

Presentamos dos textos del reconocido poeta chileno pertenecientes a su libro La herida de lo ambiguo.
Javier Bello
HIJA DE LO INFORME
Se había exhibido con destreza a un mismo tormento del alma
lo entredicho. Que el alma cuando se opone roza los emblemas, hincha el vacío
olvidado en el cuerpo para ser lo entredicho. Ser a este lado del no ser
la sustancia que cuando cae a la loza se impregna, al paso sorprendido salmodia y lo convence
de tenerlo vivo frente a sí, sin decir nada más y sin oírlo. Así sabe que Castilla
se encuentra apercibida por visiones que permiten los visillos
moriscos entre las casas altas. Y las cofradías andan con antorchas por el poco orden
de las alumbradas, que son deformes igual frente a una cruz de palo como bajo el paño
de los devotos que casan a su hija con la Ley, la resucitan aún después del miedo y sus colgajos
siempre a puertas cerradas. De la hoguera no se vuelve, hermana, andan buscando
frailecillos tiznados entre los guijarros y mujeres. Sobre todo en el vientre
dicen que hay ramas nuevas, efigies en la entraña, que las cuerdas desfiguran
como si fueran lanza o leño con gusanos. No seas arrogante, pero sé
valiente, no quieras dar razón al engranaje, trágate la llave antes que caiga
en las manos solteras de la nieve. Se había exhibido sin querer una gran madre
levitando dormida contra las ventanas, el ojo en lo entredicho la objetaba, el tiempo
la miraba sudando entre alacenas un orden que lo impío contorneaba
como si fuera hija de lo informe. Que no puedan morir, que estén holgados
al lado del susurro que los tienta y en la carne convence con soltura
que este lienzo es mortaja del que muda, que esta llama cortante silba a solas
su heredad extendida frente al fuego. Dime, Teresa, ¿qué goteras te alzan?
PIEDRA DE BABEL
…había que recorrer una gran desolación antes de llegar a algunas claridades
José Lezama Lima
Goteras, silbidos, tetillas del Mar Muerto, gestos en la vía dolorosa
cuando los olfatos quedan clausurados, se vienen abajo, enmudecen
los conductos, los esfínteres, narices contrastivas, vacías como estopa
en los predios marítimos, entre cuerpo y Dios ojos cerrados.
Puede desembocar en la mano una represa, la impaciencia
de los canales desnudos ante el apuro de las corrientes desvestidas.
Me veo en esos labios perdidos, en esas densas melenas que suspiran
el nombre ardiente que en su decir olvida y en su silencio se alza.
Allí la lengua araña madreselvas, los insectos se nublan ante el torniquete,
los deseos no escatiman la distancia viva. Allí, entre nubes y estertores,
la cánula de los caminos tiene una cita con la tibieza.
Pongo los labios en el filoso apego que roe la coma del contacto
y la cortina que se borra poco a poco para dejar aparecer el rostro
que viene a hablarme como si fuera mío, en la hora final criado de la luna,
agua fugaz donde el cristal restriega su paraíso de insensato sueño,
los labios de la caja en que el esposo escupe despojado
un crepúsculo cayendo sobe la rodilla nueva de su pensamiento.
Miro la pared, la mancha de aceite, las resinas, me veo en esa hoja
que ahoga la sangre en su color de cosa mezclada. Los olfatos se encapuchan,
se aleja el desolado, el aduanero se cubre de aristas como un perro viejo,
se cubre de huellas como un viejo camastro de ruedas y caballos.
Piedra de Babel, sabe lo que escribe, y lo que no le salta al paso,
le cierra el libro, le nubla las gafas, eclipsa la fisura en que la novia
describe su cara al espejismo, en la boca de Lysi cortapisas
mascándose a sí mismas, mordisqueando los labios timadores del trueque.
Mal día para enterrar anzuelos, tengo que arder en un país de sombras
dice Zenea cuando se queda solo y pule su casa entre dos arenales.
Mal día para ser invitado, los olfatos se quiebran, los gestos repiten la nariz bajo el agua,
el poeta camina al paredón, los lagartos se arrastran por el alfabeto sin sacar ni siquiera la lengua,
la novia se tuerce atada al ouroboros, labios adoptivos del último muro del Templo.