El día de las ciudades
Me has seducido
Me has seducido Yahvé
Y me dejé seducir por ti.
Jeremías 20:7
Llegaste cuidadoso amado amante
buscando mi cristal adormecido.
Tu fuego, aunque era loco y trepidante
llegó como un susurro hasta mi oído.
Fue música tu voz que rumorosa
vibró en todo mi ser como campana.
Me derretí en tu entraña luminosa
cual gota de rocío en la mañana.
Me hallaste en soledad, nido deshecho,
sutil te me entregaste en un murmullo
y yo te apretujé contra mi pecho.
Al roce de tu pulso estremecido
salió mi corazón de su capullo
y en ti se sumergió con un latido.
Ruth
I
Cuando es el tiempo de cortar la espiga
Ruth de Moab hasta los campos llega,
Y antes de comenzar a hacer la siega
Se inclina a bendecir la tierra amiga.
El suelo fértil que se da y prodiga
Maduró el fruto para hacer su entrega,
Ella recorre la anchurosa vega
Cogiendo el grano que el sustento abriga.
Cada gavilla es luz entre su mano,
Ella sabe que es vida la cebada
Y cada labrador, un nuevo hermano.
Por eso, cuando ríe en los recodos,
Va recordando que la mies segada
Habrá de ser mañana el pan de todos.
II
Tras el atardecer van los corderos
Y cesan en las eras las labores,
Van regresando ya los labradores
Mientras huye la luz de los oteros.
Están llenos de sombra los senderos
Ruth de Moab camina entre rumores
Bebiéndose la tarde y los olores
Y la amorosa paz de los aleros.
Con los otros segó durante el día,
Repitió sus canciones y sus nombres
Y compartió el sudor y la alegría.
Hoy los mira alejarse, ve sus huellas,
Y alaba a Dios que regaló a los hombres
El milagro del trigo y las estrellas.
Deja que crezca el fuego
Toda carne es hierba,
y toda su gloria como flor de campo.
Isaías 40:6
Deja que crezca el fuego aquí en la frente
y que sobre este polvo del camino
siga su andar la planta penitente.
Aquí estuvo y pasó lo peregrino.
En todas estas cosas puede verse
que unas son levadura y otras, vino.
Si ahora mi mosto empieza a removerse
deja que vibre mi canción de hierba
y arda un instante lo que va a perderse.
Mientras lo grande su quietud conserva
que alce la brizna su temblor creciente
y acoja a la belleza que la enerva.
Mientras la pulsación esté latente
que abra la flor su gloria pasajera
y no se vuelva muda la simiente.
Deja que el tiempo se deslice y pase,
aunque con su guijarro abra una herida,
que nos espere todo lo que yace
y que siga quemándonos la vida.
Van los niños descalzos
Bajo las golondrinas van los niños descalzos:
Son un presagio breve en medio de la tarde.
Alto camino de olas se pierde en el espacio,
hay un rastro de sombra…
Despedazando el viento van los niños descalzos,
(Cómo pesa la tarde,
y cómo pesa el frío
de esos pies).
Posiblemente cerca esté ardiendo un crepúsculo,
pero no puede verse,
porque sobre los párpados
se agolpan las miradas oscuras de los niños,
con su carga de sales,
con su cristal quebrado,
y el contacto ardoroso de su llanto encendido.
Arriba crece el canto de todas las bandadas,
pero no puede asirse,
porque sobre las manos
se sienten muchas manos que van hacia la tierra.
Son dedos de los niños con afán de raíces,
es el barro sombrío,
lo gris, lo silencioso,
lo que aprisiona el miedo,
caracolas alzando mareas de tristeza.
Bajo las golondrinas corre un tropel de voces,
y de manos heridas, y de pies sobre el lodo.
Van los niños descalzos…
¡Ah, tambor por qué suenas!
Van los niños descalzos…
¡Ah, clarín por qué cantas!
¿Por qué pregonan gloria, por qué hablan de futuro?
Por los niños descalzos,
por los niños desnudos,
no veo la mañana ni puedo oír la aurora.
Cuando no hay esperanza se ha perdido el camino,
cuando un pueblo desangra las bocas de los niños
mancha sus propias huellas
y mata su destino.
Van los niños descalzos…
¡Cómo tiembla el sendero!
Van regando la sombra con su alquimia de juegos.
Arriba pasan siempre las mismas golondrinas,
no hay un pájaro nuevo que nos anuncie el alba,
y allí sobre la tierra donde pasan los niños
sólo queda,
tendida,
la cicatriz del día.
El día de las ciudades
El día de las ciudades
se inicia cuando se abren las ventanas
cuando ruidos confusos
empiezan a subir royendo el aire
o una campanada
se viene disgregando
se viene disgregando como una onda
de círculos concéntricos.
Esta es la misma hora en que me digo:
¿Qué debe haber en mí
para saber que ha comenzado el día?
Yo sé que la estación se ha vuelto nueva
y me llega el respiro de los árboles
cuando empujan sus brotes;
algunas hojas han de abrirse, suaves,
y temblarán al viento
pero estancia aún guarda los recuerdos
de las noches pasadas.
Debo empezar el día
aun cuando sólo sepa
de la humedad de mis antiguas cosas:
En la ciudad convulsa
soy un musgo que atisba
el primer resplandor de la mañana.
A veces en la noche
A veces, en la noche,
Soy un pequeño escombro
Pegado a la placenta
De la tierra.
A veces,
Soy también una caña,
Un bambú que se yergue
Y guarda los rumores
De las cosas que pasan.
Cuando la luz que viene
De girar en los ámbitos vacíos
Llega hasta mi letargo,
Apenas halla un vástago de arena,
Un mineral que duerme,
Un guijarro perdido
Junto a otras cosas tristes.
Si entonces no llegara a ser un caracol,
No podría caberme
Toda la resonancia
Del latido del mundo
Que me sube…y me crece
Como una gran marea.
Cuando me quedo extática
Soy una sombra espesa,
Y quizás cuando vibro
Soy una nota grave
En la gran sinfonía…
A veces, en la noche
No soy más que un pedazo de vida
Que se levanta solo
Y mira las estrellas.