Javier Alvarado

Epopeya de las comarcas y otros textos

 

 

 

 

RENÉ CHAR

 

Una estrella que se ha acercado, la muy loca, y va a morir antes que yo.

R.Ch.

 

Tú no has dicho nada, nadie dice nada, todos se callan sus muertes.

Algunos se atreven a marcharse después de mascar tus hojas de hipnos,

Buscando esos utensilios posibles para acumular la vida,

(La cuchara paralítica)                 (El plato ciego)

Y yo penetro en otra hipnosis

Cuando deambulo por tu poesía

En este nuevo espejo que la historia va a desertar;

Amigo en lo improbable,

En el incendio de la tundra donde se aprende a escribir

Y a discrepar contra la cacería furtiva o reglamentada

Cuando un cervatillo riela en la otra orilla,

Elegido por la circunstancia de la presa

Ante el ojo caníbal               ante lo nupcial devastado

Y las noches podían concebirse a través de un prisma,

Leyéndonos a nosotros alguna argumentación por la metáfora o el lenguaje llano;

Ese intangible destierro hacia la originalidad, cuando se empieza a acostar

Tu poema predilecto,

En medio de los niños que ríen de gozo en la primavera de los poetas.

¿Acaso también no habrá un otoño o un invierno o un verano para esos seres

Que desechan el fárrago carnívoro, un arcoíris en el cuello, una rosa que grite de terror al saberse viva,

Tan roja en la alienación de la sangre, tan sanguínea en la prueba de ADN,

Una puerta falsa para esconderse y tiritar de fuego

Cuando nos encontremos              cara a cara              con el sucesor de Ulises

Tocándonos el destino de ser errantes en la condenación de las ínsulas

Y el mar sea ese mensaje cifrado que nos cuesta entender

Muy adentro, muy adentro de la botella rota que es el origen

Cuando nos posesionamos juntos del microbiótico espejo

Y hay una noche que sucede hasta encontrarnos en el vuelo del águila

Y todo sigue siendo noche        más que noche     que agujero negro      que agujero lunar

Y allí estás tú en medio de los polvos cósmicos, en medio de las explosiones de asteroides

Y eres tú

Una estrella que se ha acercado, la muy loca, y va a morir antes que yo.

 

 

 

LOS COYOTES

 

Alguna madriguera humanoide ha dado paso a los coyotes.

No pertenecían a estos campos, a estas junglas, a estas selvas,

Donde desciende              la Yakumama           con alguna lluvia

O un ramalazo de arcoíris.

Los he querido ver tras un quejido de ave, tras algún estertor

De ternero a la intemperie

O alguna desesperación del mundo sobre la lengua de la vaca.

Sus ojos calientan

La noche como una rotación.  En sus colas hay un dominio visceral

De las víctimas en su olor de posesiones a mansalva.

La noche nos devuelve su desnudez de pájaros

En jaculatorias tristes            como roedores terroríficos

Que muerden la luna con su resplandor de hueso.  Yo camino

Encontrando aquellos rastros de sangres y de presas fantasmas.

Es mi yo terciando con alguna zampoña los espectros

De los depredadores.  En los cráneos de los mamíferos

Hay una maternidad que no logro descifrar

Y quizás en esas osamentas         esté la música           de una demencia aterradora.

 

Una trocha abierta, casi cerrándose a la verborrea de los bejucos, al mantillo misterioso,

Y a los insectos habitantes de las hojas verdes y secas, me indica la marcha de aquellos asesinos.

Me dicen los arroyuelos que aquí beben,

Me dicen los ojos de agua

Que por aquí lavaron sus patas para empezar la caminata

De su propio duelo.

En sus narices y en sus ojos va la muerte

Tintineando su badajo.

En su pelaje, hay otro misterio como la piel de una mujer

Que se aloja como un treznal en el invierno.  Cuando hayan una presa,

Ésta ve en un espejo repetido la misma cabeza, la misma cola

Y una jauría de dientes, dispuestas a cumplir con el rito de la caza.

Ya ningún anciano o ningún pintor nómada

O de la nueva tribu

Podrá describir este ideario en la pintura.  Si acaso dialogarán las piedras,

Si acaso hablará la noche con su alfabeto levemente encendido

Por lechuzas o luciérnagas.

 

Los coyotes, no saben ahuyentar la propia muerte ni sus propias muertes

Ni la jeringa acusatoria de su olfato.

 

Hay un llanto morfológico sobre las aguas

Que drenan otros vestigios

De las aldeas y los pueblos

Y algunos forasteros congelados en la criba del pasado.

 

En esta tierra no hubo coyotes y ahora si los hay,

Oliéndonos,

Acercándonos a ellos,

Punteándonos con la dentadura

El miedo a otra edad,

A otro ciclo, a otro coloquio

Con las deslumbrantes esferas.

 

Cuando pare una vaca, alguna madre, se lleva a la cría para amamantarla

En su cuna de madera.

 

Quizás dentro de las casas

Esté el árbol para todas las aves;

Pero ya nadie está a salvo.

Sólo la noche o el día –saben- cuando encontrarán la cría de Dios.

 

 

 

HAY UNA ALDEA HECHA CON LOS POEMAS DE LEDO IVO

 

“Lédo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco”.

Juan Carlos Mestre

 

Ya los cangrejos caminan sobre Ledo Ivo

Sobre las casas y los sueños

O los promontorios en la tierra de Maceió,

Ya se volvió mar bajo los barcos

Y desató sus palabras como gaviotas en el muelle

Silbando esta vez           ese acorde funéreo            para las carnes de Hermengarda

Para esa ebriedad que traspasa las boquitas de los murciélagos y las colillas de cigarro

En la caverna más oscura donde tintinean las almas como oseznos,

Donde se mancha la oscuridad con esa iridiscencia de tus constelaciones

Increpando la resurrección del gallo,

La leche estelar de las espuelas

Y el plumaje irredento corajeando entre los patios y entre las casas marinas

Donde los niños se sientan en el lomo del caracol

Y las niñas fijan su belleza a las estrías teologales de las conchas.

 

Esta es tu aldea donde un niño llamado Ledo empezó a escribir sus poemas en la arena

En los pétalos de la caña y en los trapiches donde el pueblo suda

El jugo inmemorial de la caña

El jugo equinoccial de la caña

El jugo demencial de la caña

El jugo sexual de la caña

Junto al aroma infinito del cacao, junto a las flores del cacao, junto a las semillas del cacao,

Donde

Clareas esta vez sobre las piedras, sobre el testamento de una negra bailando samba

Silba que te silba el vals funéreo

Para las carnes de Hermengarda

Y eres tú caminando mulatamente sobre las nucas vacilantes de los cangrejos

Sobre una iracunda hoguera de agua, sobre los pilotes azarados

Por la espuma reinante,

Abriéndose tu palabra como un lecho de hojas,

Como una almohada de árboles sobre esos sueños gualdos

Que van a la memoria del camino y terminan en los pies

De los infantes y se ponen a correr

Y rechinan como abejas o mariposas al cuidado de la nieve profunda,

De la nieve inventada y del sol que ordeña los milagros de las cabras

Donde hay brujas y mujeres explicando la redondez de la tierra

Con rituales dibujados en las esferas monacales del coco

Y muchachas extrayéndose del corazón cardúmenes de peces.

 

Ya los cangrejos caminan sobre Ledo Ivo en la tierra de Maceió.

Allá en el Brasil hay una aldea

Donde aprendió a escribir poesía

Un niño antologado con cara de loco,

Separando las patrias de las lenguas,

Emigrante e inmigrante de la lengua portuguesa

Haciéndola tierra,

Haciéndola jugo de caña

Haciéndola cacao,

Haciéndola cangrejo sobre las playas de Maceió.

 

Allá en Brasil hay una aldea hecha de los poemas de Ledo Ivo.

 

 

 

EPOPEYA DE LAS COMARCAS

 

Ya la luz se habrá posado sobre los árboles hundidos como una temible dehesa.

No recuerdes esos pasos que se abrieron y se agigantaron para reconocer a la montaña.

Escaparíamos de los metales y de las piedras preciosas,

Mientras nuestras leyendas duermen sin importar la canción y el precipicio,

Esa agitación que nos devuelve a la tempestad sangrienta,

Un rayo que destierre la enfermedad de otros visitantes,

Un fuego plano que atraviese el cañaveral y las aguas.

Así estarás tú, ahora que hay verano, ahora que hay invierno y no llueve;

Que se ha ido para siempre la congoja que hincha los lirios,

Que nos hemos puesto a llorar y que el río ha decidido salir de nuestros ojos

Y de nuestros ojos sale abundante leche de sapo,

Una leche de sapo

Que enceguece a las estrellas, a la voluntad de las membranas, a los caminos donde nos perdemos

Al cuartearse nuestro sollozo sobre el barro implacable.  Ya no hay río.

Ya no hay tierra.  No hay sentimiento ni melcocha.   Acampemos y durmamos

Cerca de mi casa.  Mi casa está bajo el agua.  Allí crecí.

No tengo a donde ir, a donde morar, a donde emigrar,

Ya no somos aborígenes, ya no somos indígenas,

Ya no somos cholos,

Ya no somos amerindios   isleños   norteamericanos    centroamericanos o sudacas.

No hay visita a nuestros muertos, cuando ha quedado el cementerio bajo el agua,

Las moradas familiares junto al delirio de no tocar las piedras

Dimensionadas por nuestros ancestros.  Así hemos venido en marcha todos,

Descalzos con la tierra, el agua a las rodillas

A ver como se inunda el cementerio comarcal y dejar en esa caminata

Algunos versos   algunas ofrendas   que deleiten y despidan     al Tata y a la Mama

A los hermanos

A los pájaros terráqueos, a las iguanas del aire, confundiendo algún reloj

O alguna pavana en marcha.

Bajo mis pies

Están los restos mojados de mis padres.  Ya no podré tocar nada que nos retraiga

Como la tierra o el recuerdo del lodo y las hierbas silvestres.

Más pequeños nos hacemos

Cuando el proyecto de la hidroeléctrica inundó nuestras chozas

Y el tributo a los que habitan el otro plano, la pradera de otra realidad.   Ahogados todos.

Ahogada mi historia.  Ahogada tu historia.  Ahogada nuestra historia.

Ahogado el sol.

 

(Del  Himno de las Desapariciones)

 

 

Javier Alvarado (Panamá, 28 de agosto de 1982). Ha obtenido premios nacionales e internacionales de poesía como la Mención de Honor del Premio Literario ... LEER MÁS DEL AUTOR