Iwan Llwyd

La tierra de nadie

 

 

Selección y traducción de Katherine M. Hedeen
y Víctor Rodríguez Núñez

 

 

 

La tierra de nadie

Nunca anochece aquí,
no se pueden ver las estrellas
más allá de los anuncios de neón de Virgin y el St. David’s Centre,
más allá de las calles plásticas que congelan la médula:

y alguien intenta dormir
bajo el cajero automático,
que vierte sus papeles generosos
en una pila sobre el joven dormido:

y hace frío esta noche en la tierra de nadie,
frío tan cerca del frente,
donde un hombre solo regresa a casa,
y la casa está más lejos que nunca:

es un clima de ratas invasoras y ladrones,
como el mendigo ruega por un chelín,
y el viento del este corta como una guadaña
mientras te levantas el cuello del abrigo:

y hace frío esta noche en la tierra de nadie,
frío tan cerca del frente,
donde un hombre solo regresa a casa,
y la casa está más lejos que nunca:

entras en una taberna buscando consuelo,
pero la conversación es sintética como la música
mientras te espera la gran noche amarilla
acompañado por gatos y perros:

y hace frío esta noche en la tierra de nadie,
frío tan cerca del frente,
donde un hombre solo regresa a casa,
y la casa está más lejos que nunca.

 

 

 

Huellas digitales

En la plaza del pueblo
donde el reloj de sol incaico
intenta con mucho esfuerzo
dar la hora
con más exactitud que el de la iglesia,
los viejos con sus sombreros
se lavan los pulgares
en la fuente;
cada uno por turnos
se inclina sobre el agua
antes de convertirla en azul
con el color de su voto;
dan un nuevo significado
a “mostrar los colores”,
mientras los guardias armados
supervisan las colas
de mujeres coloridas
que votan
por Vecino o Salazar:
no tienen otra opción,
la democracia es obligatoria,
es un voto o un balín
aquí a orillas del Titicaca
donde las torres de las iglesias

intentan con mucho esfuerzo
hacerles sombra
a los templos incaicos;
en la plaza del mercado,
tocando con un pulgar las chucherías
cada pulgar azul
es testigo
al extenderle una mano a alguien,
mientras los dedos limpios
esperan su turno:
mas a pesar de la severidad
de las sombras
de las armas y las iglesias,
las marcas
sobre la terca piel
no duran para siempre,
se lavan,
y el agua de la fuente está azul
de la tinta del blanco,
y sus pulgares están limpios
mientras echan carreras
para apresar el lago y el cielo,
y atrapar los rayos de sol libres
como el reloj solar incaico.

 

 

 

“¿Usted no es de aquí?”

No, no lo soy, vengo de una provincia
del norte lejano, que alguna vez era un reino,
no puedo pronunciar bien ni hablar el dialecto,
pero cuando regrese a esta zona
como un nómada extranjero, como un pájaro tormentoso
arrasado por la tempestad, o como un pelegrino
que sigue los caminos de Ponterwyd a Pontrhydfendigaid,
caminaré con confianza, mientras la presencia
de mis ancestros me guíe, una luz en mis ojos;
pues cada viaje hecho otra vez ya fue un lazo
entre el comienzo del ayer y del mañana,
y en el silencio de los dos viejos
en una esquina del bar hay miles que cuentan
de días lindos, de grupos de oración, de peleas, del amor,
de un mundo como era, de lo que vendrá:
no, no soy de esta zona, pero escucho
el taconeo de los bardos mientras van
de pauta en pauta, de una provincia a cientos,
antes de escaparse de Eiddig al tomar otro camino a casa:

he sido buitre, he sido papalote,
raro y peligroso,
he sido joya, he sido Taliesin,
he vagado por Rhos Helyg,
he sido ciervo, he sido enano, he estado aquí
en la forma de un pastor, de un posadero,
de un soñador y de un bardo,
no, no soy del barrio, pero sí del futuro,
que brota desde lo profundo de la vieja tierra de Pumlumon,
y cuando me iba,
el viejo de la esquina me dijo:
Siwrne dda i ti, ffrind.
Buen viaje, amigo.

 

 

 

Automóviles

Es una ardiente mañana de mayo en Memphis
y hay un choque en el autopista,
el cuerpo con las piernas abiertas que ya no se sacude bajo el sol,
y todo el desfile suspendido
por una camioneta Chevrolet, el parabrisas
reventado, esperando en algún tipo de vigilia.

Es temprano pero las puertas de Graceland
ya reciben los primeros pecadores,
el fanatismo del Rey se desplaza hacia abajo
las muestras de dolor al pie de su monumento,
mientras más allá del grafiti
y el metrónomo del tráfico
un Cadillac rosado se aquieta, imposible de arrancar sin llave,
en el bulevar Elvis Presley,
esperando la resurrección.

Al llegar el ocaso, el Hotel Lorraine es un doble ardiente
de sí mismo en la vitrina del Almacen Peabody’s,
y bajo el balcón donde mataron a Martin
trabajadores del carnaval y estafadores cierran sus quioscos,
y una mujer, que trata de mantener encendida la llama,
recauda fondos para los que no tienen hogar,
mientras los Olds y los Pontiacs
que trajeron al profeta aquí
hace un cuarto de siglo
son submarinos en la sombra
al final de la tarde caliente.

Pulso americano, aliento americano;
los cortejos oscuros en reposo bajo el polvo.

 

 

 

Far Rockaway

Aunque esté lejos, sígueme
a Far Rockaway, Far Rockaway,
su nombre es canto de oro como cuerdas de guitarra
o coro callejero y se vuelve mar,
o amantes que han doblado aquí
al salir de la autopista nocturna, que susurran sobre el café negro,
la gasolina y la lluvia ligera en la ropa,
dos mirones de la luna que se tocan la punta de los dedos,
que cuentan los animales atropellados en las vías secundarias,
cierto que nadie como ellos existió antes.

Aunque esté lejos, sígueme
a Far Rockaway, Far Rockaway,
donde las estrellas cambian de lugar sobre la bahía
y el aire está lleno de ácidas canciones de cuna,
donde los grafitis pintan su arco iris
sobre cada barrio de piedra rojiza,
y hasta los que celebran los saturnales entienden
que pronto deben regresan a casa
como ratas bajo la línea del tren,
y donde nosotros caminamos las calles de la ciudad
llevándonos el uno al otro y nuestros secretos.

Y aunque esté lejos, sígueme
a Far Rockaway, Far Rockaway,
donde, mientras esperan el tren A,
los policías escriben canciones de amor
sobre el buen karma que llevan en sus pistolas,
y los bardos votan por las vocales
desde sus taburetes, mezclando el rocío con Dewar’s
sobre un ajedrez zurdo, y todos buscan
la consagración de un beso hoy
en Far Rockaway, Far Rockaway.

 

 

 

Araña

Aquella vez la telaraña era perfecta,
sostenida en su trama.

Pasó tiempo trenzando la luz solar en la zona de rocío;
y ahora que acabó con ese deber

escucha cómo escande la lluvia sus versos, y entonces
la mutación silenciosa de la lluvia.

Sobre el río que corre mañoso,
cascada imposible de acompañar, áspera

entre el mundo de liquen, con la visión de la orilla,
la araña, predadora paciente,

se mantiene estudiosa frente a su guión,
sopesa cada perla en su provincia.

De pronto una brisa llega para estremecer
el esquema entero, inmaculado de las cosas.

Y allí me paro como un viejo
con el mal aliento del otoño

uniendo el encanto
a mi propia crónica enredada.

 

 

 

-Nuestra tierra de nadie
14 poetas galeses contemporáneos
Selección y traducción de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez.
Colección: Ladrones del tiempo
Uniediciones

 

Nuestra tierra de nadie - 14 poetas galeses-1-page-001

Iwan Llwyd Nació en Carno, Gales, en 1957, y murió en Bangor, en 2010. Poeta, dramaturgo, guionista de televisión y músico que escribió en galés. ... LEER MÁS DEL AUTOR