxido.
No hay agua y las cañerías están tapadas de tierra y hormigas.
De las plantas que había en el living, en el estudio y en el dormitorio
sólo quedan los recuerdos de unos maceteros quebrados.
Para entrar por la puerta principal hay que sacar una montaña de hojas
y nidos de animales extraños que suben y bajan por el techo.
La televisión por alguna fuerza desconocida sigue transmitiendo
un bombardeo en un pueblo lejano del planeta.
Algo siempre se mueve sigilosamente entre estas ruinas.
Son unos gatos que deambulan envejecidos con lentes oscuros
y un bastón blanco.

 

7

Extendida como una pantera
se parecía tu cuerpo desnudo y tostado por el sol del verano.
Abriste la ventana para que nos refrescara el aire de la noche
pero entró tu gato que vivía en tu huerto de tomillo y albahaca.
Pasó por tu espalda como una pluma.
Olió tu pelo y el sudor de mi piel.
Tú sólo te movías somnolienta como un velero en el mar
sobre mi cuerpo en llamas.
Y el gato luego de mirarte por un rato
salió aullando furioso de celos y saltó  por la ventana como a un abismo.
Y corrió a esconderse.
Y a llorar entre las hierbas silvestres de tu jardín.

 

8

Hace muchos años que miro por la ventana.
Y sé que no volverás nunca más.
Los gatos están envejeciendo.
Uno de ellos no come por mucho tiempo.
Vive debajo de una cama.
A veces corre enloquecido por cualquier parte y aúlla con dolor.
Los llamo por sus nombres pero siguen escondidos debajo de un mueble.
No hay nada que los haga felices.
A veces sueñan con tu voz porque se despiertan llorando.
Huelen tu perfume que aún queda en alguna parte.
Y luego corren a la cama.
Y la cama está vacía.
Y vuelven a correr como si fueran dos animalitos dementes.
Y no te encuentran.
Y siguen llorando muy bajito detrás de un sillón.

 

9

¿Y qué hacemos ahora?  dicen estos dos gatos abandonados.
La casa parece una ciudad sin luces.
Una isla inhabitada.
Es como viajar solos hacia un planeta sin nombre.
Sin nadie en  quien buscar calor.
Nos moriremos de tristeza.
Apenas tenemos comida y agua.
En algún momento nos largaremos de aquí.
No importa que nos atrape un águila.
Que nos devore un perro salvaje.
Pero sí dejaremos la puerta cerrada:
la memoria del pasado donde fuimos felices
no podemos transformarla en ruinas.

 

10

Queridos gatos.
Aquí les dejo la comida de cada día.
El agua siempre está  fresca.
Aquí  tienen muebles para dormir o esconderse.
Aquí  las ventanas para contemplar los pájaros
que nunca perseguirán.
Aquí el baño con arena nueva.
Aquí mi estudio donde hay una silla vacía.
Aquí la cama donde les dábamos calor en el invierno.
Donde nos despertaron en las noches frías.
Saltando sobre nuestros cuerpos.
Aquí están las llaves de la casa.
Pueden entrar y salir.
Y si quieren irse para siempre
nadie los detendrá.
En este lugar ya no hay nadie.
Pero no se sientan huérfanos.
Quién sabe si volveremos otra vez.
Quién sabe si Uds. nos verán  llegar juntos.
Llamarlos por sus nombres.
Es cierto, en esta casa ya nadie los llama por sus nombres.

 

11

El gato más viejo  es aún  más viejo.
El otro más joven envejece mirándolo.
Lo lame, lo besa, lo acaricia
pero no entiende su silencio.
Va en busca de agua pero no quiere beber.
Quizás un vasito de vino.
Pero el vaso tiene el olor de su amo
que lo dejó abandonado en esta casa.
Tampoco quiere mirar por la ventana.
Dice que todo es gris y oscuro.
Y su amigo lo lame con ternura.
Pero ya ninguna ternura lo revive.
Sabe que va a morir abandonado.
Debajo de un escritorio.
Aquel que todavía
tiene un poquito del olor de su amo

 

12

Dejaste un papel amarillo de esos que se pegan en el refrigerador.
Decía “te amo y te amaré siempre”.
Y los dos gatos se quedaban con las orejas paradas leyéndolo.
Luego se iban tranquilos (o quizás estaban sufriendo por dentro).
Se escondían  debajo de un mueble como dos ancianos enfermos.
Y así cada día pasaban por el refrigerador.
Se paraban con dificultad a leer aquella frase.
Pasaron semanas y el papel se iba poniendo de color sepia.
Y los gatos ya no entendían lo que allí habías escrito.
Y un día pasaron y al tratar de leerlo  vieron que también
el refrigerador se iba oxidando lentamente.
Como el color sepia de tu nota.
En la que ya no quedaba ninguna palabra.

 

13

Vinieron a demoler la casa.
Porque dijeron que nadie vivía aquí.
Todo estaba en ruinas.
Los muebles llenos de polvo.
Los retratos de dos novios estaban borrosos.
Había humedad en las paredes y en el piso.
Un teléfono hace mucho tiempo que no recibía ningún mensaje.
Las plantas habían muerto.
Pero algo se movía debajo de un mueble.
Parece que un gato que sobrevivió
aún acariciaba a su amiguito  muerto.

 

14

Qué  hago bailando este tango de Piazzola en la oscuridad.
Solo.
En la pieza de la casa abandonada.
Con unos gatos llorando.
Afuera la luna quiere que baile con ella.
Sigue mis pasos idénticamente y me abraza con su palidez.
Siento sus piernas que me acosan.
Su aroma de nieve en mi pecho y en mi corazón.
Sus ojos cerrados.
Los gatos nos miran somnolientos y aúllan.
Un bandoneón habla con  un violín.
Tocan desde alguna parte de la casa oscura.
Mi mano en su  espalda la guía hacia la ventana.
Pero ella levemente me empuja con un movimiento  de su torso.
Caminamos bailando  por los cuartos vacíos.
Y volvemos a la ventana.

 

15

Uno de los gatos  encontró  una hierba silvestre
que parece mariguana y  los vuelve locos.
Metido entre cosas abandonadas arrastró el paquete con la hierba verde.
Olía  con desesperación aquél pasto alucinógeno.
El otro lo ayudó a arrastrarlo  como si fuera algo ilegal
que alguien había dejado escondido en ese lugar abandonado.
Y  se metieron sigilosos  debajo de un sillón viejo.
Pasaron semanas  drogados y lloraban con silenciosos quejidos.
Un día uno salió corriendo hacia la ventana a medianoche
porque en su alucinación imaginó  que al fin alguien regresaba a la casa.
El otro entre la oscuridad daba vueltas y vueltas  por los muebles  llenos de polvo
como si fuera una ciudad bombardeada.
Las mismas que a veces ambos miraban en la televisión
en un lugar lejano del planeta llamado Irak o Afganistán.
Semidormidos  y felices, a millones de kilómetros de esos lugares,
acurrucados,  al lado de  agradables llamas de una chimenea.
Los dos juntos  en un sillón.
Protegidos para siempre
entre los cuerpos enamorados  de sus amos.

 

16

Pasan los gatos  por el espejo
que dejaste abandonado.
Se miran con tristeza
esperando ver que te arregles el cabello.
Que desnuda  te mires tu cuerpo con amor.
Pintarte los labios.
Ponerte el perfume que yo  te regalé.
Y los gatos están felices
porque esperan verte en ese espejo.
Escuchar tu voz que los llamas.
Correr detrás de ti cuando cierras la puerta.
Subirse a una ventana.
Y  ver la belleza de tu cuerpo caminado.
Y miran hasta que ya no sienten tus pasos.
Pero hace años que te esperan en la puerta.
Esperan que regreses.
Y esperan.
Y se mueren de esperarte.

 

17

Es cierto, esta cama nuestra
ha sido una isla por muchos años.
Hasta los gatos  no  querían dormir aquí.
Viajamos separados por otros mundos.
Cada uno en silencio soñaba dejarla para siempre.
Pero tú decidiste construir primero una balsa con mis indiferencias.
Y  te lanzaste al mar mientras yo dormía.
Ahora ya estás muy lejos de aquí.
Y  no te importaron los huracanes ni los peces sanguinarios.
Pero te fuiste.
Me he quedado solo.
Con un calor que va desapareciendo lentamente.
Un hueco en cenizas que antes fue llamas
y hoy  es  un  frio insoportable.
Nieve que comienza a acumularse.
A crecer como una tumba en el lado derecho de esta isla.

 

18

Estos gatos nunca conocieron  tu caballo.
Sólo escuchaban de él cuando volvías a casa.
Tú imitándolo  cuando trotaba : pac, pac, pac, pac.
De ti aprendieron el color de su pelaje.
Sus agudas orejas  oían cuando partías manzanas
que le darías en la palma de tu mano.
Y eran felices corriendo como locos por la casa
imitando a tu caballo: pac, pac, pac, pac.
Olían la montura  cuando la dejabas en una silla.
Alguno se quedaba dormido sobre ella.
Como si fuera un jinete peludo.
Ellos podrían reconocerlo  por el olor.
A millas de distancia.
Pero nunca fueron a verlo porque nunca los llevamos.
Ahora lo van olvidando cada día que pasa.
Porque sienten que nadie corta las manzanas.
Y que la montura no está  en ninguna parte.
Ha desaparecido para siempre
el olor de tu caballo en esta casa.
Los gatos hace años que ahora  viven escondidos.
Y  no tienen ganas de correr haciendo pac, pac, pac, pac.

 

19

Llegó el cartero y deslizó  un sobre debajo de la puerta.
Uno de los gatos corrió veloz por sobre las sillas.
Saltó entre unas ropas abandonadas.
Voló sobre unos libros llenos de polvo.
El otro asustado que por semanas apenas tomaba agua
y vivía perdido en el ático  entre maletas abandonadas
lo siguió  como si hubiera recibido un golpe en la cabeza.
Y al llegar a la puerta ambos vieron un sobre que decía:
“El servicio postal recibió el cambio definitivo de esta persona.
Su  nueva correspondencia nunca más se entregará en esta casa”.

 

20

Aparecieron tres  indocumentados con unas máquinas en sus espaldas.
Parecían grandes  abejas que se acercaban.
Hacían mucho ruido y era para limpiar las hojas del otoño.
Aspirándolas con un largo tubo de metal.
Rodearon la casa que tenía las ventanas derruidas.
Una abeja miró por entre unos vidrios rotos.
Vio flotar a alguien en medio del living.
Vestido de astronauta.

Mientras dos gatos ancianos lloraban
y rasguñaban la puerta tratando  de salir de la casa.

 

21

Hace milenios un día de primavera
hice pájaros de ramas bajo tu vestido.
Y en una noche caliente en el Trópico
los pegaste a mi pecho con arena, sol, luna y mar.
Tenían sus nidos en las paredes de cemento
de nuestra casa
al lado de una ventana abierta.
donde un gato somnoliento, pensativo,
burgués satisfecho, contento,  los veía entrar y salir.
A veces solía pasar un tren o un barco por el jardín.
y los pájaros se desprendían de esas paredes cantando.
Se quedaban parados en la ventana.
Soñaban con irse a recorrer todo el infinito Universo.
Deseaban dejar la casa para siempre y volar libres.
Hasta que los encontrara la muerte donde fuera.
No sé dónde andarás ahora tú también convertida en pájaro.
Porque hace años que tu nido
son ramas secas cubiertas por el polvo de la nieve.                                                                                                           Mientras  un gato convertido en estatua de sal
mira hacia los árboles esperándote.

 

22

Tus dos perros guardianes que trajiste de Siberia
parecidos a dos leones, a dos mastines gigantes,
a dos panteras en celo
ya no ladran cuando llego a tu casa.
Podrían haber destrozado  mi cuerpo
para dejarlo como un gato deja un ratón muerto
en la puerta  de su amo.
Pero no sé por qué extraño misterio
ellos me quieren tanto como a ti.
Parecen dos gatos domésticos  y me miran con amor,
semidormidos.
Me ven como un ladrón enamorado  que entra cada noche en tu casa
para robarte  tu corazón, tus senos, tus piernas, tus labios, tus ojos.

 

23

Se irán las claras golondrinas
de este bosque donde nunca te encontré.
Dejarán sus plumas y olores viejos.
Alguna carta sin remitente.
Palabras  incomprensibles.
Una historia confusa.
También un mapa borroso.
Un tesoro que no existe.
Promesas para que alguien se transforme
en príncipe o princesa.
O en un animal despreciable.
En las noches parece que escucho que me hablas
en alguna parte del bosque.

Seguro esa golondrina es un gato salvaje
quien vestido de príncipe
golpea suavemente los vidrios de tu ventana.

 

24

Te traje pulseras hechas de semillas de árboles tropicales.
De ramas de la Ceiba.
Hechas de  caracoles que pisaron tortugas que se hundieron en el mar Caribe
y nunca más regresaron.
Te traje pulseras hechas  por gente que vive en la jungla
a los que  nunca les llega el sol a sus cuerpos.
Te las puse en tu brazo y hacías el amor conmigo sin quitártelas.
Sería por eso que te abrazabas tanto a mí y me decías murmurando en mi oído
que era tu sol, tu luna, tu luz, tu amor, tu árbol.
Tu tortuga que no se hundió nunca en el mar.

 

25

Me escribiste:
“Ibas  siempre al supermercado.
Comprabas mis manzanas favoritas.
También preparabas con amor la cena para ambos.
Limpiabas la casa,  pasabas la aspiradora.
Miles de veces hacías la cama después de levantarnos.
A pesar de que volvías tarde del trabajo como yo
estabas feliz preparando un vaso de vino para mí.
O cortabas verduras frescas y hacías una maravillosa ensalada.
Eras experto en cocinar el pescado que aromabas con hierbas.
Y esas hierbas las cultivabas en nuestro jardín cada verano.
Jardín que  a veces nunca fui a verlo porque no tenía mucho tiempo.
Pero tú tenías más tiempo que yo y me decías que no te importaba.
Incluso lavabas mi ropa sin que te lo pidiera.
Cuidabas a los gatos tú que cuando te conocí
no te interesaban los animales domésticos.
Ahora era parte de tu rutina que nada les faltara cada día.
Yo a todos les decía que no había un hombre como tú
y las mujeres me envidiaban.
Ponías flores en la casa sin que te lo pidiera y regabas las plantas.
Eras tan perfecto pero aun  así me fui de la casa.
Y contigo se quedaron los gatos.
Y cerré la puerta sin llaves cuando  hui  para siempre de ti.
Mientras tú hacías las compras en el supermercado.
Y la máquina automática de secar ropa  secaba mi ropa.
Dando vueltas y vueltas sin hacer ningún ruido.”

 

26

A pesar que los gatos no viven en el tejado.
A pesar que la casa aún está abandonada.
A pesar que seguimos mirando por la ventana.
A pesar que la memoria es lo mismo que un volcán de una ciudad.
Del que nunca podremos librarnos de que está  allí.
Inmensa y apacible pirámide de rocas.
A pesar que no puedo calmar a estos dos gatos
que me miran con tristeza.
Que comen sin hambre y que beben sin sed.
A pesar que andarás en otras partes del universo.
A pesar que el tiempo de la canícula se convirtió en un inmenso glacial.
Decidimos abrir las ventanas.
Arreglar los maceteros quebrados.
Traer flores.
Cambiar el piso para que no nos consumiera más la humedad y el frio.
Limpiar el polvo de los libros.
Cambiar los muebles.
Pintar de nuevo las paredes y escribir versos sobre ellas.
Abrir la puerta otra vez aunque sea difícil.
Y salir a caminar recibiendo el sol en todo el cuerpo.
Volver a bailar y a cantar.
Y en las noches volar hacia la luna y las estrellas.
Y estos dos gatos con sus botas de siete leguas
corriendo para siempre detrás de la Estrella Polar.

 

 

(Nota: Estos 26 poemas son parte del libro Los gatos no viven en el tejado, una selección fue publicada en 2017, en El poeta en llamas, editorial Alaire Libros, Chile. Otra breve selección publicada en 2019, bajo Los gatos no viven en el tejado, Editorial La Chifurnia, El Salvador. 13 poemas fueron traducidos al ruso por Janna Tevlina con prólogo de Yevgeny Yevtushenko en 2015 en revista que publica poesía extranjera en traducción en Moscú, Rusia. Aquí se publica para Altazor por primera vez el libro completo).

Javier Campos Es narrador, poeta, ensayista, columnista, profesor emérito por la Universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, EE. UU. Vive en Spring Hi ... LEER MÁS DEL AUTOR