

Presentamos dos textos del destacado poeta y ensayista chileno.
Javier Bello
JAULA SIN LÁZARO
Lázaro estaba muerto, pero lo despertaron las voces,
lo despertó el desierto que entra por las orejas,
lo despertó la luz en las alas de la mosca,
pero también la oscuridad lo despertó
después de mucho pudrirse en las orillas
de la túnica roja por las heces del sol,
después de mucho llorar sobre los tiestos
donde las mujeres trajeron el bálsamo,
después de mucho hablar sin decir nada
con los espíritus que lo incendiaron todo
y lo asediaron días y noches de la muerte.
Lázaro estaba muerto, pero cuando despertó
los hombres se llamaban de un cerro a otro,
las ancianas reían aventando noticias
por la cáscara hueca de sus dientes,
los niños recogían el hilo de los árboles
para tenderlo en la necesidad,
sólo porque él había despertado.
Pero Lázaro estaba muerto,
más muerto que tú y que yo y que todos los demás visitantes
y los pequeños cerebros en la raíz de la mandrágora,
más muerto que las esfinges que siempre te llevan de la mano
y te hablan del mal y del perjuicio de las sinagogas.
Lázaro estaba muerto, pero caminó hasta la cueva
sin beber ni una gota de panagra, el único líquido que había en las alforjas,
sin hacer caso de las suspicacias que revolvían el aire
con la intención de que se detuviera.
Lázaro estaba muerto, pero en la cueva estaba
el enano sentado en la tortuga
que dice cada vez que alguien se acerca
“si aquí quieres entrar, festina lente,
pues éste es el jardín donde todas las cosas
habitan el orden del azahar, paraíso
del mandato que vuelve a las bestias tan mansas
que cualquier invitado puede conversar con los ciervos,
sostener diálogos prohibidos con los perros asirios
que cultivan burbujas de plata a la salida del cementerio
y oír a los hurones que vienen de Bizancio
para enseñar latín en las escuelas”
pero Lázaro estaba muerto y no lo oyó
y se dio media vuelta para cantar un salmo.
JAULA DEL PADRE
De todos los que comen de esta mesa
el único que vive de su fuego es el padre.
Yo no sé de donde vienen estas piedras
ni tampoco conozco a quien las trajo,
pero aquí las comemos, pero aquí las mascamos.
Salvaje padre sorprendido en tu error,
enemigo caliente de mirada amarilla,
me refiero a tu casa quemada por los bárbaros,
me refiero a tu lecho marcado por un nudo,
me refiero a tu alma que sale a predicar a la calle
el domingo volcánico de los evangelios,
palabra medio rota que envenena el suburbio
coronado por la lengua de un ángel,
coronado por la lengua que has de obedecer,
el decimal que te dará la muerte.
Padre en silencio, eliges el peso de tu voz,
el exacto calibre que arma tu vergüenza,
el bastón de la rabia, el cristal de la sed
cuando el cáncer congela tu garganta
y te deja alucinar en su hueco.
Padre furioso contra un sol de neón
padre furioso contra un grito de fuego,
encerrado con la luz que no entiendes,
encerrado en la jaula del mal,
perseguido por tus bestias de piedra
ofendes la raíz de los árboles.
Las hormigas se comen un perro,
el perro se come la cara de un hombre,
el hombre el excremento de un buey.
Bajo las mantas están tus hermanos
agazapados en la lágrima de su propio calor.
Este fuego es su fuego, y es mi fuego también,
este fuego es su hambre con las alas de mosca.
Un hombre se come la cara de un hombre.
Yo, mi padre, el padre de mi padre.