Caricatura de la verdad
A Luis Cernuda
Viejo solitario de la tarde,
te veo con tu vaso de ron, escribiendo
tu tristeza de niebla, trajinante
como una yegua loca, sorbiendo lentamente
una lágrima gris, deslucida, amarillando
junto a la briosa estación del verano.
Te veo envuelto en papeles oscuros
en el departamento quieto, separado
de la ciudad, caminando en sigilo,
viendo que gota a gota se te escapaba el cielo,
huyendo en la bruma metálica de la lluvia,
resguardado en los terribles potros que cabalgaban
tu antiguo vicio de llorar despierto.
Te resucito en las pavesas alejadas
en las remotas playas del insomnio acezante
y en los inquietos torbellinos de espera.
De niño te encuentro en un caserón deshabitado
y siento crecer en ti brillantes mariposas,
el júbilo de los cuerpos desconocidos
deseados en cualquier parte.
Te quiero en ese resplandor de miedo voluptuoso
donde nació el acento melancólico,
en las ventanas del sueño, en ese gemir suave
de adolescente incendiado en el otoño,
te quiero en el vaivén de habitaciones olvidadas,
ignorado en escalerillas fantasmas,
martillando una angustia sin nombre,
tragando besos sucios a hurtadillas del día,
comprando una primavera inexistente
bajo un silencio de sombras y sábanas revueltas.
Te busco guarecido en oscuros cinematógrafos,
hundido en cualquier esquina, pensativo,
rumiando tu ingenuidad desmelenada,
sentado en algún bar, fugitivo en derrota,
oyendo un vulgar silbido de jauría,
almacenando siluetas, rompiendo espejos falsos,
lanzando amargas flechas sin respuesta.
Y te gustaba pasear sobre los puentes,
sentir correr los ríos, oír el mar,
te esfumabas con las volutas del ocaso
y mirabas de vez en cuando a las estrellas.
A veces te dolía la vida, casi recuerdo tu gesto,
tu voz taciturna, aquellos ojos que se perdían
tras una lejanía invisible,
tus manos desgranadas en las puertas del alba,
la canción siempre hirviendo en tus torres de espanto,
el violín cabizbajo que reptaba tu ensueño
la máquina de escribir que te seguía
y los discos de jazz disfrazándose en la penumbra.
Entonces añoro las cortinas regadas en torno tuyo,
ese misterio vacío, esa leyendas de avenidas esparcidas,
la guitarra del viento acompañada de roncas voces,
las vacilantes perspectivas de los desvanes macilentos,
el suicidio de peregrinas campanas desquiciadas
desapareciendo en las esclusas derruidas del tiempo.
Añoro las dispersas ansiedades que desgarraron
tu vibrar de avecilla desgajada al invierno,
tu displicente recorrido de espermas apagadas,
la aguja que rompía tu vibrante relámpago,
la cuchilla del sexo trepanndo tus nervios,
tu tibio abrazo dulce de ruiseñor tremendo,
las noches en que el mundo te crujía insepulto
tras una cordillera de plumajes azules,
la rosa que perdiste en las veredas náuticas,
la emoción presentida, los caminos abiertos
a tus zapatos que hollaban las inciertas regiones
donde un ancla de bermellón ataja los placeres prohibidos
tras las puertas abiertas desbocadas al sueño.
Te siento pasajero, de una inmensidad amorfa
viviendo en las filas de los que retan, en esa
difícil soledad de ir cargando una cantidad de absurdas cosas,
entre fórmulas aparatosas y obligadas,
en una pirámide de aburrimientos continuados,
y el hastío de ir repitiendo historias
en evasiones que se esconden en laberintos
dislocados, en ese rugir sordo que nace y quema,
en la protesta que vuelca y hiere
junto a las murallas.
Porque llega la hora en que ya nada importa
y entonces explotaron tus versos, te regaste
como una erupción incandescente, como una lava violenta.
Porque morías en la secuencia de las semanas
de disecadas focas, en las farolas mudas
que quiebran los anhelos caracoleantes,
en los lechos abandonados, en los cocodrilos
de taxidermia inconclusa, en los años que doblan,
en ese instante de ya no sorprenderse,
en ese susto repentino que arrasaba, desolador,
temible, en la repentina voz que aullaba
exigente, profunda, en un fluido de fiebre
como una líquida plataforma que te llevara.
Ahí estaban las azoteas del hielo,
el grito partiéndose en pedazos,
la atribulada pesadumbre de repartirse,
de huir, de esconderse en suburbios pedregosos,
de ser frágil, de humo, efímero, de sólo aventar
un ruego caldeado en disgregados cristales,
en un frío que recorría callejones sonámbulos,
intemperies agonizando bajo epilépticos alambres
sincronizados al fúnebre estertor.
Y te esfumabas en la sangre disuelta de los cadáveres morados,
en la serenidad del paseante
que violaba las tiránicas ataduras, en la fiera,
inextinguible antorcha que encendías, en la valiente
y dolorosa actitud de ser tú mismo.
Caricatura de la verdad
Vengo de mitos desbaratados
donde se quiebra el tiempo.
Armo en mi ser nuevas estructuras.
necesito el mármol de las viejas creencias
para apoyarme en algo.
Definitiva ha sido mi luz y mi ceguera,
ha sido tajante su alucinada escarcha
y mi intento triste de huir de cualquier dogma.
Así, regreso a buscar el techo de una casa,
el calor de las mentiras conocidas,
el cristal que deforme una visión
con los gastados sueños rosa.
Huí de falacias acreditadas,
me despojé de su facilidad y sus cristales,
y de pronto en la gruta de Platón vi mi silueta
terriblemente deformada.
Onán
Con horas viejas colocadas en desvanes y
perspectivas deshabitadas
con silencio de lluvia y azucenas que se tiñen con
la tarde
las manos acarician la soledad, penetran sus
vertientes
y producen el vértigo mientras un rayo se
desprende.
(Afuera los jardinillos tiemblan, demudados).
Estremecimiento de armazones de hojarasca,
sin ningún galope, y con una suave, dulce
violencia
delineando la alcoba.
No hay ira, sólo la ternura pequeña, íntima,
del instante desflorado sin entrar ni a la luz ni
a la sombra.
De esta manera las manos se desciñen de sí mismas
y se sienten de barro, y así puras,
han sido desfloradas de su ruta
y se muestran como dos clowns grotescos
danzando sobre la nieve.
En el misterio, junto al vagido muerto,
en el calor perdido de una chimenea apagada
por miles de milenios de rostros convulsos
pudo entonces, Onán, encender una hoguera.
Alas, tengo alas en la lengua
Alas, tengo alas en la lengua,
mi cuerpo está cubierto de alas,
son miles de alas que me crecen,
una multitud de pequeñas alas sonoras.
Mis palabras son alas blancas,
alas, alas de espuma o nube,
alas tremendas que me cubren, que me laceran.
Y sin embargo no vuelo con mis alas.
Alas de mis Ángeles,
dulces alas que me renuevan,
alas tristes con que me envuelvo,
aladas alas por las que vivo.
Soy un árbol de alas
con alas que me brotan como hojas,
con hojas muertas que me vuelan como alas.
Soy un mar de alas,
un cielo de alas que resuenan.
Alas de mi nombre,
sinfonía de alas en mí misma.
¡Cómo suenan mis alas!
¡Cómo intentan mis alas batir el vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis alas a cuestas?
¡Cómo estoy en el viento sin volar con mis alas!
Soy un ala gigante,
soy millones de alas minúsculas,
soy un porvenir, un destino de alas,
y junto al infinito de mis alas peregrinas
pronuncio esta oración de alas aleteantes
para redimirme en nombre de esas alas sonoras
Mendigaré…
Mendigaré
a través de las increíbles ciudades del otoño.
Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.
Mendigaré no importa
porque ahora que provengo de territorios
olvidados
puedo decir con verdad a mis hermanos
me cortaron la lengua y me pusieron marcas al
rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo sufrí en el
silencio.
Mendigaré en los parques la luz y los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.
Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi
pecho
sólo puedo decirles en nombre de mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar regada la
canción
y hacer que mis palabras sean un arco iris de mi
ser ante ustedes.