Jaime Huenún

Llegar a la cantina de la muerte

 

 

 

 

EN LA CASA DE ZULEMA HUAIQUIPÁN

 

Junto al río de estos cielos

verdinegro hacia la costa,

levantamos la casa de Zulema Huaiquipán.

Hace ya tantas muertes los cimientos,

hace ya tantos hijos para el polvo

colorado del camino.

Frente al llano y el lomaje del oeste,

levantamos la mirada de mañío

de Zulema Huaiquipán.

Embrujados en sus ojos ya sin luz

construimos las paredes de su sueño.

Cada tabla de pellín huele a la niebla

que levantan los campos de la noche.

Cada umbral que mira al río y los lancheros

guarda el vuelo de peces y de pájaros.

Bajo el ojo de agua en el declive

donde duermen animales de otro mundo

terminamos las ventanas.

Y en la arena hemos hincado nuestras sombras

como estacas que sostienen la techumbre

de la casa de Zulema Huaiquipán.

 

 

 

 

HUECHANTÜ*

 

Uno

 

Las estrellas giraban en el cielo

quemando como el oro

nuestro corazón.

Los bosques se aferraban a la noche

y el sol venía al mar

desde las blancas montañas de los sueños.

Pasamos por árboles que nos adormecían

con sus pétalos de moribunda luz.

El agua respiraba bajo tierra.

La luna descendía a los dominios

de los animales secretos,

enmascarados por la niebla

y el frío resplandor de las vertientes.

Nuestros caballos

se hicieron aire

y nuestros cantos

vanas raíces

en la escarcha del amanecer.

La tierra nuevamente ardía

y nuestros muertos,

boca abajo,

cubrían con sus sombras

la extensa sombra

de su corazón.

 

 

 

Tres

 

Contaco río, cascada

de choroyes, sangre

de las piedras tigres,

herida del sol.

Llévanos.

Ésta es la barca transparente

que sólo podemos navegar en lo oscuro.

Éstos los remos de avellano

que se consumen en tus aguas

hasta desaparecer.

Justicia

de la corriente que nos arroja al mar,

arena el pensamiento,

espuma el amor

que moja nuestras manos

borradas por la luz del roquerío.

Que vengan las gaviotas a comernos los ojos,

los brazos y las piernas.

Justicia de los pájaros,

justicia de las aguas que se inclinan hacia el sol

por el peso de nuestras almas.

 

*tiempo de escasez.

 

(De Reducciones, 2013)

 

 

 

PUERTO TRAKL

(fragmentos)

 

Bajé a Puerto Trakl entre neblinas.

Buscaba el bar de la buena suerte

para charlar sobre la travesía.

Pero todos vigilaban la estrella polar en sus copas,

mudos como el mar frente a una isla desierta.

Salí a vagar por las calles con faroles rojos.

Las mujeres se ofrecían sin afecto, fragantes y cansadas.

“A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”, me dijeron

sonriendo en todos los idiomas del mundo.

Yo les dejé poemas que pensaba llevar a mi tumba

como prueba de mi paso por la tierra.

 

“Y si vienes a morir a Puerto Trakl,

no bebas de mi vino”, dijo el tabernero.

Este bar no es la morgue de los ángeles

ni el cementerio de los fantasiosos.

Muchos hombres han cruzado el océano

por un jarro de cerveza, por una copa

de ginebra caliente.

Nadie aquí tiene patria ahora, y navegar

cansa más que la nostalgia y el amor.

Escucha, sólo escucha el estruendo del oleaje,

mientras el mirlo clama

entre las ramas y el viento.

 

Como un cantante de ferias y cantinas

repitiendo siempre las mismas canciones,

declamo poemas al océano.

El oleaje apaga el rumor de mi voz,

y la espuma salpica estos papeles

como un escupitajo de las rocas y el agua

a mi vanidad.

Entonces imito el gesto del cantante

cuando extiende la guitarra al público y le dice:

“No quiero aplausos, sólo monedas.

No quiero aplausos, sólo monedas”.

 

Como una manera triste de predecir

miro el paso de las nubes sobre el puerto.

Sé que mi suerte no está

en ninguno de esos nimbos que regresan al mar

movidos apenas por el viento de la literatura.

“Profetizar me asquea” podría decir

y, sin embargo, allá va mi vida

sobrepasada por pájaros que llevan

todo el tiempo del mundo entre sus alas.

 

Fumando en el muelle desierto

recuerdo a mis hijos,

apenas alumbrados por el sol de este anillo.

Mi paternidad se ha ido a pique;

el mercado está desierto frente a mí.

Un corazón apátrida late en esta fuga

hacia la isla prometida.

El amor ha abierto una oscura puerta

por donde paso

inclinándome.

 

Bebimos el vodka de madame “Su”

en el hotel Melancolía.

Nos habló de sus novios,

su vejez,

y de unos gatos perdidos en el puerto.

La noche llegó desde un poema de Trakl

que ella guardaba en la memoria.

Alzamos nuestras copas y, sin prisa,

cada cual volvió a su propia

y cotidiana decadencia.

 

Ebrio me despide Puerto Trakl

con el alba mojando mi cabeza.

Sin dinero, sin amigos y sin reputación

vuelvo a mis antiguos días.

La pequeña mañana abre sus puertas.

Los tugurios donde beben poetas y pescadores

quedan para siempre atrás.

 

(De Puerto Trakl, 2001)

 

 

 

LLEGAR A LA CANTINA DE LA MUERTE…

 

Llegar a la cantina de la muerte

y ver de nuevo alzar el codo

a los dipsómanos del barrio

hablando en lenguas

como apóstoles de tierras que no giran

ni germinan.

Al vino que derraman va un país

de mar violento,

al vaso van los hijos que buscan

a sus padres en la noche.

Volver a la cantina de la muerte

con hombres que no lloran, pero gimen,

que aman a sus perros,

que sueñan con un río,

con biblias y navajas españolas

bajo la oculta Cruz del Sur.

Bolsillos llenos de agua,

recuerdos plagados de ratones,

mujeres que huelen a rústico jabón.

Seguir en la cantina de la muerte

la luz de las botellas en la sangre,

el canto del patrón entre las vacas,

la música que llega a los oídos

a rastras desde estrellas extranjeras.

Que sople un viento blanco entre las copas

y traiga matarifes y boteros,

y al sastre ya cirrótico sin pulso

buscando una aguja en el pajar.

Volver a la cantina de la muerte,

pisar el aserrín de bosques fríos,

beber de la memoria fermentada

sembrada por el sol sobre las tumbas

en los extremos de la Gran Ciudad.

 

(Inédito)

Jaime Huenún Poeta huilliche chileno nacido en Valdivia en 1967. Su trabajo literario ha sido reconocido con el Premio Pablo Neruda de poesía otorgado ... LEER MÁS DEL AUTOR