

Presentamos tres textos claves del destacado poeta chileno pertenecientes a su primer poemario La rosa del mundo.
Javier Bello
II
Lapidados por la luna
los muchachos de los montes conocen con sus ojos de piedra las grandes alas
del amanecer
y frente a los libros de sardónice devoran las espinas de oro
y oyen el largo bramido del otoño como un lobo amarillo.
Lapidados
por los sellos que oyen crepitar mientras la música arde,
mientras la única arena de las arpas se derrama en el odre de la noche
y fluye por la voz de los pastores muertos
y largamente hiere la piel de las camadas con punzones de hierro.
Lapidados
los muchachos escuchan el frío dialecto de la lluvia
y beben en la víspera del mármol el laúd donde la sangre de los príncipes
gorjea como el vientre de un niño.
Lapidados por la luna
los muchachos se devoran los labios como si fueran de nieve
mientras la leche de los tiempos se deshace sobre el vientre del bosque y
entera fosforece
y helada se levanta, blanca como el fuego que prometió los cánticos.
III
No nací con belleza, pero tuve unos ojos capaces de la muerte de un buey.
Bajo su frío cabello latieron las hojas de octubre
y mis manos desde entonces conocen las bayas enfermas del veneno.
Yo quiero que mi corazón llegue a los ríos.
Cuando sufre la nieve, en octubre,
bajo las letras de la salamandra supuraba el marfil
para que yo bebiera
y mis manos degolladas colgaron del silencio con grandes ojos y copas.
Como los ciervos que llevan algodón en la garganta,
como los viejos que cuelgan sus arpas de los sauces
amé sólo lo herido
y yo quiero que mi corazón llegue a los ríos.
No nací con belleza, pero me guié por la lluvia salvaje
y contemplé el cuchillo blanco de las ruinas,
las láminas calladas del invierno,
oh qué lenta la muerte de mis manos.
No nací con belleza, pero tampoco nací para los labios helados,
la luz anciana de una muchacha anciana.
Yo quiero que mi corazón llegue a los ríos.
Bajo la lengua lenta de mis manos,
bajo la menta enferma de mis ojos
los bueyes mueren asesinados en octubre,
pero yo quiero que mi corazón llegue a los ríos y con los ríos
llegue al mar.
XII
Tú querías que yo me aprendiera esos números
y recordara vínculos secretos entre la rosa y el año,
vínculos temibles que sólo la sed desconoce,
dones secretos de la devoración y la transitoria escama de la sangre,
frutos que la fiebre separa de mi frente y avienta y esparce con celo en el humo,
frutos como imanes concertados sólo en su sed y en el pavor ante los círculos
de la tardanza,
frutos que guardabas para mí hasta secarlos,
tercas cajas de música que sonabas despierta en rituales de furia
si dos esfinges golpeaban, la tormenta y la lluvia
en medio de mi pecho traías tus labios que sabían a sueño, a tempestad y a muerte,
esa cobra que elige como cepo tu lengua.
Tú ordenabas los cuerpos y dabas señales a los árboles para que volaran,
tú erguías en tu mano
el instante preciso de la rosa y del pájaro.
Tú querías fluir sosegando la noche,
silbar en la ordenanza de los cascabeles
lenta lengua de río, lenta cinta soplada
cimbrear en la pereza de tu astro vencido,
cimbrear al sol, metal que el mar quisiera,
diosa con cabeza de tortuga,
pez brillante que ulula desangrado en su escama.
Tú querías que recordara las cifras encantadas,
la resonante escuadra de los números puestos al servicio del goce,
la saliva radiante de los cuerpos pulidos por los ramos del mar,
los cuerpos constelados de semillas prohibidas, los collares prohibidos,
su fiesta que estrangula.
Yo recuerdo ese mar, esas alas,
un túnel.